lunes, 20 de agosto de 2012

Specchio Magico

“Anem per feina” (vayamos al grano) pues, en pocas horas, el despertador dará el disparo de salida a mis vacaciones, o lo que es lo mismo, a quince días en la otra punta del mundo, y desde la que me será imposible tanto publicar nuevas entradas como ofrecer respuestas a vuestros comentarios. Vacaciones que, os doy mi palabra, recargarán las pilas de un servidor y, por extensión, de este blog, para intentar situarlo a la altura de la confianza y del cariño que en él habéis depositado –casi 350.000 visitas en algo menos de tres años así lo merecen-.



Escogí la semana grande del barrio de Gracia para visitar uno de los restaurantes italianos más célebres y celebrados de Barcelona, y aunque a algunos pueda antojárseles como una decisión poco lúcida, pues una batucada en una tropicalmente engalanada calle Luis Antúnez no es el mejor hilo musical para disfrutar de las mieles de la cocina transalpina, desafortunadamente, el vespertino paseo por las coloridas calles de Gracia –sin duda, este año Verdi ha sido el Barça de las calles del barrio con más personalidad de nuestra ciudad- previo a la cena en el restaurante Specchio Magico fue lo mejor de la velada.
No busquéis en mis palabras –no la encontraréis- una velada a la par que severa crítica al restaurante Specchio Magico, y leed en ellas un leve suspiro de decepción motivado por la cena que en breve os relataré.

Sin duda, la decepción, y la otra cara de la moneda: la satisfacción, son valores relativos, en los que las expectativas, la factura, el pie con el que uno se ha levantado… y, por supuesto, la calidad de la experiencia influyen, las condicionan. En este sentido, y a pesar de que las altas expectativas con las que me disponía a visitar el restaurante Specchio Magico deberían ponderarse para rebajar algunos grados la desazón con la que abandoné esta casa de comidas italianas del barrio de Gracia, el hecho de que al entrar por la puerta del restaurante mi humor no podía ser mejor y, sobre todo, que la relación calidad-precio de la experiencia Specchio Magico fuese, cuantos menos, discutible –el gran mal de los restaurantes que practican, o dicen hacerlo, la cocina italiana- me impiden, mucho a mi pesar, situar al restaurante Specchio Magico entre los grandes de la gastronomía lombarda, toscana, romana, veneciana, napolitana o siciliana de Barcelona. Y por ello, los restaurantes Massimo, Xemei, La Bella Napoli, Non Solo Pizza o el malogrado Dopo, o la tienda Il Magazzino seguirán satisfaciendo mis antojos de “burrata”, berenjena a la “parmigiana”, pasta, pizza, quesos y embutidos italianos, tiramisú o “panna cotta”.

Pero ciñámonos a los hechos, por desgracia, algo desprovistos de su objetividad tras pasar por el tamiz de mi percepción, de mi cena del pasado miércoles en esta casa de comidas de genuino interiorismo tradicional italiano de la Vila de Gracia. Hechos, o platos como:
El aperitivo de la casa compuesto por un buen salami, unas correctas aceitunas y un pobre servicio de pan y aceite dignificado por un gran vinagre de Módena.
Un barroco “antipasti” en el que la frase “dos son compañía y tres son multidud” ilustraba a la perfección la principal carencia de plato: demasiados actores secundarios, muchos de ellos con una pobre actuación (Parmesano Padano –imperdonable-, gorgonzola dulce, piña, pasas, nabo, cebolletas, alcaparras, pepinillos, aceitunas, tomates cherry, lechugas…) ante los que el notable papel interpretado por una muy buena bresaola aliñada con zumo de limón pasaba casi desapercibido.
Unos correctos “Maccheroncini Cacio-Pepe”, o lo que es lo mismo, unos macarrones de perfecto punto de cocción –dulce rutina de toda la cena- con queso Pecorino, pimienta negra y un muy flojo aceite de trufa.
Unos buenos, sin más, “Spaguetti alla chitarra e alla carbonara”, en los que lo mejor del plato lo encarnaban el ya referido buen hacer del restaurante Specchio Magico con el punto de cocción de la pasta, la calidad de los espaguetis al huevo y su agradablemente subido punto de pimienta negra, y lo peor la calidad tanto de la panceta como, y especialmente, del Parmesano con los que se preparaba la carbonara –inaceptable a tenor del precio del plato-.
Unos excelentes ñoquis al gorgonzola. Sin duda, lo mejor, por su sabor y su textura, de la velada.
Y un tiramisú, por supuesto, de cuchara –un genuino tiramisú se sirve en copa, pues de servirse en un plato es un pastel; de tiramisú, pero un pastel-, en el que lo más destacado era justa y tristemente esto, pues ni la dulzona crema de mascarpone era tal -¿Y las yemas?-, ni terminó por convencerme que el papel del Amaretto lo interpretase el Gand Marnier: complementario, sí, con las notas de cacao del tiramisú pero que no ofrece ese binomio dulce-amargo y esas notas almendradas que tan bien le sientan al café y al mascarpone y que aportan el Amaretto-.
En definitiva, un buen restaurante italiano pero cuya relación calidad-precio le resta unos cuantos –demasiados- enteros.

Bodega: La Braccesca Sabazio 2010 (Prugnolo Gentile y Merlot). Bodega Antinori. DOC Montepulciano.
Precio: 90 € (dos personas)

En pocas palabras: Mejor que muchos, peor que los mejores.

Indicado: Para los que buscan completar el álbum de las casa de comidas italianas con algo –por poco que sea- que aportar al panorama gastronómico barcelonés.

Contraindicado: Para los que saben lo que cuesta, en términos económicos, preparar unos buenos ñoquis, una buena carbonara, un genuino tiramisú…

Carrer Luís Antúnez 3, Barcelona.
932 178 824

viernes, 17 de agosto de 2012

Casa Tana

Basteret, La Borda de Lana (un restaurante de visita obligada, pero cuya mayor virtud, a pesar de su aclamadísima tortilla de patatas, no radica en su cocina, sino el privilegiado enclave en el que reposa) y, como colofón a una escapada de fin de semana al Valle de Arán, tocaba descubrir –sí, a pesar de sus más de diez años de vida, hasta hace unos días seguía siendo un desconocido para mí- un nuevo restaurante: Casa Tana.

Aunque en este caso, y a diferencia de la imperdonable e injustificable ignorancia sobre lo que se cocía en el restaurante Basteret, tengo una ligera excusa, pues hasta hace bien poco tiempo Casa Tana era más un bar de pueblo –dicho con todo el respeto que éstos pedacitos de la historia rural de nuestro país me merecen- que un bonito restaurante, también de pueblo –aunque vaya uno, pues del bello Artíes estamos hablando-.

Alma y medio cuerpo de bar que en el restaurante Casa Tana sigue advirtiéndose en el familiar trato a los comensales (Fernando y señora, e hijo si el número de reservas así lo requieren, son los que son y ni uno más en Casa Tana) y en buena parte del comedor, pues su sala se divide en dos mitades que jamás admitiríamos casar en Barcelona, Madrid o cualquier otra gran o mediana ciudad. Y así, a media sala renovada, luminosa, con vistas a la calle y al río, la completa un espacio que haría las delicias de cualquier director de cine en busca de un genuino decorado de bar de pueblo –por supuesto, con tele colgada de la pared por el mismo precio-.
Y si os preguntáis el cómo de esta metamorfosis, de esta evolución de bar a restaurante, en una algo ruda expresión, a la que inmediatamente daré explicación, hallaréis la respuesta.

Cuestión de huevos.

No sé si en Casa Tana fueron primero los huevos o el bar, pero no tengo ninguna duda que de sus huevos nació el restaurante que hoy nos ocupa –desconozco cuántos huevos fritos deben servirse para poder engendrar un restaurante, pero seguro que no son pocos-.

Y así, gracias al fruto de la gallina, el restaurante Casa Tana es hoy un referente de la gastronomía del Valle de Arán y cuya visita, aunque no indispensable, se antoja como muy recomendable.

Visita, la mía, que me llevó por los siguientes derroteros gastronómicos:

Una correcta longaniza seca y un muy mejorable pan tostado con aceite, tomate, ajo y sal servidos a modo de entretenimiento.
Unas también correctas croquetas de jamón.
Un excelente paté –tal vez, lo mejor del ágape-.
Unos buenos huevos fritos -¿Y las puntillitas de la clara?- con patatas fritas y morcilla dulce -¡magnífica!
Unos buenos huevos fritos con foie (notable materia prima), patata panadera y cebolla confitada (ambas de mejorable ejecución).
Una notable tarta de queso mal acompañada por una insulsa pero dulzona nata y un intensísimo culís de frutos rojos.
Y un buen arroz con leche.
En definitiva, un buen restaurante si el cuerpo os pide huevos, pero que pierde enteros si no sucumbís al que, sin duda, sería el alimento más apreciado y preciado del mundo si las gallinas pusiesen un solo huevo al año.

Bodega: Convencional, aunque a más que razonables precios, carta de vinos. Azpilicueta 2008 (Tempranillo, Graciano y Mazuelo). Bodegas Juan Alcorta. DO Rioja.
Precio: 30 €

En pocas palabras: ¡Olé sus huevos!... y poco más.

Indicado: Para disfrutar en una más que acogedora sala –cruzad los dedos para que os toque su mitad renovada- de unos buenos huevos y un mejor paté.

Contraindicado: Para los que un Danacol por la mañana ni les limpia la conciencia ni las venas.
Carrer Major 16, Arties.
973 644 294

jueves, 16 de agosto de 2012

Basteret

Casi veinte años llevo subiendo, cada vez con menos frecuencia, al Valle de Arán e, ingenuamente, creía que me había sentado en todas sus grandes mesas.

Y no era así, pues un álbum sobre lo mejor de la gastronomía del Valle Arán no podría estar completo sin el cromo del restaurante Basteret –y a saber cuantos más-.

En otras circunstancias podría excusar esta laguna de mi conocimiento sobre la restauración de este precioso pedacito del Pirineo ilerdense en el reciente salto a escena del restaurante Basteret o en el hecho de encontrarse perdido en lo más recóndito del Valle de Arán.

Pero lo dicho, las circunstancias, la realidad del restaurante que hoy nos ocupa no me lo permiten pues, por más que en una ficción publicitaria aceptasen pulpo como animal de compañía no creo que vosotros me aceptéis Vielha como pueblo recóndito del Valle de Arán, y mucho me temo que tiene difícil encaje en la definición, en el significado de “reciente aparición”, un restaurante que ya ha visto pasar cuatro generaciones de una familia y que, del siglo XX solo se le escaparon los servicios de la década posterior a la guerra civil –es lo que tiene el exilio-.

Cuarta generación del restaurante Basteret que hoy responde al nombre de José Antonio, director de una sinfonía de brasas, y también al de su mujer, Sonia, quien se encarga de que al Petit Basteret (local de pinchos y zuritos anexo al restaurante) nunca le falte vida, alegría.
Pero volvamos al restaurante Basteret, a su propuesta gastronómica, que, como tantas en el Valle de Arán gira entorno a las brasas, a los guisos montañeses, a los platos de caza…, y de la que, no hace ni una semana, disfruté gracias a:

Un buen “croquetón” –ayudándoos del bolígrafo como escala, veréis que lo de “croquetón” no era publicidad engañosa- de jamón y huevo duro.
Una excelente anchoa de Santoña.
Una muy, pero que muy buena tortilla de patatas. Dícese en el Valle de Arán que para disfrutar de la mejor tortilla de patatas uno debe ir a Casa Perú o a la Borda de Lana (su comedor de verano). Yo al día siguiente comía en la Borda de Lana y os aseguro que me quedo con la del restaurante Basteret.
Una soberbia –mantequilla pura- pieza de casi un kilo y medio de vaca vieja (6 años) alemana –no esperéis que haga ningún chiste fácil- cocinada en su justo punto a la brasa y acompañada con pimiento rojo escalibado. Hasta ese día, si el carnívoro que habita en mí estaba desatado, en Era Bruixa era donde debíais buscarme, hoy, seguramente me encontraréis en el restaurante Basteret.
Y un muy buen flan de queso fresco.
En definitiva, un restaurante que os sorprenderá, y no por lo innovador de su propuesta gastronómica sino por los muchos años que llevan cocinando tan y tan bien.

Bodega: Mauro 2009 (Tempranillo y Syrah). Bodegas Mauro. DO Castilla León.
Precio: 40 €

En pocas palabras: Cocina montañesa de altura.

Indicado: Para los que saben que la sencillez (una buena anchoa, una babosa tortilla de patatas o un exuberante pedazo de carne) no está reñida con la excelencia.

Contraindicado: Para los que creen que todos los restaurantes de montaña tienen el encanto de un chalet suizo, pues la sala del restaurante Basteret tiene más de merendero que de bucólico comedor helvético.
Carrer Major 5, Vielha (Lleida)
973 640 714

domingo, 12 de agosto de 2012

Betlem

Érase un colmado de Barcelona, hoy, por obra y gracia de Víctor, de cuyo apellido no quiero acordarme pero cuyo bagaje culinario no puede obviarse (Alain Ducasse o Can Fabes), convertido en un pesebre gastronómico.
Pesebre, o, y como Víctor ha apostillado a su restaurante Betlem, miscelánea gastronómica, en la que, y haciendo bueno su sobrenombre, todo tiene cabida, pues en esta bonita estampa que dibuja el restaurante Betlem, el oro, el incienso y la mirra los descubriréis entre sus referencias dulces, buey y vaca aúnan méritos y años en una soberbia pieza de vaca vieja, los pastores, o meras comparsas dotadas de irregulares virtudes se transmutan en los más típicos bocados de la cocina de tapas y platillos (bravas, croquetas, tortillas, bocatas…) siendo el verdadero objeto de adoración de este pesebre gastronómico del ensanche Barcelonés el buen ambiente –ese buen rollo que hoy necesitamos tanto o más que el pan que llevarnos a la boca- que en él se respira.
Y así, en esta peregrinación más que recomendable a este portal de la calle Girona de Barcelona, el pasado lunes pude disfrutar de:

Unas buenas bravas como resultado de la suma de unas excelentes patatas y de una algo más floja, y no por adolecer de picante sino por asemejarse en demasía a un romesco, salsa brava.
Una buena coca de pan con tomate.
Unas correctas croquetas de jamón a las que un aceite para frituras algo, o mucho ajado restaba enteros.
Una notable tortilla (perfecto el punto de cocción del huevo) de butifarra negra y setas sobre la que podría recaer más mérito de otorgar más protagonismo a la butifarra negra y de no ser tan perceptibles el sabor y la textura a conserva de las setas.
Un muy buen bocadillo (excelente el pan) de papada crujiente.
Una muy meritoria, y especialmente al ponerlo en contexto con su precio (10 €), tagliatta de vaca vieja con piquillos.
Y un acertadísimo trío de postres encarnado por:

Un crumble de galletas “Chiquilín”, zanahoria confitada y espuma de coco.
Requesón con helado de yogur y pasta china frita (el mejor de los tres).
Y su versión de la “Copa Danone”: ganache de chocolate con frutos secos caramelizados y nata montada.
En definitiva, un restaurante bonito, barato y lo bastante bueno como para que vuestra primera vista no se haga esperar –la segunda vendrá sola-.

Bodega: Obalo 2008 (Tempranillo). Bodega Obalo. DO Rioja.
Precio: 25 €

En pocas palabras: Encantador popurrí gastronómico.

Indicado: Para los que huyen de la tapa y el platillo “de serie”.

Contraindicado: Para los que ni mesas de jardín ni taburetes son compatibles con una buena mesa.
Girona 70, Barcelona.
932 655 105 (no aceptan reservas)