Tres meses han transcurrido desde que David Reartes iniciase su aventura gastronómica en solitario, y tres meses han bastado para comprobar que ésta será una aventura de largo recorrido.
Así, en la calle Bailén de Barcelona se ha instalado Blanc de Tòfona, casa de comidas humildemente autodefinida como “desayunos, tapas y restaurante”, pues, a tenor de su oferta gastronómica y pasión que atesoran sus fogones, merece ser considerada como una de las mejores, junto con Vivanda, propuestas de tapas y platillos de la ciudad condal.
La cocina de David Reartes es de raíz tradicional catalana, de sabores profundos, con abundantes juegos de contratases (tal vez recurriéndose en exceso a los caramelizados), de cocciones precisas y, como artista que es (el restaurante lo presiden algunos de sus notables cuadros), está plagada también de toques creativos.
En mi primera visita, que seguro que no será la última, me decanté por la degustación de:
La única decepción de la noche, esto es, las croquetas de la yaya (precedidas por unos notables chips de yuca), pues a pesar de su sabor intenso adolecían de aceitosas.
Una morcilla con arroz kobe, cuya sutilidad gustativa la convierte en idónea para iniciarse a este manjar, acompañada de setas de temporada (tal vez ya demasiado tardías), rúcula y naranja confitada (perfecta para compensar el toque graso de la morcilla).
La coca de sardinas ahumadas, manzana Grany Smith y foie caramelizado, que fue, sin duda, uno de los mejores bocados de la noche, sólo empañado por un exceso de caramelizado sobre el foie que adquiría y le restaba respectivamente demasiado protagonismo.
El canelón de morro y tripa de bacalao, como era de esperar por su composición, era meloso y sabrosísimo.
La pluma ibérica ahumada con patatas confitadas será seguro un plato que en mi próxima visita repetiré, pues su cocción era perfecta, confiriéndole con ello una textura fantástica. Permitiéndome una licencia (propia de Mr. Ego de Ratatouille), que seguro muchos cocineros no me tolerarían, me atrevo a sugerir una acompañamiento algo más arriesgado par la pluma que una simples patatas confitadas. Así, de querer mantener el juego con el tubérculo, me decantaría por la misma patata ratte al tenedor con un toque de clavo y, de poder abandonar a su suerte a la papa, la acompañaría, porqué no, con un húmedo bizcocho de especias.
El último plato antes de los postres fue un excelente arroz con manitas de cordero y esparedeñas, del que destacaría su melosidad, pero que no alcanzaba el nivel del excelente mar y montaña que sirven en Libentia (arroz de oreja de cerdo y tripa de bacalao).
Como pre-postre opté por una refrescante sopa de tomillo con sorbete de manzana. Era todo lo que ofrecía, que junto con un toque de piñones tostados no anunciado, lo convertía en un bajativo notable.
La torrija con helado de especias y frambuesas caramelizadas que elegí como colofón a la cena me generó sensaciones encontradas, pues la torrija era excelente (bizcocho empapado, como el maestro Andoni predica con el ejemplo) pero en cambio mis papilas gustativas prefieren acompañamientos menos dulces para la torrija que una fruta caramelizada y un helado dominado por la canela.
En definitiva, Blanc de Tòfona es una de las novedades gastronómicas barcelonesas más prometedores y a la que le auguro un fantástico porvenir, pues, a pesar de algunos defectos en absoluto preponderantes en el global de la experiencia gustativa, David Reartes timonea con maestría su nave de la calle Bailén.
Vino: Predicador 2007 (de lo mejor, calidad-precio, que actualmente ofrece La Rioja)
Precio: 45 €
Calificación: 13/20
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