¿Qué futuro le espera a la gastronomía? ¿Un encumbramiento definitivo a la cultura o un descenso a la sencillez de los placeres mundanos?
Encumbrada como manifestación cultural podrá llegar a emocionar-nos, la admiraremos, indecentes sumas de dinero pagaremos para llevarnos un pedazo de ella, no a casa sino al estómago, nunca escapará a la sádica voracidad de algunos críticos, insaciables devoradores de la mano que les da de comer y, con ello, elevados a paladines de la estupidez, y al riesgo a su vulgarización no escapará. No ha escapado, pues son ya numerosos los ejemplos que demuestran que en una cultura de masas mal entendida ya se ha convertido. ¿Tanto cuesta entender que la cultura de masas no implica que todo el mundo deviene creador de cultura, sino que ésta deviene accesible a todo el mundo? Resulta que sí, pues son numerosos los autoproclamados artistas, con legión correspondiente de grouppies, muchos de ellos/ellas críticos acostumbrados a nadar siempre a favor de corriente, que andan sueltos por el panorama gastronómico.
Como simple expresión de un placer cotidiano (los médicos y nutricionistas nos dicen que lo sano sería que aconteciese cinco veces al día, ¡qué empacho de placer!, yo con un acto de placer y dos de supervivencia al día me doy por satisfecho), nos evocará recuerdos de infancia (aquellos canelones de la “iaia” o los macarrones de la “padrina”), nos ofrecerá un marco inmejorable para interminables conversaciones con los nuestros y, lejos de las emociones encorsetadas que abundan en algunas manifestaciones culturales, nos hará reír, llorar, gritar, callar...en definitiva, nos evocará sentimientos y emociones primarios, y como tales, auténticos.
Saben que les digo, tal vez el encumbramiento no sea un ascenso, y sobre el descenso recaiga el auténtico paso adelante, pues como no es el pintor el que convierte al cuadro en arte, sino el cuadro el que convierte al pintor en artista, es el placer auténtico, sin prejuicios ni convencionalismos, lo que eleva a cultura un plato, y no que éste ostente tal calificativo lo que lo hace placentero para nuestros sentidos, como tantos, negligente o dolosamente, nos intentan convencer. Que sea el placer el que juzgue el arte y no al revés.
Así que, vista, olfato, gusto y tacto, afínense, pues hay algunos auténticos artistas de los fogones que descubrir, pero muchos más de falsos que bajar de sus pedestales y tribunas.
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