Estrellas, soles, toques (gorros), esturiones, puntuaciones varias (del 0 al 5, nuestra tradicional del 0 al 10, la francesa, y que permite más matices del 0 al 20, los porcentajes americanos...), y otro largo etcétera constituyen una parcial forma de valorar un restaurante, que debe siempre ponerse en contexto con la crónica, crítica o reseña que acompañan, pues de otra forma carece de todo sentido la valoración. Este es, seguramente, el mayor defecto de Guías como la Michelin o la Repsol, en las que una valoración que permite escasísimos matices (de 0 a 3), va acompañada de una paupérrima letra.
Así, en mis crónicas, como habrán observado, se puntúa a los restaurantes del 0 al 20. No obstante, dicha valoración no es absoluta ya que debe ponerse siempre en relación con el texto y también el precio que la preceden, pues sólo intenta calificar lo más asépticamente posible, objetivamente, la técnica, la creatividad, la calidad del producto, el aroma, la textura y el sabor de lo que en la mesa se sirve, junto con el marco que la rodea (sala, servicio, etc.), no debiendo de constituir en absoluto el único indicador al que el comensal atienda para elegir un restaurante.
En este sentido, uno no siempre desea deleitarse con un excelente menú degustación, pues en ocasiones apetecen más unas buenas croquetas, una crujiente pizza, etc., o simplemente desea comer esos manjares que en algunos restaurantes sirven y que tal vez en su conjunto no merecen una calificación excelente ya que no mantienen un mismo nivel de excelencia en todas sus composiciones, mas esa única/pocas piezas que bordan merecen, sin duda, visitarlos.
En definitiva, quedarse sólo con la puntuación final de una crónica ofrece una visión sesgada de un restaurante, sin embargo, cuestionar el echo de puntuar un restaurante es síntoma de estrechez de miras, pues todo indicador que conduzca al comensal a una mejor mesa debe ser siempre bienvenido.
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