“Anem per feina” (vayamos al grano) pues, en pocas horas, el despertador dará el disparo de salida a mis vacaciones, o lo que es lo mismo, a quince días en la otra punta del mundo, y desde la que me será imposible tanto publicar nuevas entradas como ofrecer respuestas a vuestros comentarios. Vacaciones que, os doy mi palabra, recargarán las pilas de un servidor y, por extensión, de este blog, para intentar situarlo a la altura de la confianza y del cariño que en él habéis depositado –casi 350.000 visitas en algo menos de tres años así lo merecen-.
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Escogí la semana grande del barrio de Gracia para visitar uno de los restaurantes italianos más célebres y celebrados de Barcelona, y aunque a algunos pueda antojárseles como una decisión poco lúcida, pues una batucada en una tropicalmente engalanada calle Luis Antúnez no es el mejor hilo musical para disfrutar de las mieles de la cocina transalpina, desafortunadamente, el vespertino paseo por las coloridas calles de Gracia –sin duda, este año Verdi ha sido el Barça de las calles del barrio con más personalidad de nuestra ciudad- previo a la cena en el restaurante Specchio Magico fue lo mejor de la velada.
No busquéis en mis palabras –no la encontraréis- una velada a la par que severa crítica al restaurante Specchio Magico, y leed en ellas un leve suspiro de decepción motivado por la cena que en breve os relataré.
Sin duda, la decepción, y la otra cara de la moneda: la satisfacción, son valores relativos, en los que las expectativas, la factura, el pie con el que uno se ha levantado… y, por supuesto, la calidad de la experiencia influyen, las condicionan. En este sentido, y a pesar de que las altas expectativas con las que me disponía a visitar el restaurante Specchio Magico deberían ponderarse para rebajar algunos grados la desazón con la que abandoné esta casa de comidas italianas del barrio de Gracia, el hecho de que al entrar por la puerta del restaurante mi humor no podía ser mejor y, sobre todo, que la relación calidad-precio de la experiencia Specchio Magico fuese, cuantos menos, discutible –el gran mal de los restaurantes que practican, o dicen hacerlo, la cocina italiana- me impiden, mucho a mi pesar, situar al restaurante Specchio Magico entre los grandes de la gastronomía lombarda, toscana, romana, veneciana, napolitana o siciliana de Barcelona. Y por ello, los restaurantes Massimo, Xemei, La Bella Napoli, Non Solo Pizza o el malogrado Dopo, o la tienda Il Magazzino seguirán satisfaciendo mis antojos de “burrata”, berenjena a la “parmigiana”, pasta, pizza, quesos y embutidos italianos, tiramisú o “panna cotta”.
Pero ciñámonos a los hechos, por desgracia, algo desprovistos de su objetividad tras pasar por el tamiz de mi percepción, de mi cena del pasado miércoles en esta casa de comidas de genuino interiorismo tradicional italiano de la Vila de Gracia. Hechos, o platos como:
El aperitivo de la casa compuesto por un buen salami, unas correctas aceitunas y un pobre servicio de pan y aceite dignificado por un gran vinagre de Módena.
Un barroco “antipasti” en el que la frase “dos son compañía y tres son multidud” ilustraba a la perfección la principal carencia de plato: demasiados actores secundarios, muchos de ellos con una pobre actuación (Parmesano Padano –imperdonable-, gorgonzola dulce, piña, pasas, nabo, cebolletas, alcaparras, pepinillos, aceitunas, tomates cherry, lechugas…) ante los que el notable papel interpretado por una muy buena bresaola aliñada con zumo de limón pasaba casi desapercibido.
Unos correctos “Maccheroncini Cacio-Pepe”, o lo que es lo mismo, unos macarrones de perfecto punto de cocción –dulce rutina de toda la cena- con queso Pecorino, pimienta negra y un muy flojo aceite de trufa.
Unos buenos, sin más, “Spaguetti alla chitarra e alla carbonara”, en los que lo mejor del plato lo encarnaban el ya referido buen hacer del restaurante Specchio Magico con el punto de cocción de la pasta, la calidad de los espaguetis al huevo y su agradablemente subido punto de pimienta negra, y lo peor la calidad tanto de la panceta como, y especialmente, del Parmesano con los que se preparaba la carbonara –inaceptable a tenor del precio del plato-.
Unos excelentes ñoquis al gorgonzola. Sin duda, lo mejor, por su sabor y su textura, de la velada.
Y un tiramisú, por supuesto, de cuchara –un genuino tiramisú se sirve en copa, pues de servirse en un plato es un pastel; de tiramisú, pero un pastel-, en el que lo más destacado era justa y tristemente esto, pues ni la dulzona crema de mascarpone era tal -¿Y las yemas?-, ni terminó por convencerme que el papel del Amaretto lo interpretase el Gand Marnier: complementario, sí, con las notas de cacao del tiramisú pero que no ofrece ese binomio dulce-amargo y esas notas almendradas que tan bien le sientan al café y al mascarpone y que aportan el Amaretto-.
En definitiva, un buen restaurante italiano pero cuya relación calidad-precio le resta unos cuantos –demasiados- enteros.
Bodega: La Braccesca Sabazio 2010 (Prugnolo Gentile y Merlot). Bodega Antinori. DOC Montepulciano.
Precio: 90 € (dos personas)
En pocas palabras: Mejor que muchos, peor que los mejores.
Indicado: Para los que buscan completar el álbum de las casa de comidas italianas con algo –por poco que sea- que aportar al panorama gastronómico barcelonés.
Contraindicado: Para los que saben lo que cuesta, en términos económicos, preparar unos buenos ñoquis, una buena carbonara, un genuino tiramisú…
Carrer Luís Antúnez 3, Barcelona.
932 178 824