domingo, 12 de abril de 2015

Mont Bar

Sé que me había comprometido a que en sucesivas crónicas arrojaría luz sobre nuestra cocina de provincias –que no provinciana, o como mínimo no siempre-, y aquí y ahora os aseguro que las próximas entradas de este blog las coparán los restaurantes Les Moles (Ulldecona), El Molí dels Avis (L’Ametlla de Mar), Can Bosch (Cambrils), y Brots Restaurant (Poboleda).

No obstante, el almuerzo que acabo de regalarme en el restaurante Mont Bar reclama a gritos que lo verbalice sin dilación, que os lo sirva en crudo –como solo pueden ofrecerse los grandes manjares- y, por ello, me veo obligado a sumir en un breve barbecho a los restaurantes en los que he hecho parada y fonda en una tan tardía como fructífera Semana Santa.

Grande y todavía más grata ha sido la sorpresa que me ha deparado el restaurante Mont Bar, pues si ya desde mi primera vista a esta casa de comidas del “gaixample” entendí que la apostilla “Bar” le quedaba muy, pero que muy corta, tras el ágape que mientras escribo estas líneas estoy digiriendo, no me cabe duda alguna de que el restaurante Mont Bar encierra una de las mejores cocinas de Barcelona.

Una cocina, una oferta gastronómica de muchos quilates cuya razón de ser debe buscarse y encontrarse en el binomio, y también pareja, Iván-Ana.

Iván Castro: un paladar con fondo, un comprador en forma –no solo no encontraréis en la carta del restaurante Mont Bar un solo producto de los “chinos” sino que todos cabrían en un escaparate de Tiffany’s- y un restaurador íntegro que ante la disyuntiva de arriar velas y navegar a favor de corriente –lo que hacen el 99% de los patrones de los restaurantes de nuestra ciudad y que suele traducirse en una travesía tan tranquila como insulsa- ha decidido izar la Mayor, el Génova y los Foques de su buque ofreciendo así al pasaje barcelonés un crucero para el recuerdo.

Ana Merino: una gran capitana de los fogones que, escudada por marineros de la talla de Marta Buzón (Calima, Gaig…) y Domenico Ungaro (escuela Vilà), cual mago de la chistera, es capaz de sacar de una cocina de Optimist platos propios de la Volvo Ocean Race.

Podríamos seguir surcando los mares y decir que el gran mal del restaurante Mont Bar es que navega entre dos aguas, las de un restaurante de tapas y platillos al uso, pues uno puede disfrutar en el restaurante Mont Bar a base de croquetas, ensaladillas o molletes, y las de un “gastronómico”, pues en su corta carta hay numerosas referencias de autor para el deleite, y que esta bicefalia, que redunda en que la factura de un ágape en el restaurante Mont Bar pueda oscilar entre los 30€ y los 90€, hace que, para muchos, no encaje ni aquí ni allí –para mí, no obstante, lo hace en ambos sitios-, pero entiendo mejor poner pies en tierra firme y, con base en los siguientes hechos, ilustrar el porqué de considerar el restaurante Mont Bar como una de las mejores casas de comidas de Barcelona.

Aviso para navegantes: la siguiente comida no es apta para casi ningún estómago y, por ello, no refleja en absoluto el tiquete medio del restaurante, pero hoy el cuerpo me pedía un homenaje y, a su vez, hacer buena la frase que tantas veces me ha dedicado mi abuelo y que reza “Eduard, es más barato comprarte un traje que invitarte a comer”.

Traje a medida en el restaurante Mont Bar que compusieron:

Un Yzaguirre del que, a pesar de ser de tirador –todo lo bien que le sienta a la cerveza le sienta mal a un vermut- disfruté en la agradable terraza del restaurante Mont Bar, acompañado por una notable selección de aceitunas de aquí (Lleida) y de allá (Aragón, Andalucía).

Un buen servicio de pan del solvente horno Sant Josep de la calle Roger de Llúria regado con un mejor aceite ampurdanés (Clos de la Torre).

La mejor –por supuesto, siempre a mi entender- croqueta, en este caso de jamón ibérico, que uno puede zamparse en Barcelona y parte del extranjero. Su secreto, la clave de su éxito: la delicadez de su bechamel.

Un notable mollete frito de papada de cerdo con cilantro y salsa Hoisin, al que la excelencia se la daría un plus de acidez o de picante en la salsa.

El bueno y el malo –el feo no estaba invitado, pues ambos tenían, como todos los platos del ágape, una factura de museo- de los buñuelos. De traca el clásico de bacalao con mayonesa de membrillo y un petardo, tanto por un exceso de acidez del aderezo como por una textura poco reconocible del buñuelo, el de cococha con mayonesa y esferificaciones de yuzu.

Unas tan impecables como enormes gambas de Palamós.

Una ostra francesa a la que el aderezo de apio y yuzu le quedaba grande dada su falta de salinidad.

Una magnífica ventresca ahumada de atún D.O. Balfegó, matizada con lágrimas de praliné de piñones y brotes.

Unos excepcionales guisantes lágrima, con sus brotes y velo de panceta, pero a los que afeaba la crema de sus vainas que los acompañaba -les restaba frescura, verdor-.

El mejor ceviche que he comido –y, dada la poca originalidad de nuestros restauradores, son unos cuantos-: vieiras, yemas de erizo gallego, una suave leche de tigre (lima, cilantro, Cigalis…), juliana de pimiento de Padrón, cebolleta, aguacate, maíz liofilizado, brotes de amaranto, y pitahaya. Mil y una pinceladas para un plato impresionista e impresionante.

Una excelente composición de caballa, ajoblanco de coco, kumquat –menos sería más-, ralladura de cítricos, chalota, rábano y brotes de cilantro.

Y una de matrícula en forma de espárragos blancos, sus esferificaciones, yemas de huevo de codorniz y caldo clarificado de jamón ibérico.

Un profundo a la par que equilibrado tártar de lomo de atún D.O. Balfegó con berenjena escalibada, ralladura de raifort y espaguetis de soja -¡Un secundario de Óscar!-.

Un notable cochinillo ibérico aderezado con salsa cantonesa –lo mejor del plato, en parte, por sus notas a citronela-, sorbete de pomelo y pak choi.

Un excelente lechazo acompañado con su demi glace, ñoquis de scamorza y pesto de menta. Plato que sería, a mi entender, de matrícula si en este gran lienzo se apreciasen trazos de especias como cúrcuma o comino.

Unos resultones, pero lechosos y dulzones, helados de galleta Chiquilín y de nueces de Macadamia.

Y un magnífica, brutal, espectacular… en definitiva, seguro que uno de los mejores postres de los que disfrutaré este 2015, versión del tiramisú, materializada en una espuma de mascarpone, cubierta con una cúpula nitro de chocolate blanco y trufa negra y acompañada de unos melindros empapados en capuccino y de unas galletas rotas de Amaretti y cacao.

En definitiva, como su nombre (Mont es el pueblo aranés donde nació y pació Iván) el restaurante Mont Bar está en la cumbre. La suya, pues no creo que pueda exprimirse ya más su cocina –talento hay de sobras-, y la de Barcelona –para observar a pocos, muy pocos restaurantes de Barcelona Iván y Ana tienen que levantar la mirada-.

Bodega: Igual que la cocina del restaurante Mont Bar no es de bar, tampoco lo es su carta de vinos (de las mejores de Barcelona). Tocaba elegir un vino a la altura de la comida, que no era tarea sencilla, pero lo conseguí apuntando muy alto –llamadme tonto-. Nit de Nin 2012 (Garnacha y Cariñena). Familia Nin-Ortiz. D.O. Priorat.

Precio: 160€ (80€ de la comida + 80€ del vino). ¡Qué homenaje me di! Lo que ilustra a la perfección la calidad del restaurante Mont Bar, pues solo en una gran casa de comidas te atreves a ir con el acelerador a fondo. Una comida no pantagruélica ni regada con un antojo –espero que mi mujer, cuando esté embarazada, sea más moderada en los suyos- rondaría los 50€-60€.

En pocas palabras: Ha nacido una estrella.

Indicado: Para confirmar que, en gastronomía también se aplica el principio jurídico de irrelevancia del “nomen iuris” –al final estudiar derecho me habrá servido para algo-.

Contraindicado: Para los que no saben disfrutar de la alta gastronomía si no media mantelería de lino y mobiliario de diseño.

PD: Si todo lo anterior os parece poco –los hay que nunca tienen bastante- el privado del piso de arriba del restaurante Mont Bar y sus dos degustaciones (80€ y 100€ + bebidas) espero que os dejen saciados.

Diputació 220, Barcelona.
93 323 95 90

2 comentarios:

  1. Ole, ole y ole
    Sí señor, homenajes como este enaltecen nuestro cuerpo y elevan nuestra mente
    Me recuerda a uno que me hice hace unos meses en Topik y que fue realmente un exceso en todos los sentidos
    No he estado nunca en este local, pero me lo apunto para hacerlo rápidamente
    Un abrazo

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    1. El nivel del homenaje es proporcional a la grandeza del restaurante.

      Bien harás en apuntarlo.

      Un abrazo,

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