¿Estamos ante otro –me resulta imposible saber cuántos van ya- de los autoproclamados bistrós que están invadiendo Barcelona?
Sí, pero…
Sí, pues no creo que nada encaje más en el concepto de “autoproclamación” que el hecho que las palabras “Le Bistrot” recen bajo el nombre de este restaurante de la calle Valencia de Barcelona.
Y pero, ya que el restaurante Les Artistes no merece ser metido en el mismo y repleto saco de las casas de comidas que lo único que tienen de bistró es el nombre.
Y esto es así, pues, con sus luces y sus sombras, si algo no puede achacarse al restaurante Les Artistes es su carácter genuinamente afrancesado –tan al pie de la letra han querido seguir el abecé, los cánones de la bistronomía gala, que en Les Artistes, de no tener vecinos de mesa, no existe impedimento alguno, como mínimo la distancia entre éstas no lo es, para conquistarla como mesa accesoria-.
Hoy seré breve –una “calçotada de diseño” y, sobre todo, una colosal comida en el restaurante Moo acapararán mis esfuerzos prosaicos esta semana-, así que, antes de entrar al detalle de una cena que me paseó, entre otros, por los bellos parajes gastronómicos de la Borgoña, Nimes o Bélgica, demos un par de números y de nombres sobre el restaurante Les Artistes.
Cuatro meses y cuatro días.
Sebastien Zozaya e Ignasi Genés.
Cuatro meses se cuentan desde que, de la mano de Sebastien Zozaya (La Maison du Languedoc Roussillon) el restaurante Les Artistes vio la luz. Y cuatro –literalmente- son los días que, la noche en la que trae causa esta crónica, se cumplían desde que Ignasi Genés (24 años y formado, entre otros, en los restaurantes Gaig, Drolma o Àbac) había tomado su relevo y asumido la dirección culinaria de Les Artistes.
Noche del pasado miércoles en la que, correctamente atendido en una algo oscura sala, pude disfrutar de:
Una buena ensalada de apio, jamón de pato y aliño de mostaza, haciendo las veces de aperitivo.
Unos excelentes caracoles al estilo de la Borgoña: caracoles en conserva introducidos en sus -las de otros, seguro- cáscaras, terminados al horno con mantequilla con ajo y albahaca, y acompañados de un picadillo de pimientos verdes y rojos, ajo, nueces, albahaca y aceite. Que un ilerdense tenga serias dudas sobre si los prefiere a los preparados a la “llauna”, a la “gormanda” o a la “brutuesca”, a parte de tener delito, se me antoja como un poderoso argumento para que, de visitar Les Artistes, no os los perdáis.
Una buena tortilla a la francesa con trufa fresca, o así lo indicaba la carta. Aunque tan seguro estoy de que las cáscaras en las que se alojaban los caracoles eran mudas prestadas como de que la trufa de mi tortilla era en conserva.
Una notable brandada de bacalao al estilo de Nimes, o lo que es lo mismo, una brandada a la que nadie sorprendería si también respondiese al nombre de parmetier de bacalao.
Un steack tártar al estilo belga capaz de lo mejor y de lo peor –esto último encarnado por la calidad de la carne y lo primero por la excelente condimentación de ésta gracias a utilizar mayonesa como vehículo para trasladar a la carne los sabores de la clásica condimentación de un tártar- y acompañado por unas buenas patatas fritas con ajo y perejil.
Un sabroso pero de más que mejorable ejecución coulant. Sin duda, tenía corazón, pero distaba mucho de ser fluido.
Y una notable tatin de manzana.
En definitiva, un restaurante en el que dejarse seducir por el savoir faire de la cocina que hizo de artesanos, artistas.
Bodega: Chateau Melin Cuvée Louis 2008 (Merlot, Cabernet Sauvignon y Malbec). Vignobles Claude Modet et fils. Borgoña.
Precio: 45 €
En pocas palabras: Un -Le?- bistrot de Barcelone.
Indicado: Para los que siguen sin hallar su casa de comidas galas. Tal vez con Les Artistes den en el clavo.
Contraindicado: Para los que creen que algo, o mucho del encanto de los bistrós es París.
Valencia 189, Barcelona
934 537 818
PD: La visita al restaurante Les Artistes no era la prevista para esa noche, pero el restaurante del que quería hablaros me puso en la disyuntiva de cenar prescindiendo de la cámara o no cenar y, por supuesto, opté por esta segunda. No lo comparto, pero puedo entender que, en pro de la sorpresa del comensal, restaurantes como DiverXo veten la entrada de cámaras, pero que, en tiempos de congresos gastronómicos en los que se muestran las entrañas y se revelan los secretos de las más célebres y celebradas cocinas, haya todavía quien haga tales alardes de proteccionismo, me parece –así tengo que escribirlo- triste.