Un restaurante que, de encontrarse en Barcelona en Madrid o en cualquier otra gran ciudad, sin duda, merecería todo mi respeto, que, de encontrarse en cualquier ciudad mediana, seguro, se ganaría mi aplauso, y que, por atreverse a desarrollar su propuesta gastronómica en una localidad que no alcanza los 10.000 vecinos, se hace merecedor de una gran ovación.
Ovación que no solo debe buscarse en el valor relativo de sus méritos –que también- y así, una deslumbrante sala, un bucólico espacio exterior, un servicio impecable: profesional, amable, atento, discreto…, una impresionante carta de vinos y licores, particularmente interesantes su selección de ginebras y maltas y los ajustadísimos precios de todas sus referencias y el poder disfrutar de un cocinero como Víctor Trochi, un chef argentino formado en casa de Martín y de Ferran y que se “alzó” con una estrella en el marbellí La Esquina, son argumentos de peso para desplazarse hasta la gerundense población de Arbúcies.
Y para los que deseen una excusa para no coger el coche –aunque a pesar de sus defectos recomiendo encarecidamente la visita a Les Magnòlies, pues es muy saludable recordar que fuera de la ciudad también existe “vida inteligente” y que son propuestas como ésta las que vertebran nuestro amado territorio- ciertas construcciones barrocas, la utilización de recursos culinarios algo demodés y un exceso de artificio en algunos platos se antojan como “el Talón de Aquiles” del restaurante Les Magnòlies.
Restaurante en el que me dejé seducir por su “mensaje en una botella”, o lo que es lo mismo, por su menú degustación, compuesto por:
Las E-tapas -divertido juego de palabras- que discurrieron por:
Un crocante de té y algas; unas almendras al curry, unos quicos con polvo de tomate y unos guisantes con wasabi; un brioche –excelente- para ser “bañado” en aceite del Montseny, un aceituna Gordal de maceración propia;
Una coca de pan con tomate con fuet -“los viejos roqueros nunca mueren”-; una madalena –colosal- de anchoas, una lata –deliciosa- de mejillones en escabeche y una Burger de pescado con un consomé de dashi y canela.
Que, con el interludio de la exhibición que supuso la entrada en escena de la selección de panes (panceta –muy Berasategui-, cereales y aceitunas), pero sobre todo de sales (negra, roja, Maldon, barbacoa, india, picante, a las cinco pimientas, con pétalos de rosa, algas…) y aceite “el rifer”, dieron paso a los paltos que integrarían el menú degustación:
Un muy buen bombón de foie y pollo de payés acompañado de una crema de queso de cabra y una emulsión de sésamo.
Un notable canelón de buey de mar más que bien secundado por una emulsión de cacao, espárragos y “bigotes” crujientes de gamba.
Una gustativamente descompensada "lasaña" de vieiras con una crema de panceta –la desafortunada y absoluta protagonista del plato- y un estofado –buenísimo, contra todo pronóstico de mis desterrables prejuicios (alguno me queda)- de salchichas. Un plato en el que por más inri, la presentación de la vieira, como una fina lámina emulando la pasta de una lasaña, iba en detrimento de una de sus grandes virtudes: su textura.
Un trío de magníficos productos: gamba de Blanes, butifarra negra y guisantes del Maresme, en el que la estéril, por lo que aportaba, presentación de los últimos (al natural, en emulsión y esferificados) era la nota disonante del plato.
Un buen mar y montaña interpretado por una corvina con espinacas, praliné de piñones y una terrina de cerdo confitado.
Una buena versión de “migas” a cargo de un huevo de payés a baja temperatura, una puré de moniato, unas migas de bizcocho de especias, una compota de chorizo y una floja patata a la piedra que, al lado de la preparada en Mugaritz, hacía buena la expresión “las comparaciones son odiosas”.
Una excelente gyoza de rabo de buey guisado, acompañada de zanahorias, cebolla de Figueras, chutney de mango y encurtidos.
Un plato titulado “Relleno” que en absoluto hacía honor a su nombre pues la combinación puré de manzanas del Valle de Arbucies, butifarra, picada y “carquinyolis” era más que destacable.
Una floja degustación de quesos artesanos: Tou de Tilers, Petit Nevat, Idia, Mas Farró y Llanut de l’Empordà.
Un excelente coctel refrescante: sorbete lima, crema de limón, gajo helado de mandarina, granizado de mandarina con vodka, gelatina de azafrán y galleta de naranja.
Un atractivo a la vista pero poco al paladar Mapa del Montseny: Violetas, canela, café, chocolates negro, con leche, blanco, frutos rojos…presentados como geleés, tierras, helados, crujientes, bombones, rocas…
Y un exceso, a mi entender, de play food como petit four: un huevo de pascua que contenía una coockie que, al ponerte las gafas parecía descansar sobre una superficie cóncava.
En definitiva, un muy, muy grato descubrimiento que, con los caros que son en los tiempos que corren, os recomiendo que también hagáis.
Bodega: Trío Infernal 1/3 Reserva 2005 (Garnacha y Cariñena). Trío Infernal. Priorato.
Precio: 95 € (55 € menú degustación + 40 € vino).
Calificación: 15/20
En pocas palabras: Merece el viaje.
Indicado: Para los que descubrir un gran restaurante es un placer como pocos.
Contraindicado: Para los que no tragan lo superfluo, pues en Les Magnòlies se hace cierto abuso de recursos, cuanto menos, poco prácticos.
Mossen Anton Serres 7, Arbúcies (Girona)
972 860 879