Tenía muchas, muchísimas ganas de visitar el restaurante La Marineta.
Y tanta hambre de Marineta traía causa en:
El agradable paseo por Mataró que esa visita iba a brindarme.
Las buenas críticas leídas –el hombre es el único animal que tropieza dos, enésimas veces con la misma piedra-. Aunque, a fuerza de desengaños –es sabido que la letra con sangre entra-, cada vez utilizo más las pinzas con ellas.
El CV de su chef y propietario, Pere Patuel, en el que destacan sus 7 años con Ramón Freixa. Y, sobre todo, pues…
Tras unas cuantas malas experiencias quería reavivar la llama de mi romance con los restaurantes BBB.
¿Y me sació mi almuerzo sabatino en el restaurante La Marineta? Ssssss… ¡No!
Deambular por Mataró, gracias a sus calles comerciales, sus bulliciosos mercados o sus interesantísimas tiendas gourmet, sin duda, fue lo mejor de la excusión.
Con las opiniones de terceros –interesados o no, eso juzgadlo vosotros mismos-, como viene siendo habitual, me quemé. Al respecto, me limitaré a sentenciar: creo que se hace un flaco favor al aplaudir en provincias lo que denunciamos en la capital –ya está bien de discriminación positiva-.
Claramente, Pere es de la escuela –un discípulo aventajado- de Freixa, y como a éste, le pierde la estética. Los platos pueden ser bellos, innovadores, técnicamente impecables, pero si no son sabrosos, su lugar es un museo, un laboratorio o un aula de ingeniería y no un restaurante.
Y, visto lo visto, me temo que los restaurantes BBB son una especie en peligro de extinción. Incluso diría que BBB jamás han existido, y que la cuestión, que cada cual debe resolver, radica en qué B poner el énfasis, en si lo mayúsculo debe ser lo Bueno, lo Bonito o lo Barato, pues la conjunción de las tres es una utopía. Lo sabéis, yo soy de los de la Bbb, pues, a la postre, acaba resultado más caro pagar 40€ en La Volátil o 50€ en Cúbica o La Marienta que 65€ en Mont Bar o Caldeni (el próximo invitado a esta bitácora).
Sigo sin ser capaz de sintetizar, lo siento. A ver si así sí:
Lo mejor del restaurante La Marineta: un espacio de lo más acogedor, unos muy buenos tiempos de servicio y un equipo de sala tan profesional como amable, comandado por la madre de Pere (una gran anfitriona y que bautiza el restaurante).
Lo peor del restaurante La Marineta: parte de lo dicho y algo de lo que diré sobre los platos que pude probar del casi medio centenar de referencias (van desde tapas para acompañar al vermut hasta platos de cocina de mercado revisados, pasando por arroces, pastas o bocatas) que conforman su carta.
Y los hechos de mi visita del pasado sábado al restaurante La Marineta:
Un muy buen vermut Com el d’Abans (cosecha Miró) disfrutado en la terraza del restaurante.
El valor seguro de los panes de Tritcum, acompañados por la afrutada arbequina de La Boella.
Una gruesa, blanda, quemada, aceitosa y desustanciada tortilla de camarones -aunque, en este caso, una imagen vale más que 10 palabras-.
Una sabrosa pero, de nuevo, aceitosa croqueta de setas.
Un efectista pero de poco valor gustativo huevo duro -demasiado duro-, relleno de buey de mar –demasiado condimentado-, y acompañado por una vulgar mayonesa.
Una irregular composición de calamar –sabroso, pero duro-, butifarra negra –untuosa, pero quemada-, cebolla confitada -demasiado dulce-, brotes de remolacha –sobrantes-, confitura de tomate y alioli de tinta.
Un muy buen San Pedro que sería mucho más con mucho menos. Menos cocción y menos ruido, pues tantos intérpretes (menier de yuzu, patata a la vainilla, crema de PX, hinojo, flor de ajo, flor de loto frita y salicornia) desafinaban.
Unas buenas, bonitas y baratas alitas de pollo ahumadas aderezadas con salsa coreana, pepino y tomate. Un plato del que me comería un cubo de esos en el que el Coronel Sanders sirve su basura.
Y unos postres impropios, impropios e impropios. Una vez pues no son suyos, dos pues así entiendo que es que no lo sean, y tres porque tampoco son para tirar cohetes.
Resultón el vasito, made in Mey Hofmann, de limoncello, panettone y merengue.
Y correcto el biscuit de la vecina Granja Caralt.
En definitiva, un restaurante que en Barcelona sería cola de león y que si en Mataró es cabeza de ratón dice poco del panorama gastronómico de la capital del Maresme.
Bodega: De la cincuentena de referencias, poco atractivas por nombre y precio, que dan forma a su bodega, me quedé con un A Mi Manera 2014 (Tempranillo). Bodega Contador. D.O. Rioja.
Precio: 50€. Precio medio: 30€-50€.
En pocas palabras: Más ruido que nueces.
Indicado: Para los superficiales gastronómicos -los del bBb-.
Contraindicado: Para los que sabemos que la auténtica belleza gastronómica (el sabor, la textura y el aroma) se esconde debajo del maquillaje.
Cuba 76, Mataró, Barcelona.
935 126 022
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