miércoles, 4 de noviembre de 2015

La Taverna del Clínic

Hay restaurantes sobre los que casi todo hijo de vecino tiene una opinión, y éste es, sin duda, el caso del restaurante La Taverna del Clínic.

Opinión, en ocasiones -menos de las que sería deseable-, formada (nacida de la experiencia) y, en muchas otras, informada -o, en función de a quién y cómo se lea o escuche, deformada-.

A continuación, La Taverna del Clínic oficial, y la mía -la oficiosa-.

Información:

Este clásico de la restauración barcelonesa está entre nosotros desde 2006 por obra y gracia de Pepe Simoes (un restaurador gallego afincado en Barcelona desde hace ya más de 40 años), aunque, actualmente, son sus hijos, Manuel y Toni, quienes, desde la sala y la cocina, llevan, respectivamente, las riendas del negocio.

Se autodenomina taberna, pero, en apariencia, y tras los arreglillos a los que se sometió en 2013 y, sobretodo, tras pasar por el quirófano a finales de 2014, nada más lejos de la realidad -si una imagen vale más que mil palabras, tres ni os cuento-.

Llena, hasta la bandera, a diario, a pesar de que su factura difícilmente baja de las 10.000 de las antiguas pesetas por comensal.

En La Taverna del Clínic se practica, o eso predican -ya estoy comenzando a opinar, así que, toca cerrar este capítulo- una cocina de mercado con destellos de creatividad.

Opinión:

Dicen ser un restaurante con alma de taberna, no obstante, más parece un restaurante de lujo con impropios dejes de taberna (e.g. servicio algo rudo o mantelería y cartas con manchurrones de aceite).

Ayer, el mejor de los productos era su materia prima y controladas dosis de creatividad su aderezo. Hoy, la materia prima que se sirve en el restaurante La Taverna del Clínic no es lo Premium que era (e.g. trufa, gambas o atún) y, en muchos de sus platos, advertí una excesiva sazón de creatividad malentendida (esa meramente efectista o que se sube al carro de la primera moda que pasa).

Como ya he dicho, el restaurante La Taverna del Clínic siempre ha gozado del favor incondicional del público, pero bien harán los hermanos Simoes en reparar en los extraordinarios casos de los restaurantes Can Vallés o Sense Pressa -los Guadiana de la cocina de mercado barcelonesa- para no terminar viéndose subidos en una montaña rusa en la que los llenos absolutos se alternan con temporadas de ostracismo igual de absoluto y solo explicable por la volatilidad, por poco formado y muy informado, del parecer del respetable barcelonés.

Información + opinión = Impresión (la de mi almuerzo de ayer):

Notable pan de cereales de elaboración propia acompañado por la excelente picual de la gama Premium de Bargalló -aquí, a diferencia de lo que hacen muchos otros al ponerse galones, Quico Bargalló no engaña a nadie-.

Muy buen tártar templado de ostra con caldo dashi, huevas de trucha, huevas de pez volador con wasabi, alga nori y ajo negro. Sin duda, lo mejor del menú, en parte, por ser un plato, gracias a su sutileza, capaz de hacer las delicias tanto del más voraz de los comedores de ostras como del que estos moluscos “le dan cosita”.

Malogrado carpaccio de boletus -excelentes- con piñones y vinagre de Módena de 25 años -una delicia y de perfecta complementariedad gustativa con esta seta-, por obra y desgracia del aceite de trufa -un impertinente invitado a una fiesta de sabores delicados-.

Una buena -pero a años luz de la que sirve la familia Balfegó- ventresca de atún a la plancha irregularmente acompañada. Bien por las alcaparras y el ajo negro, correcto para una dulzona salsa de miso, y mal, por demasiado invasivo, para el picadillo de jalapeños.

Una sabrosa concatenación de buenos productos: lubina salvaje, espárrago blanco, alcachofas, grosella de mar y cocochas de merluza con su pil-pil. Mucho producto, pero poco plato (en términos de integración de sabores) o, y haciendo un símil futbolístico de esos que todos entendemos, un plato que me evocó a ese Madrid de los galácticos en el que muchas estrellas no fueron sinónimo de un buen equipo.

Un desastre de risotto de trufa blanca con una marca de verduras (trigueros y tirabeques) y boletus. Desastroso el punto del arroz (pasado), su sazón (inexistente) y la calidad de la trufa blanca (seca, insípida, sin aroma… solo fachada).

Una muy buena lengua de vaca cocinada a baja temperatura, napada con una sabrosa demi-glace, y acompañada por un puré de boniato, un aire de verduras -efectista e imperceptible, ergo, sobrante- y una gamba, según lo anunciado, de Palamós pero que, además de haber sufrido una excesiva cocción, no había visto esta bonita localidad costera ni en una postal. Un buen plato de vaca, pero un fallido mar y montaña.

Y para poner la guinda -nunca mejor dicho, ya lo veréis, aunque sería más propio referirla como estocada final- a un triste almuerzo, otro desastre, en este caso, pues bajo el nombre de Mont Blanc se escondía un postre barroco, dulzón, pesado y tan poco lúcido como lucido en su ejecución: mousse de guindas rellena de guindas (pesada), crema de castañas (dulzona), chantilly helada (en exceso mantecosa), tierra de cacao (insulsa), oro comestible (más y solo efectismo) y fresitas. ¡Vaya castaña de guinda!

En definitiva, y pues la restauración tiene de ciencia exacta lo que un servidor de políticamente correcto, de dos sumandos (mejor espacio y más creatividad) y un minuendo (menos quilates en la materia prima) resulta la menor de las versiones de La Taverna del Clínic en las que he comido.

Bodega: De lo mejor, por el número -no tanto por su valor añadido- de referencias (más de 400) y sus precios (mucho más contenido que en análogas casas de comidas), del restaurante La Taverna del Clínic. Mi elección: La Llopetera 2013 (Pinot Noir), Bodega Escoda Sanahuja, D.O. Conca de Barberà.

Precio: 85€ (Menú del chef (50€) + bebidas). Otros precios: Menú degustación (90€ + bebidas); y A la carta (40€-60€ + bebidas).

En pocas palabras: No es lo que era.

Indicado: Para sus amigos, y comensales que advierten la misma coherencia en pagar 70€ en La Taverna del Clínic que otros tantos en Mont Bar o Coure.

Contraindicado: Para los que un día La Taverna del Clínic fue un faro hacia el Dorado de los productos de temporada.

Rosselló 155, Barcelona.
934 104 221

PD: Se rumorea en los mentideros gastronómicos de Barcelona que La Taverna del Clínic suena a Estrella. El próximo 25 saldremos de dudas, pero si en la Viña del Señor Michelin lucen una Nectari o Cinc Sentits y no Gresca o Coure, y dos se las regalan a Moments mientras que se las niegan a Dos Cielos, es que en ella todo cabe y cualquier cosa cabe esperar.

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