En 1987 comenzó la andadura esta casa de comidas situada a medio paso del barrio de Gracia, y cerca de la tercera década de historia, cuatro son las regencias que ha vivido.
Cuatro amos distintos, pero siempre un mismo nombre: La Ferreria. Para que luego se ponga en duda el romanticismo que hay detrás de los restaurantes –que no son, aunque tengan una “R” en la entrada, todos los sitios donde se da de comer-.
Y traspasa que traspasarás, un trío de palestinos se hizo, en octubre de 2014, con el restaurante La Ferreria.
Restaurante La Ferreria que, tras ser embellecido por la mejicana Mariel y puesto al día gastronómicamente –o eso pretendía- por el malagueño Enric Montero, ha remprendido la marcha no hace ni dos meses.
¿Y qué es lo que pretende ser esta nueva La Ferreria?
En cuanto al ambiente, el restaurante La Ferreria quiere ser:
Confortable: y lo consigue, de la mano de una distribución espaciosa y de unas sillas Louis XV de lo más cómodas –detalle nada baladí para los que tenemos una espalda en peores condiciones que las cocinas con las que lidia Chicote-.
Elegante: otra muesca en su haber gracias a una cubertería, a una mantelería y un largo etcétera de detalles provistos de muchos quilates.
Agradable: también misión cumplida, por obra y gracia de una cálida iluminación, de una música en vivo (guitarra o piano según el servicio) que no invade sino que acompaña, y de un servicio de sala voluntarioso.
¿Y en la cocina?
Pues, entre fogones, el restaurante La Ferreria querría practicar “una creatividad con los pies en el suelo” (sic.), no obstante, acaba ofreciendo una creatividad malentendida que si bien toca con los pies en el suelo, lo hace por lo terrenal, por lo venial de su propuesta gastronómica.
Una propuesta que descubrí a través de:
Un correcto servicio de panecillos (tinta de calamar –el mejor-, tomate y hierbas, y olivas), aceite, y sales (ahumada, volcánica y Maldon).
Una buena emulsión de marisco y verduras con rape y erizo.
Un bogavante, perfecto en su punto de cocción pero soso –máximo común denominador de la velada-, bien acompañado por unos brotes verdes aliñados con una vinagreta de frutos secos, pero al que afeaba, y mucho –me puso sobre aviso del mal del que iba a morir-, el coulis de frambuesa que lo aderezaba –hay leones que comen gambas y frambuesas que hacen lo suyo con bogavantes-.
Un tártar de salmón bien aderezado con sésamo blanco y negro, y mejor acompañado con leche de almendras, limón, eneldo y tomate seco que, no obstante, se convertía en un bocado pesado por obra y desgracia del aceite de trufa blanca que aliñaba el conjunto.
No sé si lo que le falta al restaurante La Ferreria es espíritu o capacidad crítica pero un bastante de alguna o un poco de ambas es. El espíritu crítico suele faltarles a los restauradores-cocineros –más duchos en ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio-, y de capacidad crítica suelen adolecer los restauradores-empresarios que se agencian de cocineros para que den forma a sus sueños o negocios, así que, supongo, aquí habrá más de esto segundo. La solución no la tengo, pero invertir más en cocina, hasta en asesores gastronómicos –pero no de esos que se guardaran de ser críticos y que, por no morder la mano que les da de comer, acaban por convertirse en cortesanos-, que en “community managers” o agencias de comunicación, sin duda, sería un buen inicio.
Pero dejémonos de divagaciones y volvamos a la cena.
Un buen rape –a pesar, de nuevo, de su falta de sazón- acompañado con colmenillas, gomacio (sal de sésamo) –además de no sazonar lo suficiente, su entrada en escena ya en el emplatado no evitaba que el pescado perdiese sus preciados jugos- y ajo negro. Sin duda, lo mejor de la cena.
Un lomo de cordero lechal (pasado de cocción), acompañado con tirabeques (secos), pimientos del piquillo (correctos) y jugo de carne y tomillo (vulgar). Sin duda, lo peor del ágape.
Un correcto magret de pato con salsa de chocolate picante, coco, cilantro y pimienta de Sichuan.
Una tapa de macedonia cítrica con orejones, maíz y cacahuetes.
Un plato de macedonia cítrica con tierra de chocolate blanco, maíz, grosellas, frambuesas, y aire de lichi.
Y un tan poco lúcido como lucido fondant de chocolate negro con frambuesas, grosellas, piñones y sopa de chocolate blanco a la vainilla.
En definitiva, buena gente, buen ambiente, pero una cocina que demuestra que con la intención no basta.
Bodega: Carta solvente –a buen entendedor…-. Lo mejor, que todos los vinos de la carta se pueden disfrutar a copas. Lo peor, sus precios. Mi elección: Finca Moncloa 2011 (Tintilla de Rota, Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot y Petit Verdot). Bodega González Byass. Vino de la Tierra de Cádiz.
Precio: 75€ (Menú degustación (50€) + bebidas). Otras formas de acercarse a la cocina del restaurante La Ferreria son su Menú Ejecutivo 29,50€ (disponible los mediodías de lunes a viernes), su Gran Menú Degustación (90€ + bebidas), o a la carta (precio medio 50€-60€ + bebidas).
En pocas palabras: Ni a la tercera, ni a la cuarta.
Indicado: Para cautivar a alguien al que no se cautiva por el paladar.
Contraindicado: Para los que cuando vamos a un restaurante queremos que lo mejor sea la comida.
Neptú 4, Barcelona
934 886 050
No hay comentarios:
Publicar un comentario