Pese al boom gastronómico –hago mío el cantar de los pájaros de mal agüero que pronostican que éste terminará peor que el inmobiliario- que estamos viviendo, debo confesaros que, no es tarea sencilla ofreceros un par de reseñas por semana sin recurrir a la agenda.
Para tal propósito, en ocasiones tiro de ránquines, también, con más asiduidad de la que querría, me sumo al carro de ilustres opinadores (palabro recientemente aceptado por la RAE), aunque no son pocas las ocasiones en las que me tiro a piscinas, muchas veces vacías –y vaya ostias que me llevo-.
Y, en este sentido, la crónica de hoy trae causa en un posicionamiento Top 10 en Trip Advisor –un portal en el que solo los neófitos pueden creer- y en la generosísima crítica que uno de los más respetados “bloggers” de nuestro país le dedicó al restaurante Cubica hace unas semanas.
A modo de “spoiler” os diré que, no estar alineado con un ranquin tan oscuro como los restaurantes que aúpa no solo no me preocupa, sino que me congratula. Sensación bien distinta es la que me embarga cuando, cada vez con más frecuencia, discrepo de observaciones que cada día lamen más que muerden.
Lanzada ya una primera piedra –me temo que más que piedra será boomerang-, toca ponerse manos a la obra –que ya os avanzo, terminará en lapidación- sobre mi experiencia en el restaurante Cubica.
Restaurante Cubica: un restaurante del barcelonés barrio de Sant Gervasi que, de la mano de Matteo Gavazzi (cocina) y Andrea Clerici (sala), inició su andadura hace, apenas, tres meses.
Cubica: un restaurante italiano –ya me permitiréis la pueril y asonante rima- de cabo a rabo. Y así es pues: ofrecen –o así lo pretenden- una cocina italiana contemporánea, en su bodega solo encontraréis vinos transalpinos, su personal, con un par de excepciones, nació en la bota de Europa y, el ambiente que se respira, es genuinamente italiano, esto es, “buenrollismo” a las maduras y “altivismo” a las duras.
Y de adentraros en el restaurante Cubica, ¿Qué encontraréis?
Pues…
Un acogedor interiorismo de estética industrial, en el que convive –sobrevive- una cubertería Zwilling con una mantelería 100% reciclable –cuando uno paga 50€ por barba, espera algo más que trozos de servilletas reciclables enganchadas en su incipiente barba-.
Y una propuesta gastronómica que, tirando de dos pedazos de sabiduría popular aprendidos de mi “Padrí“ (los abuelos para los ilerdenses) –del que también he escuchado en innumerables ocasiones aquello de “Eduard, es más barato comprarte un traje que invitarte a comer”-, podría resumirse en “arrencada de cavall, frenada de ruc” (arrancada de caballo, frenada de borrico) y “buen negocio haríamos comprándolos por lo que valen y vendiéndolos por lo que creen que valen”.
Y tan severa introducción trae causa en una cena que comenzó a las mil maravillas de la mano de:
Un Aperol Spritz y unas aceitunas (arbequinas y muertas de Aragón) disfrutados en la barra situada en la entrada del restaurante Cubica mientras me zambullía en sus cartas.
Un buen pan de aceite de elaboración propia al que deslucía el vulgar aceite que lo regaba.
Un “steak tartar” para el recuerdo. Sin duda, lo mejor de la cena, pues un solomillo de ternera perfectamente cortado a cuchillo y magníficamente aderezado con limón y pimienta y acompañado con una mayonesa de espárragos, rúcula -¡Y qué rúcula! Delicadamente amarga, y no astringente como con las que suelen castigarnos en la mayoría de restaurantes- y Grana Padano, se me antoja como el perfecto tártaro de verano (una suerte de matrimonio entre un tátaro belga y un carpaccio). A pesar de los pesares -¡Qué grande era Goytisolo!- un plato que justifica la visita al restaurante Cubica. Y la justifica pues el único pero que puedo encontrarle a este gran “steak tartar” es que se optase por un Parmesano de baja curación en vez de un buen Reggiano que le hubiese aportado un óptimo punto de salazón. Y enrollándome algo más, y pues la crónica es muy reciente, os diré que este aliño le iría como anillo al dedo a una carne con mucho más punch, pongamos, por ejemplo, que hablamos del tártaro de Bos Taurus Ibericus del restaurante Can Xurrades -¿Oído, Rafa?-.
Unos muy buenos “Tagliolini alla scoglio”, esto es, unos tallarines con mejillones, almejas, tomate fresco, albahaca y un fondo de pescado agradablemente –aunque no para todos los públicos- subido de picante. De tener que ponerle un pero sería que, si el matrimonio perfecto del pesto son los penne y el de la carbonara son los spaghetti, el del fruto di mare son los spaghettini.
Y, colorín, colorado, como el cuento, aquí lo bueno se ha acabado.
Y así es pues…
Su ravioli de mar es un plato tan poco lúcido como lucido. Ni puedo ni quiero negar ni la calidad de la pasta del ravioli ni su buen acompañamiento (una suerte de salmorejo con aceitunas negras y albahaca), pero pretender que un relleno de lubina y pargo, excesivamente acidulado y texturizado, tenga algo qué decir se me antoja como una quimera. Sin duda, de otro cantar hablaríamos si el relleno del ravioli hubiese sido de pescados de roca o de mariscos –no solo aguantarían el punch del acompañamiento, sino que se complementarían- o de mozzarella –con el que se ofrecería una más que interesante versión de la clásica caprese-.
El plato de pulpo frito con calabacín y su flor en tempura de azafrán es uno de los platos más pesados que he comido en mucho tiempo. En este sentido, no sabía si me estaba comiendo lo que rezaba la carta o un lomo con patatas fritas en un bar de carreta propio de “Pesadilla en la cocina”.
Y, para terminar de ir de culo y cuesta abajo, su tiramisú –el postre más maltratado de la historia y que todo hijo de vecino se atreve a versionar, a pervertir-. En este caso, la perversión del restaurante Cubica es hacer pasar por tiramisú una espuma de mascapone con melindros secos y cacao –una suerte de vaso de pastel de cumpleaños-. ¿Dónde estaban la yema, el café y el Amaretto, esto es, el alma del tiramisú? Ya os lo diré yo, desaparecidos en combate.
En definitiva, un restaurante que ejemplifica perfectamente la disyuntiva entre el ying y el yang pero que, por desgracia, tiende al lado oscuro. Matteo, Andrea, atended más a Obi-Wan Kenobi, que la fuerza y el talento para ser Jedais las tenéis.
Bodega: Carta conformada por una decena de referencias transalpinas bastante anodinas y todavía más caras. Mi elección: Heba Morellino di Scansano 2012 (Sangiovese y Syrah). Fattoria di Magliano. DOCG Toscana.
Precio: 50€. Precio medio a la carta: 25€-35€ + bebidas.
En pocas palabras: Menos lobos “Cappuccetto”.
Indicado: Para disfrutar del tártaro del verano o para los que quieran reafirmarse en que su italiano es La –cualquiera de ellas- Tagliatella.
Contraindicado: Para los que han comido en Due Spaghi, Xemei, Bacaro o Massimo –mi póker de italianos de cabecera en Barcelona-.
Regàs 30, Barcelona.
935 124 800
La veritat és quan vaig llegir una de les primeres cròniques d'aquest lloc i vaig veure les fotos, l'instint em va dir... "no... aquí no...".
ResponderEliminarAl teu quartet que subscric totalment i afegiria Meneghina, tot i que el darrer cop que vaig anar, vaig descobrir que havien incorporat un nou xef dels que passegen amb una tòfona i no em va agradar tant com la 1a vegada...
Ja veus, Ricard, que jo vaig ser més imprudent, més confiat -tot i que el crèdit d'alguns ja cotitza pitjor que el grec-.
EliminarLlarga vida al póker, o al repóker!
Sonrisas y lágrimas, pues? :-)
ResponderEliminarSonrisas y lágrimas, luces y sombras, cal y arena... y, por desgracia, algo más de las segundas.
ResponderEliminarHas provat l'Osteria del Contadino? Jo el posaria per davant d'alguns dels italians que comentes.
ResponderEliminarNo l'he provat, Xavi, però en prenc nota.
EliminarMoltes gràcies,