En 1753 servían vinos y salazones en la que fue la primera tasca de la Barceloneta, y hoy, el Grupo Ramonet mantiene ese espíritu tabernario en La Vinoteca, ofrece un desenfadado tapeo en La Fresca, su buque insignia (Can Ramonet) lleva más de 60 años sirviendo una tradicional cocina marinera y en el Nou Ramonet intentan darle una vuelta de tuerca a la cocina más genuina -por desgracia, en peligro de extinción- de la Barceloneta.
Y para esta noble causa y, de pasada, para ilustrar a la casa madre del Grupo, los herederos de Ramona y de Ramón han fichado al galáctico -a pesar de que unos torpes y miopes Inspectores le hayan arrebatado su Estrella, él, y su restaurante Manairó, brillan más que nunca- Jordi Herrera.
Pero comencemos, como es de recibo, por el principio.
¿Qué era el restaurante El Nou Ramonet antes de la reciente incorporación de Jordi Herrera?
Pues un acogedor restaurante (sus distintos salones rezuman luz, pero también un ambiente marinero algo forzado) atípicamente -desafortunadamente, el paso gastronómico de este barrio marinero lo marcan más Los Reyes de la Gamba y compañía que los La Mar Salada, Kaiku, Ca la Nuri, Barraca o Suquet de L’Almirall- “typical” Barceloneta, en el que Joseph (cocina) y Andrés (sala) daban de comer, razonablemente bien, al centenar de comensales a los que puede albergar.
¿Y qué quiere ser de mayor, de la mano de Jordi Herrera, el restaurante El Nou Ramonet?
Pues, sin duda, el restaurante “el nou” (nuevo en catalán) El Nou Ramonet quiere crecer, sobre todo, en términos cualitativos -no basta con hacerse mayor, hay que ser mejor-.
Mejoría que pretende alcanzar con la siguiente receta: “producto, producto, producto, arroces, arroces y tapas marineras con un plus”.
A la causa del producto -en el horizonte está ofrecer piezas únicas del mar- ayudarán, seguro, la estrecha relación que Jordi Herrera tiene con Maresmar, y la próxima adquisición de un horno Josper que se situará a la vista de los clientes.
Poca mano más deberá meter Jordi en los arroces pues, comido lo comido, puedo deciros que son de traca.
Y buena parte del camino hacia un tapeo que salga del gris que inunda la Barceloneta ya se ha recorrido también; pero no olvides, Jordi, que se hace camino al andar, y aunque muchos entrantes ya vayan rodados, otros tantos, al igual que algunos postres, deben tirar mucho lastre por la borda.
Buenas sensaciones y mejores intenciones arrojadas por un almuerzo al que dieron forma:
El valor seguro de un vermut Yzaguirre de tirador.
Un correcto pan del vecino horno Balboa, acompañado por la comercial arbequina tarraconense de La Boella.
Una excelente mortadela trufada -de las mejores que he probado, por la mortadela en sí, pero sobre todo, por lo natural de la trufa que la matizaba- acompañada por una solvente coca de pan con tomate.
Un platillo de jamón Joselito que sería todo un “platazo” de no haber sufrido un corte a máquina y de haberse servido a su temperatura -el jamón, como el buen vino, ya sea tinto o blanco, es muy friolero-.
Unas bravas que como patatas fritas eran excelentes, pero que, como bravas, adolecían de picante y de complejidad. Un tomate con tabasco, es tomate con tabasco y no una salsa brava “comme il faut” -por sus mil y un matices, prefiero el punch asiático al americano-.
Unos buenísimos mejillones gallegos al vapor, perfectamente acompañados por un alioli de manzana.
Unas notables ostras del sur de Francia, aunque, un servidor prefiere las del Atlántico -ya me perdonarán los de los criaderos del Delta-, y si puede ser el nuestro (el que baña Galicia), mejor que mejor.
Una muy buena croqueta de bogavante a la que solo le sobraba una pasta kataifi con complejo de panko que restaba recorrido gustativo a un excelente roux de bogavante (preparado con mantequilla y harina de este crustáceo).
Unas excelentes, y con sello Jordi Herrera (el padre de este tipo de cocción), sardinas a la llama, aderezadas con ajo, perejil y tomillo.
Un sabrosísimo, y en su punto, arroz caldoso de bogavante.
Una más que interesante sopa de jengibre con helado de mascarpone y canela.
Un mediocre milhojas de crema y frutos rojos.
Y unos tan duros -así tienen que ser- como buenos carquinyolis con vino dulce (una notable garnacha dulce).
En definitiva, si se mantienen las buenas intenciones y se consolidan las buenas sensaciones, estoy convencido de que de la apuesta del Grupo Ramonet por Jordi Herrerá resultará un El Nou Ramonet que será todo un referente de una cocina que no debemos dejar morir: la genuina de la Barceloneta.
Bodega: Carta de vinos conformada por casi un centenar de referencias que precisa de una buena reforma, no por sus precios -más que correctos-, sino porque la mayoría los encontraríamos en un lineal de una gran superficie. No obstante, conociendo la afición -casi devoción- de Jordi por los vinos con personalidad, por las rara avis, estoy convencido que en breve montará el andamio y colgará el cartel de “under construction”. Mi elección: Sanclodio 2014 (Albariño, Godello, Loureiro, Torrontés y Treixadura), Bodega San Clodio, D.O. Ribeiro.
Precio: 50€. Precio medio a la carta (25€-40€ + bebidas). Menú mediodía (18€).
En pocas palabras: El Nou Ramonet se hace mayor, y mejor.
Indicado: Para confirmar que, además de fritangas, paellas de sobre, pescados de charca, sangrías y chanclas con calcetines, hay cocina inteligente y sabrosa en la Barceloneta.
Contraindicado: Para los que todo lo que esperan de la gastronomía de la Barceloneta es una caña bien, bien fría.
Carbonell 5, Barcelona.
932 683 313
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