domingo, 13 de diciembre de 2015

Bonanova

¿Quién dice que los años pesan?

Los que así lo crean que se dejen caer por esta lustrada casa de comidas de la zona alta barcelonesa que en 1964 Adolfo Herrero padre levantó sobre unos billares.

Hace más de 20 años -no me pesan, pero es un pesar que pasen tan rápido- de mi primer ágape en el restaurante Bonanova y, sin duda, el que me regalé el pasado sábado ha sido el mejor de todos.

¿Cuál es el secreto?

Ninguno, pues la receta del éxito de restaurante Bonanova siempre ha sido la misma: producto, producto y más producto de calidad, una cocina puesta al servicio de éste y un servicio que convierte la sala del restaurante Bonanova en una extensión del comedor de casa.

Y, entonces, ¿Cuál es la clave de que el restaurante Bonanova esté viviendo una segunda juventud?

Pues que Adolfo, Cristina y Carlos (los hijos de Adolfo) han recuperado la esencia, la verdad del restaurante Bonanova, durante demasiado tiempo escondida tras ciertas dosis de creatividad malentendida y también algo mareada tras un inoportuno viaje en la montaña rusa de las modas, de las tendencias.

¡Cuántos -demasiados- restauradores siguen con la empanada mental que el seguidismo a lo “trendy” les ha provocado!

Y, para gozo de los que queremos a esta casa de comidas, y también para los que la querrán si son capaces de dejar en el armario sus prejuicios -unos nunca deberían haberse visto obligados a salir y, mucho me temo, que a éstos nos costará demasiado encerrarlos en ellos-, a la recuperación de una senda que nunca debió perderse se ha sumado la enmienda de dos achaques del restaurante Bonanova: una bodega apolillada que hoy resplandece, y un oscurantismo en los precios, ya sí, puestos todos ellos negro sobre blanco -el pardillo, o el jeta que se quejaba porque una ración de pulpitos o de angulas costasen 60€ y 90€ respectivamente ya no podrá hacerlo-.

¡Carambola!

Y mi última gran jugada en el restaurante Bonanova que, tras el paso de César Pastor, ha recuperado para el puesto de jefe de cocina a Mohamed Aisa (Toni para los amigos y que lleva más de treinta años con los Herrero), fue fruto de una acertada mezcla de las distintas realidades (productos de lujo (espardeñas o angulas), platos tradiciones (canelones o macarrones), productos de temporada (setas o alcachofas) y paltos de fondo y con fondo (“cap i pota” o rabo de buey guisado)) que conforman su carta.

Atinada y mejor resuelta comanda a la que dieron forma:

Un excelente -por ligero (de baja graduación) a la par que complejo- vermut Can Roda (de Santa Maria Martorelles), acompañado por unas verdísimas, ergo, buenísimas, aceitunas sicilianas, disfrutado en su acogedor patio interior (otrora su almacén -¡Quién te ha visto y quién te ve!-).

Un muy buen lomo de Juan Manuel (Guijuelo) con pan de coca con tomate.

Un buen pan de elaboración propia acompañado por un mejor aceite gaditano Summ (arbequina, picual, manzanilla y acebuchina).

Una excelente (crocante, untuosa…) croqueta de espinacas a la catalana. En el restaurante Bonanova nunca sabes la croqueta que te vas a encontrar (un día son de jamón, otro de setas, otro de rape, y así hasta el infinito) pues las entienden y las interpretan a la perfección como lo que son: sabrosa cocina de aprovechamiento.

Una sabrosísima tapa de alcachofas de El Prat a la brasa.

Una tostada de pan de coca con trufa blanca que valía más de lo que costaba (20€ cada tostada).

Unos magníficos chipirones de la Ametlla de Mar a la plancha.

Uno de los mejores “trinxat” que he comido -y son muchos, pues es uno de los platos invernales que más me gusta-. Su secreto: la calidad de la panceta y de la butifarra negra y, sobre todo, la ausencia de patata -lo hará más feo, pero como la auténtica belleza, el sabor está en el interior-.

Unos impecables salmonetes que no podían estar mejor acompañados: patata machacada con cebolla, y unos ajos confitados con un toque de vinagre.

Mi plato, y lo afirmo en toda la extensión del adjetivo posesivo, pues fue el mejor entre los mejores y nació de una conversación de hace unos meses con Carlos, en la que le sugerí que, con las magníficas ortiguillas con las que trabajaban, debían homenajearlas y, con ello, también a sus comensales, con un arroz. Claro está que disfruté como un enano de un arroz de ortiguillas, y de un “bonus track” en forma de un par más a la andaluza, pero quiero, pues es de justicia, que conste en acta que, por ser el mar hecho arroz, es uno de los mejores que he comido y, tal vez, el mejor que hoy se puede encontrar en Barcelona -sin duda, por sí solo, justifica la visita al restaurante Bonanova-.

Un magnífico -y por eso le he sido siempre fiel en mis más de dos décadas de visitas al restaurante Bonanova- helado de miel ecológica con nueces de Olba (el turolense pueblo del patriarca de los Herrero).

Y unos irregulares petit fours (pastel de chocolate y turrón, pastel de manzana y “carquinyolis”) en los que la pena era para los dos primeros y la gloria para los últimos.

Aunque, en puridad, éstos fueron mis grandes “petit fours”.

En definitiva, un restaurante que cotiza al alza pues ya no se fija en lo que hacen otros sino que lo hace en hacer mejor lo que siempre había hecho bien.

Bodega: Dicho ha quedado su crecimiento cualitativo, pero éste también ha sido cuantitativo (hasta llegar a algo más de 100 referencias). Mi elección: Bassus 2012 (Pinot Noir), Bodegas Hispano-Suizas, D.O. Utiel Requena.

Precio: 90€. Precio medio: no lo hay, pues uno puede comer igual de bien por 45€ que por 150€, todo depende de si a uno ese día el cuerpo le pide platos de la yaya o se ha levantado con el pie de Audrey Hepburn y antojo de quilates gastronómicos.

En pocas palabras: La moda de no ir a la moda.

Indicado: Para confirmar que el lujo no es clasista -lo somos nosotros-, pues éste pueden encerrarlo tanto unos macarrones como unas angulas.

Contraindicado: Para los que no saben ni lo que cuestan ni lo que valen los mejores ágapes.

Sant Gervasi de Cassoles 103, Barcelona.
934 171 033

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