Treinta son los kilómetros que separan Vallfogona de Balaguer (el pueblo ilerdense que cobija el restaurante El Dien) y mi casa de la capital de “Ponent”.
Treinta kilómetros que, hasta el pasado sábado, no había sido capaz de vencer.
Treinta kilómetros que ilustran a la perfección la diferencia entre distancias reales y distancias psicológicas.
Más de medio millar de kilómetros me separan del restaurante Mugaritz y jamás este buen trecho ha enfriado, ni mínimamente, mi deseo de adentrarme en el universo gastronómico de Andoni.
Dos horas y pico de trayecto –con un último cuarto de hora de dolor- son las que, pongamos que salíamos de Barcelona, se precisaban para llegar a elBulli, y no creo que exista alma que, tras cenar en Cala Montjoi, éstas se le antojasen como un suspiro.
Algo más de una hora de conducción me supone ir a comer a los restaurantes Les Magnòlies y Can Bosch, y mucho tendría que torcerse el rumbo trazado por Víctor o por Joan en sus respectivas cocinas como para que esta distancia supusiese la más mínima traba para visitar una vez por temporada sus casas de comidas.
Treinta kilómetros son lo que tuve que recorrer para descubrir el restaurante el Cigró d’Or, y si no he disfrutado en más ocasiones de su cocina no ha sido por lo insalvable de la distancia que lo separa de mí, sino por falta de tiempo y al efecto de poderos ofrecer la máxima variedad posible en mis crónicas.
Treinta kilómetros que, en virtud –no busquéis aquí su acepción, su cara bonita, pues no la encontraréis- de la cena del pasado sábado en el restaurante El Dien: el máximo exponente de la filosofía gastronómica del Km. 0 de las tierras de Lleida, se hicieron mucho más largos que los veinte minutos que tardé en recorrerlos.
Y así es pues, a pesar de que la casa de comidas de DIana y ENric –no se trata de un error tipográfico, sino de la velada forma de descubriros el porqué del nombre del restaurante- es uno de los bastiones de la filosofía del Slow Food de Cataluña, su cocina de autor de Km. 0 no me sedujo en absoluto.
La culpa, sin duda, no la tuvieron ni los más que notables productos con los que trabajan (pescados salvajes de Tarragona y carnes o del Pirineo ilerdense o de caza), ni su correcta y a precios que agradecer carta de vinos, ni tampoco –a pesar de que el día lluvioso la dejó algo desangelada- su sala, sino que ésta la identificaría en su cocina: barroca, algo pesada y, por momentos, descuidada –desgraciadamente, males de los que adolece la gran mayoría de la gastronomía ilerdense y en los que hallar el porqué de su situación de ostracismo a pesar de la edad de oro que vive la cocina catalana-.
No leáis en mis palabras –en ningún momento así lo he pretendido- que el restaurante El Dien carece de virtudes, pues solo el hecho de atreverse con una propuesta gastronómica como la suya en medio de la nada –espero que los habitantes de Vallfogona de Balaguer me perdonen esta exageración formulada a modo de recurso literario- merece un sonoro aplauso, sin perjuicio de que, seguro, a muchos cautivan sus platos –tal vez más que los que suscribirían mis inmediatas palabras-.
Y así, la causa de cuanto he dejado escrito hasta el momento radica en:
Un correcto –más ruido que nueces- servicio de pan (blanco, negro, de aceitunas verdes y romero, de tomate y albahaca, de maíz y pipas, de cebolla, de beicon…), acompañado de un mejor aceite (Sarrut: variedad recuperada en la comarca de la Noguera), y unas interesantísimas sales vascas obtenidas por precipitación (chuscos de sal).
Una buena -aunque unos minutos más de Thermomix le hubiesen sentado bien pues su textura era mejorable- crema de guisantes con trucha, sus huevas y tomates secos.
Un excelente canelón de ternera ecológica con senderuelas, trufa del Montsec y queso de cabra Blanc de Torric. Sin duda, lo mejor del ágape y también el momento en el que todo comenzó a ir cuesta abajo.
Un buen, aunque en exceso cocinado, filete de cabracho incomprensiblemente acompañado por un popurrí compuesto por: patatas (de la cocción tipo “suquet” del pescado), almejas, vainilla, vieiras –horriblemente cocinadas: completamente fibrosas-, habas, puerro, alioli de membrillo, espárragos y carpaccio de manitas de cerdo. Uno de los platos más barrocos que he probado.
Un notable, aunque en exceso graso, cordero de Cal Pauet con colmenillas –absolutamente empañadas por la salsa española que regaba el conjunto- y espinacas a la catalana (crema, pasas y piñones) –muy buenas-.
Una buena cuajada de crema catalana con espuma de vainilla.
Unas muy, pero que muy mejorables texturas de chocolate con fresas. De los peores postres de chocolate, tanto por texturas como por sabores, que he probado en mucho tiempo.
Y unos flojos petit fours: brownie (robado del anterior postre), bombón de café, chocolate blanco y coco, espuma de vainilla (tomada prestada del primer postre) con moscatel, y bombón de romero, chocolate y oro.
En definitiva, una correcta cocina en exceso magnificada por muchos tras vestirse de Km. 0.
Bodega: Predicador 2006 (Tempranillo). Bodega Benjamín Romeo. DO Rioja
Precio: 60 €
En pocas palabras: Cocina con más fundamento que sabor.
Indicado: Para los que buscan una forma creativa de practicar el Slow Food.
Contraindicado: Para los ateos –para los laicos también- gastronómicos.
Calle Estació 28, Vallfogona de Balaguer (Lleida)
973 053 014
Ya te debe haber costado escribir esta reseña.....
ResponderEliminarCon el corazón en un puño ¡¡¡¡¡
Y tanto que ha costado, Bernie, pues tirar piedras sobre la gastronomía de su tierra a nadie gusta. No obstante, la exigencia tiene que ser igual para todos, sino, ¿qué sería de este blog?
ResponderEliminarUn saludo,
eduard