No hace falta ser muy avispado para, tras las precedentes líneas introductorias, atreverse a pontificar que Moments no es mi restaurante.
Así que, fanáticos –expresión a la que en los Diálogos de Cocina a los que tuve la fortuna de asistir hace unas semanas dieron una magnífica definición: “aquellos que solo tienen una idea, y por eso la defienden hasta la muerte”-, de la genial y algo, dicho sea con todo el cariño, histriónica Carme Ruscalleda, probablemente, lo que leáis a continuación no sea de vuestro agrado, pues en Moments se da cita, desde mi punto de vista, uno de los peores vicios de la mejor alta gastronomía.
Comencemos por el final.
Es innegable que la cocina que practica Raül Balam, como extensión de la filosofía culinaria de su madre, Carme Ruscalleda, debe subsumirse en el concepto de alta gastronomía.
Dentro de ésta, a mi parecer, y parece que también al de notorias guías (Michelin, Repsol) y reputados críticos, la cocina del restaurante Moments, como extensión de la del restaurante Sant Pau –por ejemplo, los aperitivos y divertimientos de pastelería que se sirven en Moments son los mismos que los servidos en el restaurante de Sant Pol, aunque con un mes de “vacatio legis”- es de las mejores del mundo.
Lástima que una falta de mensaje propio –es lo que sucede cuando no se crean nuevos conceptos gastronómicos sino sucursales de uno que funciona-, el hecho de entrar en el mal necesario de la gastronomía de hotel –y digo mal necesario, pues parece que hoy son los hoteles los únicos que se atreven, supongo que por cuestiones de costes de estructura, con los grandes restaurantes, aunque éstos deban pagar el precio de cierta frialdad, de la que, lo siento, se contagia su propuesta gastronómica- y, particularmente, unos precios sumamente desorbitados -el gran lastre de la mayoría de los restaurantes de "Hotel"- hayan hecho que mi recién experiencia en el restaurante Moments me haya dejado un notable sinsabor como resgusto final.
Como nada de lo que digo, bueno, que escribo, suele ser gratuito, aquí va la cronología de los acontecimientos de una velada que, salvo pérdida de la memoria, sumo compromiso o racionalización de sus precios, no se repetirá.
Pasan unos minutos de las dos y media de la tarde de un bonito miércoles de marzo en la todavía más bonita Barcelona cuando, tras cruzar el también precioso Hall del hotel Mandarin y ya sentado en mi mesa de la elegante, moderna y acogedora sala del restaurante Moments, solicito, mientras hojeo la carta, mi vermut rojo de rigor.
En este caso, un vermut Izaguirre Reserva, por el que, al examinar la cuenta veo que se me han cobrado 12€.
¿Saben cuánto cuesta la botella de este vermut? Algo menos de 6€. Así que en el Moments, por una copa de vermut, algo parecido pasa con los vinos, te cobran el doble que el precio de la botella: aberrante.
Así tras disfrutar de mi vasito de vermut –en ese momento todavía no conocía su precio-, de limpiarme las manos con una agradable toallita tibia y de que hiciesen entrada en la mesa un magnífico pan elaborado por un horno de Argentona en exclusiva para el restaurante y un excelente aceite de Siurana, llegaba el turno del Menú Degustación (125€).
Menú Degustación, cuya antesala estaba protagonizada por el algo pretencioso –lo digo por el nombre y a tenor de lo que contenía- Micro Menú de Aperitivos.
Micro Menú compuesto por:
Un flojo, y seco teniendo en cuento que su función es la de despertar el apetito, cuscús con calamar, fruta seca, coriandro y almendras.
Y unos correctos: langostinos con acelga frita y mayonesa de ajo y pimienta; foie gras con piña y espinacas; coca especiada con pera, queso azul, achicoria y su vinagreta.
Así, entre unos algo decepcionantes aperitivos, se abrió paso, descontextualizado del precio, un notable Menú Degustación compuesto por:
Unos buenos guisantes del Maresme acompañados por una excelente butifarra negra hecha en casa -vi cómo se preparan en la conferencia que Carme dio en el pasado Fòrum Gastronòmic de Girona-, panceta y cebolleta caramelizada.
Unas excelentes espardeñas con judías del ganxet, crema de espinacas y espuma de daikon.
Un notable plato –aunque de estructura y cromáticamente algo, o mucho repetitivos con los dos que los precedían- de cigalas con alcachofas del Maresme en tres texturas.
Un excelente bacalao de Cuaresma - supongo que la paupérrima cantidad, y lo dice uno que sigue la enseñanza de su "iaio" quien predicaba que “uno debe abandonar la mesa con algo de hambre”, de bacalao que había en el plato también era para hacer cristiana penitencia- magníficamente acompañado por pasas, membrillo, reducción de ratafía y yema de huevo rellena de sofrito.
Y un también excelente plato de pluma de cerdo ibérico con manzana (caramelizada y en crudo) pera y rúcula.
Palabras mayores merecen la selección de quesos y, particularmente, su maridaje.
Casa Mateu (oveja) con un ravioli de tomate, perejil y aceitunas.
Ibores (cabra) con confitura de plátano.
Gorgonzola dulce (vaca) mazapán de Marsala.
Livarot (vaca) con pan de higos, avellanas y orejones.
Boulette d’Avesnes (vaca) con bizcocho borracho de cerveza negra.
Muy interesantes también los dos postres, más el “bonus track” que me ofrecieron, no por mi cara bonita, sino tras manifestar que me faltaba algo de contundencia de sabor, entendida como presencia de sabores profundos tales como ahumados, tostados, etc., en los dos primeros, protagonizadoos por:
Una ensalada de moras, frambuesas, piña y fruta de la pasión con helado de mango y bombón de pimienta rosa y vainilla
Un “bombón” de coco con crema de fruta de la pasión y helado de vainilla de Tahití.
Un helado de trufa negra sobre una ralladura de bizcocho de cacao.
Perfecto el colofón que puso un buen café y unos magníficos divertimientos de pastelería: chuche de yuzu, coca de cabello de ángel y piñones, pasta filo de sidral y regaliz, chuche de chocolate blanco y sésamo negro, trufa de chocolate y naranja, macarron de coco, bombón helado de plátano y turrón crujiente de arroz y almendra.
En definitiva, un marco agradable, un muy profesional servicio de sala, una comida notable a pesar del sucursalismo antes apuntado… y una de las peores relación calidad-precio que he visto en mi vida: esto es, a mi entender, el restaurante Moments.
Bodega: Más de lo mismo. Magnífica carta de vinos pero con referencias carísimas. 4 copas: Gaba do Xil 2009 (Godello, Valdeorras), Cérvoles Blanco 2008 (Macabeo y Chardonnay, Costers del Segre), Bernat Oller 2006 (Merlot, Conca de Barberà)y MR (Moscatel de Alejandría, Sierra de Málaga) = 50€: prohibitivo.
Precio: 200 €
Calificación: 16,5/20
En pocas palabras: Una y, por el momento, no más.
Indicado: Para los que deseen conocer la cocina de Carme Ruscalleda sin tener que desplazarse a Sant Pol.
Contraindicado: Para los que no puedan, o no quieran obviar una desajustadísima relación calidad-precio.
Paseo de Gracia 38-40
931 518 781
PD: Sin saber muy bien el porqué de mi decisión, he inscrito este blog al concurso de cocina.es al mejor blog gastronómico, así que, si creéis que lo merece, por favor, pulsad ESTE LINK y votad por Brillat-Savarin.
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eduard