jueves, 31 de mayo de 2012

Suculent

Da gusto –y nunca mejor dicho, pues de sabor a raudales va a ir esta crónica- poder hablaros de la recién estrenada propuesta gastronómica del restaurante Suculent.

Suculent (suculento). Jugoso, sustancioso, muy nutritivo según la RAE. Una declaración de principios de los padres de este restaurante.

Un restaurante que se ha instalado en el local que hace trece años dejó huérfano La Bodega del Raval (bar arrabalero donde los hubo), y que ha venido para erigirse –aunque no fuese esa su pretensión- como la mejor casa de comidas del Raval –el restaurante Dos Palillos juega en otra liga con los Àbac, Alkimia, Dos Cielos…-.
Un restaurante que nace como el proyecto más romántico de Armando Anta (“ex” Mugaritz, Alkimia o Arola Gastro, entre otros), “Coto” (lego en la materia pero amante de la gastronomía como el que más) y Carles Abellán (¿Precisa presentación?), quienes han puesto las riendas de la cocina del restaurante Suculent en las manos de Toni Romero, quien comparte el calor de los fogones con Manel y Xavi.
Un restaurante que servirá alegrías (desayunos de servilleta al cuello, almuerzos, meriendas y cenas) de nueve de la mañana a una de la madrugada a los 48 comensales a los que puede dar cobijo (24 en su sala y otros 24 en la Rambla del Raval), mereciendo una mención especial los arroces con ritmo que reservan para los almuerzos dominicales –bien poco tardarán en ver de nuevo mi careto-.
Alegrías para el paladar –y también para los bolsillos- que en el restaurante Suculent traerán causa en una cocina humildemente sabrosa, humildemente lujosa.
Sabor a raudales y otro tipo de lujo que rebosan de platos en los que las materias primas de dos y tres dígitos han dejado paso a los guisos de siempre preparados como nunca, y que se alcanzan no a través de productos con pedigrí (con las honrosas excepciones de sus embutidos Maldonado o de Cal Rovira, o sus cafés “Magníficos” y sus infusiones de Sans & Sans) sino de la mano de preparaciones caseras (galletas, conservas dulces y saladas…) en las que el tiempo ha sido y siempre será el verdadero lujo y el mejor catalizador del sabor.

Una cocina de la que, en un rústicamente acogedor marco, disfruté gracias a:

Un excelente pan del horno Sant Josep (1,3 €).
Un buen platillo de aceitunas variadas (rellenas de anchoas, Gordal, negra de Aragón…) (2 €).
Un correcto cucurucho de patatas (enteras al vapor) poco bravas (por la poca cantidad e intensidad de la salsa) (4 €).
Una buena, pero sin alardes, tabla de embutidos. Bien para el jamón Maldonado –aunque creo que su fuerte es la panceta o la caña- e impropiamente floja (sabor y textura) la sumamente contrastada e igual de aclamada sobrasada de Cal Rovira (7 € media ración).
Una solo correcta –lo achacaría tanto a una textura demasiado ligera, como a una presencia excesiva de ajo- brandada de bacalao (5,5 €).
Una excelente caballa escabechada (6,2 €).
Un brutal “cap i pota”. Sin duda, el mejor que he comido en Barcelona y parte del extranjero (7,8 €).
Una magnífica, a la altura de la servida en La Tasquita de Enfrente (Madrid) –los que me seguís desde hace un tiempo sabéis que una raya no puede aspirar a mayor honor- raya a la mantequilla de cítricos y acompañada de patata al tenedor, alcaparras y piñones tostados (16 €).
Un increíblemente sabroso –gusto y olfato se deleitaron a partes iguales- y tierno –el cuchillo sobraba- estofado de rabo de buey y tuétano (18 €).
Una muy buena, y refrescante –que buena falta hacía- sopa de melón con fino y menta (4 €).
Un notable pastel de queso Brie a la vainilla acompañado por nísperos. Al ser interpelado al final del ágape por Armando sobre la cena me permito poner en duda el papel de la vainilla, pues creo que no permite disfrutar de todo el potencial gustativo, de todos los matices –corta el postgusto- de un pastel de queso tan sui generis (4,5 €).
Una buena ganache de chocolate y avellanas mal acompañada –por eso de que las grasas son hidrófobas o, en cristiano, que al chocolate con nata no le gusta nada el agua- por unos gajos de naranja (5 €).
Dejando para futuras visitas –seguro que, a la vista de la magnífica cena que los chicos del restaurante Suculent me brindaron, las habrá- sus croquetas de pollo: todavía en el tintero -supongo que para una croqueta Barcelona debe causar cierto miedo escénico-; y sus Macarrones Leonor: célebre y celebrada receta, con el bacalao como protagonista, de la abuela de “Coto”.

En definitiva, un restaurante al que seguir muy, pero que muy de cerca, pues si con una semana de vida es ya capaz de todo esto, en unos meses no habrá paladar barcelonés que pueda escapar a sus encantos.

Bodega: Notable carta de vinos (tanto por precios como por referencias, dominando la representación catalana). Ravin des Sieurs 2010 (Syrah), Domaine de Majas, Vin de pays des Côtes Catalanes (17 €); Comunica 2010 (Garnacha, Cariñena y Syrah), Celler Comunica, DO Montsant (25 €); y copa de Casa del Inca 2010 (PX) (invitación).
Precio: entre 30 € y 45 €.

En pocas palabras: Lujo gastronómico para todos los bolsillos.

Indicado: Para que unos recuerden, otros descubran y todos disfruten del sabor del tiempo.

Contraindicado: Para los que son de la cultura del “o” y no de la del “y”, pues en el restaurante Suculent se da una comunión perfecta de vanguardia (Abellán, Anta y Romero son padres o hijos de la cocina de autor) y tradición.
Rambla del Raval 43, Barcelona
934 436 579

lunes, 28 de mayo de 2012

Dos Cielos (II)

Dos años se contaban desde mi última estancia en el cielo gastronómico de los gemelos Torres.

Dos años sin probar la cocina de Javier y Sergio y cuya única –y pobre- justificación –aunque más propio sería tildarlo de excusa- debe buscarse en los 10 kilómetros que separan el Hotel Me de mi casa.

Dos años que, a tenor del menú degustación del que disfruté hace dos semanas, se me antojan como una eternidad.

Dos años que, no obstante, seguro que para los gemelos Torres han sido cual suspiro comparados con los tres que aguardaron para que los Hombres de Rojo reconociesen como era debido el mérito del restaurante Dos Cielos.

Mérito que, por supuesto, reside en el privilegiadísimo espacio (sala y terraza adyacente) que da cobijo a la propuesta gastronómica del restaurante Dos Cielos –uno de los, sino el más bello de la ciudad-, en su profesional a la par que atento servicio de sala, en su cocina a la vista -¡Qué precioso vals interpretan entre fogones los chicos de Javier y Sergio!-…
Y que, de resumirse en pocas y prosaicas palabras, sonaría así:

Bella, delicada y sabrosa sencillez.

Sencillez, que no simplicidad –su hermana fea o, como mínimo, así yo lo entiendo-, de la que disfruté, desde la mesa del chef -¡Vaya “lujazo”!-, gracias a:
Un más bello y delicado que sabroso “Paseo por Collserola” (patata deshidratada, espuma de romero y flores).
Un notable bocado de tomate, ostra y lechuga de mar, cuyo pero radicaría en la alargada sombra que el primero proyectaba sobre el sabor de la segunda.
Un excelente servicio de panes (rústico, de parmesano y sobrasada, de zanahoria y orejones, de aceitunas Kalamata, y de pasas y nueces) de elaboración propia -lo que debería ser y, desafortunadamente, casi nunca es en los restaurantes de altura- y aceite (hojiblanca y picual cordobesas Pórtico de la Villa).
Una maravillosa –producto, compañeros de viaje y, sobre todo, aroma- centolla de la ría de Vigo con crujiente de pan negro de algas y flores.
Un bello, delicado y brutalmente sabroso plato de espárragos de Gavà: casi en crudo y su royal ligeramente cítrica.
Una muy buena pasta fresca rellena de ajo escalibado y regada con una sopa de perejil que, ya me perdonaréis la ruda expresión, dado su exceso clorofílico era como “un puñetazo de verde” –ríete tú de Hulk-.
Una buenísima crema de mandioquinha –raíz de Brasil- con caviar de sagú –otra raíz brasileña trabajada, en este caso, con un sofrito de calamar y verduras-. Un plato de raíces –en toda la extensión de la palabra, pues gran parte del bagaje culinario de los gemelos Torres tiene en Brasil su patria- y que es todo un canto al poder, al valor de la humildad.
Un sublime plato de caviar de tierra -lágrimas de guisantes del Maresme- con calamar de potera.
Un magnífico plato de cuchara al que dieron forma unas colmenillas, setas de primavera, tendones de ternera, habas y pistachos.
Un muy buen lomo de San Pedro mejor acompañado por un consomé ligado de jamón ibérico y “pan con tomate”.
Un excelente arroz “a la llauna” de pichón y aceitunas negras que, puesto a buscarle alguna pega, avivó la llama de mi frustración por el desolador paisaje que dibuja la gastronomía de Lleida. Tenemos el producto, tenemos la base… pero, de nuevo, “Barcelona” nos pasa la mano por la cara enseñándonos a sacar el máximo partido a una cocción tan nuestra –será, entonces, que lo que nos faltan son “buenos” comensales-.
El, tal vez, mejor carro de quesos de Barcelona y del que me dejé seducir por su St. Hectaire, su Longrais y su Bleu de Gex.
Un divertido y sabroso postre como resultado de la siguiente suma: plátano + chocolate blanco + mango + vainilla + nuez moscada + coco (falso bizcocho, helado, brunoise impregnada, cremoso…).
Un bello y sabroso pedazo de África: chocolates de Madagascar (73 % y 64 %) y Ghana (68 %) con jengibre y helado de miel y jengibre.
Y a un buen café acompañado de una “joya” de chocolate.
En definitiva, uno de los mejores restaurantes de Barcelona. Y pues este “En definitiva” me ha quedado algo soso, si hacéis acopio de imaginación os diré que, de ponerme el sombrero de editor de la británica, y a la que ya -y merecidamente- le están comenzando a crecer los enanos, publicación “Restaurant magazine” (la responsable de la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo), delante del nombre Dos Cielos pondría un 3 –tomando como plaza Barcelona, claro está-.

Bodega: Buen, aunque, por momentos, en exceso convencional, maridaje a cargo de Marc Terés y mejor carta de vinos -vaya racha llevo-: Blancos (Ekam, Quinta da Murta y Lanius), Tintos (Lalama y Teixar) y Dulces (Canigó y Estela).
Precio: 140 € (95 € menú degustación + 45 € maridaje)

En pocas palabras: Gastronomía de mucha, muchísima altura.

Indicado: Para comprobar que no hacen falta siete cielos para alcanzar la gloria.

Contraindicado: Para los que gustan de disfrutar de una sal de frutas como petit four. Sin duda, aquí no la precisarán, pues el menú degustación del restaurante Dos Cielos es de los más ligeros de la ciudad.
Hotel Me (Pere IV 272), Barcelona.
93 367 20 70