El local es elegante, el servicio es distante pero atento (escuela francesa), tanto la vajilla como la cristalería están a la altura de un restaurante estrellado, lástima que lo que más relevancia cobra en un restaurante, esto es, lo que sucede en los fogones, no responda a las expectativas que el nombre de su chef, May Hofmann, y la estrellada distinción, le confieren.
Debo manifestar que era un asiduo a las mesas de May Hofmann en la calle Argenteria, sin embargo, esta era la primera ocasión que visitaba su nuevo local en la zona alta, y no puedo sino concluir, una vez digerido el sinsabor de este mediodía, que parte de su esencia, de su atrevimiento, de su espíritu gastronómico bohemio, nunca hizo la mudanza del borne barcelonés, deambulando, seguro, en el limbo del talento culinario junto la magia que Carles, Jean-Luc y tantos otros decidieron un día despreciar para poder hacer la corte a los paladares más $olventes pero también más anacrónicos.
Puede que de estas primeras líneas de mi crónica sobre el restaurante Hofmann se esté desprendiendo una total falta de sensibilidad gastronómica del mismo, mas esto no es así en ningún caso, pues, lo que realmente sucede es que, a pesar de destellos de calidad que alumbran parte del ágape, imperan las sombras en la sensación global ya que esté queda muy lejos de copar las expectativas creadas.
Así, la comida de este mediodía dio comienzo con unos flojos aperitivos compuestos de: una corteza de cerdo con tomate, una crema de calabacín, un ravioli de pasta filo con jugo de tomate, un panecillo de sobrasada y una royal de foie con cebolla y reducción de porto, que hubiese resultado el único aperitivo realmente notable sino fuese porque la royal estaba demasiado fría (atemperada hubiese permitido apreciar mejor los muchos matices del foie).
Como entrante me decanté por unos hatillos de acelgas rellenos de mascarpone y piñones, y acompañados por un crujiente de ibérico y unos daditos de tomate fresco. Era un plato ligero pero casi insípido, sencillo pero simple, en definitiva, correcto pero impropio de una casa de comidas de lujo.
El plato principal, un carré de cordero con puré de patata raté, ajo escalibado y tomate confitado, era notable, pues los aromas ahumados propios del escalibado (tanto de la patata al horno como del ajo) se complementaban excelentemente con el carré y, asimismo, el tomate confitado le aportaba un dulzor controlado y un toque de frescor gracias a su propia acidez que le sentaba muy bien, sin embargo, uno no podía sino sentir que la composición del plato era demasiado tradicional, muy poco arriesgada para lo que se espera de este restaurante.
Como postre, lo que debería el buque insignia del restaurante, un soufflé de chocolate con helado de vainilla que, en ningún caso, ilustraba los magníficos dotes reposteros que se atribuyen a May Hofmann y a su escuela de gastronomía, pues adolecía de un exceso de harina y de falta de cremosidad en el helado.
Finalmente, los Petit-fours (bombones de chocolate con leche y de chocolate blanco, macarrons y galletas de mantequilla), servidos junto con un excelente café expreso, eran muy correctos, pero rompe algo la magia de un restaurante el hecho que lo que en sus, supuestamente, exclusivas mesas se sirve, también pueda adquirirse en “la tienda oficial del restaurante” que May Hofmann conserva en el borne.
En definitiva, y a pesar de lo escrito, en el restaurante Hofmann se disfruta de una buena mesa, sin embargo, ésta ya no transmite ni la magia ni el encanto que transmitía en la calle Argenteria, ni ofrece el valor añadido en la dirección y concepción culinaria que la factura haría suponer.
Vino: Allende 2005
Precio: 90 €
Calificación: 13/20
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