jueves, 28 de junio de 2012

Luz D Gas Bar

¡Cuánto se echan -¿echaban?- en falta los buenos bocatas en nuestra ciudad!

Sin duda, el boom de las hamburgueserías, de entre las que la mía es La Royale, o bocaterías como Sagàs, se han presentado, últimamente, para llenar el vacío de este tipo de propuestas gastronómicas en Barcelona. No obstante, un servidor sigue llorando la pérdida, que ya data de unos cuantos años, de la mejor bocatería de la ciudad Condal: el restaurante Sandwich del Born.

Pero ésta no es una crónica para lamentarse, sino para celebrar que el restaurante Luz D Gas haya venido a arrogar algo de luz sobre un nicho de nuestra cocina –pues que más nuestro que un par de rebanadas de pan rebosantes de nuestras magníficas materias primas-, sumido, hasta el momento, en un injustificado ostracismo.

Tradicionalmente, los bocatas han sido una forma bonita y barata de llenar el buche, reservando lo bueno para restaurantes de mucho más postín. Pero, y afortunadamente, la crisis que estamos padeciendo no solo nos tiene reservadas penurias, y así, ésta está permitiendo devolver, u otorgar por vez primera, lustre a ofertas gastronómicas hasta el momento denostadas, despreciadas.

Los tiempos que nos están tocando vivir no están para facturas de tres dígitos, y pues a la alegría del buen comer no estamos dispuestos a renunciar –aunque nos pongan el IVA al 20 %- tocaba que las cocinas relegadas a la mera alimentación diesen un paso al frente y, tras un preceptivo lavado de cara, repartiesen felicidad low cost.
Y así, agudizando el ingenio –lo que toca en tiempos de hambre-, el bar de copas Oli en un llum se ha metamorfoseado, de la mano de Carles Abellán, delegando su día a día en el bueno de Nico, en el restaurante Luz D Gas Bar.
Un Luz D Gas Bar que, para ponéroslo fácil, podría ser el resultado de la suma de Tapas 24 + La Royale + Sagás + …

Aunque, desafortunadamente, esta suma es también una resta, pues además de muchas de las virtudes de los restaurantes citados, en Luz D Gas Bar también concurren muchos de los defectos de los que estos locales de comidas adolecen (i.e. relación calidad-precio desajustada, vinos a precios desorbitados, patente irregularidad entre su oferta gastronómica…).

Pero vayamos a la miga de cuestión, que no es otra que lo que viene a ofrecer el restaurante Luz D Gas Bar: bocatas, tapas, latas, huevos, ensaladas, platos del día… cócteles o gin-tónics -¿Cómo no?; y de lo que, el pasado sábado al mediodía, sentado en su más que confortable terraza, me quedé con:
Unas notables, no por su punto picante, pues adolecían de éste, sino por sus meritorias patatas, Bravas. (4,5 €)
Un dúo de bipolares croquetas (2 €/u). Muy buena (excelentes rebozado y sabor), aunque algo falta de untuosidad, la de pollo rustido, y muy, pero que muy mejorable (pobre rebozado y tenue sabor) la de jamón.
Una correcta bomba. (3,5 €) A años luz de la servida en la Fábrica Moritz o en tantos locales de la Barceloneta.
Una notable, a pesar de que la patata y la mayonesa, no así la zanahoria ni las judías verdes, se empeñase en restarle enteros, ensaladilla rusa de cangrejo real (14 €).
Un muy buen bocata “del Fede” (pan de coca planchado con huevo, tomate, mayonesa y jamón). (8,5 €). Un bocata para chuparse, literalmente, los dedos.
Y aunque me quedé con ganas de probar sus hamburguesas (Cheeseburger y Mcfoie), sobre las que el genial Pau Arenós hacía pocos días había vertido grandes alabanzas, la cena del día anterior en el restaurante Ten’s –una pequeña gran decepción que en unos días compartiré con vosotros- solo me dejó espacio para el postre por excelencia de Carles Abellán:

El pan con chocolate, aceite y sal, al que, en esta ocasión, aprecié un exceso de vainilla. (5 €)
En definitiva, una novedad que celebrar sobre todo si genera el efecto contagio, el mimetismo que la primera hamburguesería “deluxe” causó en la escena gastronómica barcelonesa.

Bodega: Unas de las cartas de vinos más multiplicadas de Barcelona (sobre algunas referencias se aplica hasta un 400 %). Venta Las Vacas (Tinta fina). Bodegas Vizcarra. DO Toro.

Precio: 70 €/ dos personas

En pocas palabras: Buenos y bonitos “tapas & bocatas”.

Indicado: Para disfrutar, en cualquier momento (cocina ininterrumpida de lunes a domingo de 1 pm a 2 am), de una buena tapa y un buen bocata.

Contraindicado: Para los que conocen el valor del pan, de los embutidos y del vino.
Calle Bon Pastor 6, Barcelona
93 209 77 11

jueves, 21 de junio de 2012

Santana

De los productores de éxitos como San Telmo, Tantarantana, El Canalla, o la coctelería Fígaro…llega a la escena gastronómica de Barcelona el restaurante Santana.

Un restaurante que por nombre lleva Santana por la abuela de su propietario.

Santana: un restaurante contiguo a otra de las casas de comidas del Grupo San Telmo (El Canalla), pues su Villano (el restaurante que ocupaba la planta de arriba de El Canalla) estaba a punto de morir de éxito. Y así, con la muerte de un Villano, pues el espacio que ocupaba se destinará, de ahora en adelante, a comidas de grupos, en manos de una Santa, la versión extendida y mejorada de la cocina de El Canalla disfruta del espacio que merecía y que hasta el momento le había sido negado.

Santana: una casa de comidas con tres, literalmente, días de vida que vine a confirmar que, gastronómicamente, el barrio de Sarrià está más vivo que nunca -¡Ya tocaba!-.



Santana: un restaurante de cuidado y agradable, a pesar de su más que mejorable acústica, interiorismo, que ocupa una de las más bellas casas de Sarrià, otrora agencia de viajes de El Corte Inglés, y que, como buen hermano, comparte terraza con El Canalla.



Y tras esta “pseudo” ficha técnica del restaurante Santana permitidme una breve –los que me conocéis de sobra sabéis que no lo será mucho-, aunque doble, divagación a propósito de dos pensamientos que asaltaron mi mente cenando el pasado martes en, seguro, uno de los grandes éxitos del verano gastronómico barcelonés.

Gracias al vicio, o virtud, de parar la oreja, puedo afirmar que Barcelona, bueno, sus gentes, clamaban porque la restauración de su ciudad se pareciese algo más a la de París, a la Nueva York, a la de Milán, a la de Ámsterdam…pero ese grito mudo no encerraba un anhelo de más calidad en las propuestas gastronómicas de nuestras casas de comida, sino que restaurantes más bellos es lo que exigía. Y a fe de Dios que este ruego colectivo no ha caído en saco roto, pero me pregunto, ¿A qué precio –pues todo tiene el suyo-? Pues al de empobrecer y homogeneizar la oferta gastronómica de nuestra ciudad, y así Barcelona cuenta cada día con menos casas de comidas y más locales bonitos en los que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, comer. Sin duda, no es ésta la realidad exacta del restaurante Santana, pues como a continuación observaréis, su cocina encierra cierto mérito, no obstante, tengo mis dudas sobre si ésta es la prioridad de sus propietarios. En este sentido, si la cocina no es la prioridad de nuestros restaurantes, veo muy crudo mantener la posición de preminencia que tanto costó labrar a los restauradores españoles de la anterior generación –sería una auténtica lástima-.

Y como segunda, y algo más breve divagación: entiendo que cuando un restaurante abre sus puertas precisa de cierto rodaje para que no haya fricciones entre sus piezas y todo salga rodado, no obstante, desde que uno sube las persianas y decide cobrar al final del ágape acepta el contrato social de que su primera croqueta sea juzgada como si fuese la un millón -¿O es que la primera, la segunda o la tercera vienen con descuento por ser noveles?-. En este sentido, merece loarse la solvencia de la propuesta gastronómica del restaurante Santana teniendo en cuenta que mi visita se produjo a las 24 horas de que los chicos del restaurante Santana levantasen el telón –aunque el ser heredera de la de El Villano se lo puso más fácil-, pero no en cambio la de su sala, muy voluntariosa pero algo nerviosa, ni la de los tiempos del pase: los platos no fluían, o se hacían de rogar o se agolpaban en la mesa –por desgracia, también herencia de El Villano (se ve que en esta sucesión no había beneficio de inventario)-.

Y por fin, mi cena.

Cena a la que, de una propuesta gastronómica que discurre entre las tapas de siempre, los bivalvos, los tártares, los huevos, los arroces, los pescados (rape, rodaballo o bacalao), o las carnes a la brasa (chuletón (36 €/kilo), Angus (78 €/kilo) o solomillo de Gerona), dieron forma:

Unos excelentes, particularmente el jugo de su cocción, mejillones al carbón. (6€)

Una notable tortilla “Trampó”, esto es, de patatas y chorizo y acompañada por un ligero alioli. (7€)

Unos igualmente notables cogollos a la brasa con anchoas 000 –aunque alguna de ellas no meritase los tres ceros-. (8€)

Un solvente, aunque ni pasará a los anales de la historia ni devendrá un referente barcelonés en la materia, tártar de ternera. (10€)

Unos sabrosos, aunque faltos de ese aroma y sabor a humo que debería caracterizarlos y que es prueba de su tradicional cocción a la llama –aunque, desafortunadamente, en bien pocas ocasiones así sea-, escalibados (cebolla, pimientos y berenjena).

Un muy buen arroz venere con sepionetes, que me hizo revivir las mil y una cenas de las que disfruté en la malograda Mifanera –suerte en NYC, Roger y Víctor-. (14€)

Y un mejorable, tanto por su textura como por su sabor, orange pie, acompañado por un también mejorable, en este caso por dulzón, helado de zanahoria y cítricos. (5€) No había sido ésta mi elección, pero dado que de la extensa carta de postres del restaurante Santana (lemon pie, tatin, torrija, ganache de chocolate a la naranja, requesón o coulant) solo quedaba éste, y un servidor no es capaz de terminar una cena sin su momento dulce…“a la fuerza ahorcan”.

En definitiva, un restaurante que si hace de su cocina el centro de su universo –si con el sol se llama heliocentrismo, porqué no bautizarlo como “kouzínacentrismo”– y con el rodaje la sala mantiene la voluntad y rebaja la tensión y la comida fluye, puede llegar a disputar al restaurante Vivanda el cetro de la gastronomía de la tapa y del platillo de Sarrià.

Bodega: L’Equilibrista 2008 (Cariñena, Garnacha y Syrah). Ca N’Estruc. DO Catalunya.

Precio: 70 €/ dos personas

En pocas palabras: De “Villanos” a beatos -para la santidad gastronómica precisarán de algún que otro milagro-.

Indicado: Para los que coleccionan novedades, pues éste puede llegar a ser un cromo de los que se cambian caros en el Mercat de Sant Antoni -¡Qué tiempos los de los álbumes de Panini!-.

Contraindicado: Para los que están algo, o mucho hasta el moño de las “trendy” tapas & platillos.

Major de Sarrià 97, Barcelona
93 280 36 06

martes, 19 de junio de 2012

Piratas

En un momento en el que, a pesar de la severa crisis que nos está azotando, debemos celebrar la fertilidad de la cocina barcelonesa –sin duda, los de los restaurantes Suculent y Ten’s (ya os diré la mía sobre este restaurante en unos días, pues hasta en la sopa hoy se encuentran opiniones sobre esta casa de tapas y platillos creativos de la calle Rec) han sido los nacimientos más mediáticos-, mayores faustos merece que una casa de comidas como el restaurante Piratas cumpla 23 años.

23 años del restaurante Piratas.

23 años de una genuina casa de comidas: la de Lluís, y ahora también la de Xavier.


23 años de una cocina inmortal, pues en excelsas materias primas se sustenta.

23 años de un restaurante imprescindible para todos aquellos que deseen comprender la grandeza, la riqueza de la cultura gastronómica.

23 años de un restaurante que ilustra como pocos que la restauración no es una profesión, sino que es un estado civil, una forma de entender la vida.

23 años de un restaurante que cautivó los paladares de los barceloneses a través del foie –pobres californianos-, y que hoy es mucho, muchísimo más que aquella tasca en la que Lluís delicadamente marcaba a la plancha medallones del más “extra” de los foies, como lo demuestra la cena que hace una semana me regalé en esta acogedora casa de comidas vecina de "L'Auditori".

Cena a la que dieron forma:

Un buen servicio de pan (blanco con tomate y de cereales) y uno magnífico de aceites (arbequinas catalanas, hojiblanca y picual andaluzas y cornicabra murciana).

Una notable rillette de pato acompañada por el último buen tomate raf de la temporada, ensaimada crujiente, guindillas y pepinillos en vinagre.

Unas colosales cocochas de salmón acompañadas –o que acompañaban, no tengo muy claro sobre quién hacer recaer el protagonismo del plato- por un sabrosísimo estofado de lentejas. Sin duda, lo mejor de la noche y uno de esos platos para los que siempre tendré un rinconcito en mi corazón. Os lo juro, casi me saltan las lágrimas.

El buque insignia de la casa: su excelente foie fresco a la plancha acompañado por un chutney de cebolla y reducción de PX.

Y una afinadísima selección de quesos: Nevat, Roquefort, Pont l’Eveque, Epoisse y Munster.


En definitiva, un restaurante en el que se rinde culto al mejor producto, se cocina para los amigos –Jean Anthelme Brillat-Savarin escribió que “el que no cuida lo que ofrece a sus amigos, no merece tenerlos”-, y se está como en casa. Y eso, lo percibe el paladar y también el corazón.

Bodega: En el restaurante Piratas todo tiene algo, o mucho, de sui generis, no escapando su bodega a tales tintes. Y así, podría decirse que su carta de vinos es la más viva con la que he tenido el placer de toparme –para descubrir el porqué de esta afirmación no es quedará otra que dejaros por el número 157 de la calle Ausiàs March-. Copa de Siosy 2009 (Syrah), Bodegas y viñedos del Jalón, DO Calatayud; y botella de Marc Brédif 2009 (Chenin), Maisons Marques, Vouvray.


Precio: 50 €

En pocas palabras: Una casa de comidas tan genuina como imprescindible.

Indicado: Para los que buscan el verdadero amor y no un aquí te pillo aquí te mato gastronómico.

Contraindicado: Para los que en su agenda gastronómica no tiene espacio para los viejos roqueros. ¡Qué lástima, pues son los únicos que nunca mueren!

Ausiàs March 157, Barcelona
932 457 642

jueves, 14 de junio de 2012

Rita Cokó

Sé que últimamente he atizado unos cuantos palos a la gastronomía de mi tierra -desgraciadamente, es lo que hay, pues nada me gustaría más que poder hacer proselitismo de la cocina de Lleida-, no obstante, hoy es el día de las zanahorias, en este caso, las meritadas por el restaurante Rita Cokó.

Y así es, pues, la milla de oro, aunque en puridad no sean más de 50 metros –cada ciudad tiene su escala-, de la gastronomía ilerdense cuenta, desde hace bien pocas semanas, con un nuevo vecino que, si bien hoy por hoy no arroja la luz necesaria para transformar el gris paisaje que dibuja la cocina de Lleida, sí que, y haciendo acopio de optimismo, puede antojase como un verdadero brote verde -no como los de Salgado o de Guindos- para una gastronomía que sigue llorando las pérdidas de restaurantes como Malena o Ambrosia.

Aprovecho este momento para que esta tribuna y un servidor se sumen al llanto unánime y al profundo pesar en el que la prematura e injusta muerte de Pau Albornà ha sumido tanto al panorama gastronómico español como y, especialmente, a sus más allegados. DEP Pau.

Devolviendo el protagonismo de esta crónica al restaurante Rita Cokó, y antes de detallar la cena que en él me regalé hace menos de una semana, me gustaría reseñaros los dos puntales y medio en que se sustenta el moderado optimismo sobre el porvenir de la gastronomía ilerdense que la visita al restaurante Rita Cokó me contagió.

El primero de ellos, y como no podría ser de otra forma, lo identificaréis en su propuesta gastronómica. Un propuesta diseñada –aunque, y a tenor de la poca imaginación precisada para ello, la utilización de tal verbo puede antojarse como en exceso generosa- por Josep Amorós: hijo del restaurante Amoca (uno de los restaurantes más aclamados de la provincia de Lleida), hecho en la escuela de hostelería Joviat y curtido junto a Xavi Pellicer en su Àbac –el del Born-. Una propuesta que suple con creces su falta de originalidad –como no puede ser de otra forma en Lleida, en ella encontraréis surtidos de ibéricos o de quesos, foie, etc., que, por supuesto, no hallaréis entre mis elecciones- con una cuidadísima ejecución. Nunca he entendido el porqué de que la búsqueda de la perfección deba reservarse para los restaurantes “caros”. ¿O es que una bravas o unas sardinas en escabeche no pueden aspirar a la excelencia?

El segundo trae causa en una sala de cuidado, y barato, interiorismo, nacida de las “brico-habilidades” de Josep, excelentemente comandada por Sandra, su pareja, la que, con una eterna sonrisa y una gran dosis de profesionalidad, hace de la sala del restaurante Rita Cokó una de las más acogedoras de la ciudad.


Y solo medio, pues a pesar de que Josep Amorós forma parte del grupo de cocineros veinteañeros capacitados para devolver el lustre a la escena gastronómica ilerdense –junto con los Gonzalo Ferreruela, Gabriel Jové, Marc Lorés, Óscar Mencía o Roger Vilaró encarnan la gran esperanza blanca de la cocina de Lleida-, al igual que sucede con el resto de las citadas jóvenes promesas, adolece de falta de valentía y su cocina va un paso por detrás de la sociedad ilerdense. Es a los jóvenes y talentosos cocineros –o así yo lo considero- a los que compete hacer pedagogía tras los fogones para educar, para hacer evolucionar a los paladares de sus vecinos, pues tienen la vitalidad, la frescura y, como nadie, el derecho a equivocarse, precisos para ello. De lo contrario, un paisaje inmóvil, inerte, es el que se habrán ganado tener que contemplar desde sus cocinas, y no hay nada más triste.

¡Buf! Hoy el palo, en forma de farragosas divagaciones, os ha caído a vosotros.

Así que, vayamos a lo que verdaderamente os interesa: mi cena del pasado sábado en el restaurante Rita Cokó. Cena compuesta por:

Una buena coca de pan con tomate.

Una interesantísima y perfectamente ejecutada (crujientes y cero aceitosas, aunque algo faltas de punch) versión de la tapa por excelencia: las bravas.

Unas excelentes sardinas escabechadas.

Unas pobres croquetas de jamón. Un cocinero como Josep no debería permitirse echar mano de la cuarta gama: tanto su apelmazado rebozado como su tenue sabor no permitían alcanzar otra conclusión.

Unos buenos huevos fritos (perfectamente cocinados) con patatas (hervidas y posteriormente fritas), jamón (de mejorable calidad), trufa (casi imperceptible) y caramelo de vinagre de Módena –ya me disculparás, Josep, pero sigo sin hallar el porqué de su puesta en liza-.

Un magnífico medio bogavante al estilo Rita Cokó, esto es, cocinado al horno y terminado con un sofrito de pimientos (rojo y verde) y cebolla que ofrecía una sorprendente e interesantísima complementariedad gustativa con el crustáceo.

Un buen tiramisú del que lo que menos me convenció fue la sustitución de las notas dulces y amargas del Amareto (licor de almendras) por las tostadas y especiadas del Frangelico (licor de avellanas).

Y un correcto milhojas (falto de mantequilla) de manzana acompañado por un dulzón helado de chocolate blanco.

En definitiva, un recién llegado que, en pocas semanas, se ha erigido como el mejor exponente de la cocina de tapas y platillos de Lleida.

Bodega: Cristiari Rosat 2011 (Cabernet Sauvignon y Merlot). Vall de Baldomar. DO Costers del Segre.

Precio: 60 €/ dos personas. Aunque la factura media ronda los 24 € por persona, pero la intervención del bogavante acarrea sus consecuencias para el bolsillo.

En pocas palabras: Bueno, bonito y barato.

Indicado: Para que los que anhelamos otra Lleida, gastronómicamente hablando, no perdamos la esperanza.

Contraindicado: Para los que no se conforman con más de lo mismo pero bien hecho.

Sant Martí 51, Lleida
973 049 381