Los “ismos” han sido, son y, mucho me temo, por los siglos de los siglos serán nuestros compañeros de viaje.
De hasta 666 –diabólico número para tendencias que carga el Diablo- de estos dichosos, o jodidos, dejes podría llenarme la boca, pero me limitaré a citar seis de los que más adolece el panorama gastronómico.
Integrismo: ¿No ha dejado ya demasiadas víctimas el “conmigo o contra mí”?
Caínismo: el “y tu más” de la política, o el “y tu peor” en la cocina.
Hedonismo: cocineros estrella y con estrella –aunque, muchas veces, también estrellados- con más borrones de tinta en sus camisas de las plumas con las que firman autógrafos y sucursales que manchas de grasa en chaquetillas que bien poco, o nada, ya se enfundan.
Clientelismo: de “do ut des” (doy para que des) lo hay en todas partes, pero lo de te invito a comer para que no me pase como al Coronel de Gabriel García Márquez ya apesta.
Cortesanismo: no me van ni el lila ni el naranja, pero a ver si, por fin, también en gastronomía, la casta deja de ser intocable.
Borreguismo: el de una sociedad dócil –cada día menos-, maleable –cada día más- y de paladar, no sé si adormecido o impúber.
Y este último es el que me da pie a hablaros del restaurante Lando, pues esta casa de comidas se ubica en una de las zonas más calientes, gastronómicamente hablando, de Barcelona –a pesar de que la mayor parte de su oferta deja a uno más que frío-.
Una zona, unas manzanas (entorno a la calle Parlament) que, en los últimos tiempos, se han convertido en un lugar de peregrinaje. Si el musulmán tiene que ir, como mínimo, una vez en su vida a la Meca, el barcelonés de pro debe dejarse ver, como mínimo, una vez al mes por esta zona del barri de Sant Antoni.
Barrio que se está convirtiendo en un destino turístico de proximidad para los vecinos de la Ciudad Condal. Los de siempre, los de allí, los de las chanclas con calcetines seguirán pululando por la Rambla o Passeig de Gracia y los nuevos turistas, los de aquí, los que se están dejando barba y han tapado con cuadros los caballitos o lagartos de sus camisas ahora vermutean en Parlament o Manso. Unos denostados y otros admirados -¡Qué triste!-.
Vaya rollazo que os he metido, pero es que las modas sacan lo peor de mí que, como bien sabéis, por padecerla demasiado a menudo, es la verborrea.
El vermut siempre ha sido mi religión. Hasta creo que hice la primera comunión con alguno de los cuatro que hace 25 años había en el mercado, y no los 400 –mucha cantidad y poca calidad- que hoy nos invaden.
Y, ni ruedas de molino ni ceviches porque sí, pues un servidor, en cocina y en la vida, comulga, como diría el bueno de Karlos, con lo que tiene fundamento.
¿De qué iba a hablaros, hoy? Me he dispersado tanto que ya no sé si esto iba del restaurante El Cau de Sant Llorenç –a, no, que éste fue el último-, del restaurante Tandoor –tampoco, que éste espera en la recámara- o del restaurante Lando -¿Sí, no?-.
Sí, y sí también para el restaurante Lando, pues, afortunadamente, esta casa de comidas aporta algo de fondo a la moda –insustanciales por sustancia- de la calle Parlament.
Y el restaurante Lando da contenido al agradable continente que es Parlament y sus calles aledañas, pues esta casa de comidas que cuatro amigos (Toni, Albert, Òscar y Vanesa) abrieron en octubre 2014 rezuma personalidad.
Una personalidad que se advierte por doquier –hasta en los baños, dónde los chistes de Eugenio que hacen las veces de hilo musical seguro que han provocado que más de un comensal creyese que su acompañante se había ido a por tabaco- y, en particular, en…
Una sala provista de una limpia y acogedora estética industrial y atendida con atención y amabilidad por un personal de mención –especial para Nadine y Òscar-.
Y una cocina, con carácter y sabrosa, esbozada por Bernard Benbassat y cuyo día a día debe sacar adelante Daniel Viejo.
Personalidad que descubrí y de la que disfruté de la mano de:
Un buen –por diferente y, sobre todo, por las marcadas notas a madera y a vino, y por su equilibrado contraste dulce-amargo- vermut (Antica Formula Blancaflor) tomado en la agradable terraza del restaurante Lando.
El valor seguro que son los panes de Triticum, aquí bien acompañado por un aceite de olivos milenarios (Llum del Mediterrani) de la olvidada y mediterránea variedad Farga.
Un interesante aperitivo de la casa en forma de un ceviche –me persiguen ya hasta en los sueños- de corvina, fresones, aguacate, cebolla y curry rojo que, devendría una gran entrada si se plantease “Coure style”, esto es, sin pescado. No solo pues la corvina no estaba aderezada sino cocinada por el efecto de los cítricos, además de estar cortada de forma poco precisa, sino pues la combinación aguacate, fresones, cebolla, cilantro, lima y curry rojo era del todo ganadora.
Una notable ensaladilla rusa con salmón salvaje de Alaska, brotes de guisantes, ramallo (o el percebe de la plebe) y huevas de pez volador.
Unas muy buenas pitas de carrillera –magnífico y especiado guiso que serviría para un roto o para un descosido o, traduciendo, para unos canelones o una boloñesa con mucho punch- aderezadas con cebolla encurtida, cilantro y harissa.
Un notable tuétano con crumble especiado y sésamo al que seguro que le hubiese puesto un excelente algo más de sal mediante –el mejor esteroide para desarrollar el sabor de la grasa, aquí algo atenazado por tanta especia-.
Una irregular costilla de cochinillo. Muy bien por el kimchi de berza que la acompañaba. Bien por la calidad y textura de la carne. Mal por el exceso de majado de hierbas secas y pimientas que enmascaraban el delicado sabor del costillar. Y muy mal por una piel quemada que terminaba por embrutecer el paladar.
Una refrescante –lo que era menester- e interesante composición de melón, muesli, pimienta de Sichuan, menta y sorbete de limón al comino –lo mejor del postre-.
Un postre timorato pues, lo que debía ser una atrevida y sugestiva combinación de remolacha (cremoso y chips), yogur, chocolate (mousse) y short bread se materializaba como un poti-poti de confusión gustativa por efecto de una mousse tenue de sabor y por la inesperada intervención de unos arándanos y de una plaga de pipas que no aportaban nada –sino todo lo contrario-. Sin duda, fue la decepción de la noche. Decepción nada previsible pues los postres del restaurante Lando los firma Ana Carles-Tolra (formada en Espai Sucre).
Una buena e ideal para los que en plena operación bikini no quieran renunciar a pequeños caprichos torrija con crema de cítricos y helado de turrón de Jijona que, no obstante, a mi entender, adolecía de falta de untuosidad.
En definitiva, un restaurante que derrocha personalidad y sabor y que, en una zona en boca de todos ofrece algo bueno, bonito y barato que llevarse a la boca.
Bodega: Pequeña pero gran –por sus referencias para todos los gustos y bolsillos y por sus precios más que populares- carta de vinos, de la que me quedé con la Gamay de Marcel Lapierre Morgon 2013.
Precio: 40€. Precio medio: 20€-30€ + bebidas.
En pocas palabras: Hipsteo con fundamento.
Indicado: Para tener una sabrosísima excusa para, aunque solo sea por un día, estar a la moda.
Contraindicado: Para los que en la calle Parlement van a hacer lo mismo que muchos diputados al Parlament: ver y ser vistos.
Passatge de Pere Calders 6, Barcelona.
933 485 530
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