En este sentido, algunos de los mejores restaurantes de España (Àbac, Alkimia, Caelis, Dos Cielos, Dos Palillos…) son vecinos de la capital catalana, pero lo que verdaderamente hace grande –enorme, diría yo- a la oferta gastronómica de Barcelona son las numerosas pequeñas-grandes casas de comidas que en nuestra bellísima ciudad encuentran el mejor caldo de cultivo para florecer. No obstante, en demasiadas ocasiones estos pequeños-grandes restaurantes se ven sumidos en un injusto ostracismo por culpa de la alargada sobra de los restaurantes mediáticos y el injustificado “bombo” al que a éstos damos –entono el mea culpa-.
Y así, al efecto de aportar luz a lo mejor de nuestro panorama gastronómico, y como recientemente han hecho dos de los más notables gastrónomos de nuestro país (Pau Arenós y Philippe Regol), la crónica que hoy nos ocupa viene a homenajear, a hacer justicia con uno de los muchos restaurantes “anónimos” de nuestra ciudad.
Restaurante bautizado como Allium, pero que, tras mi visita del pasado viernes, para mí siempre será la humilde y honesta casa de comidas de Jordi Casas.
Jordi Casas: un antiguo empleado de banca, un privilegiado comensal –no existe escuela de cocina que pueda suplir a la experiencia, al bagaje gastronómico, al efecto de comprender el pulso de los clientes- … que, hace algo más de tres años, dio rienda suelta al alma de cocinero que aullaba en su interior y se aventuró con el restaurante Allium.
Restaurante Allium: una casa de comidas que predica, sin integrismos –prueba de ello son los embutidos Maldonado (Extremadura) o el atún DO Balfegó que, afortunadamente, pueden encontrarse en su carta-, el credo del Slow Food, del Km O, que, a su vez, cuenta con uno de los más agradables servicios de sala de Barcelona y cuya oferta gastronómica se me antoja como una de las más destacadas, y auténticas, del gótico barcelonés (15 € menú mediodía y una factura media a la carta, sin bebidas, que, ni con mucho empeño, supera los 30 €).
Oferta gastronómica de la que, el pasado viernes, pude disfrutar a través de:
Unas arbequinas, unas cortezas de cerdo y una excelente longaniza de Espolla servidas a modo de aperitivo, y a las que acompañé con un correcto vermut de la casa.
Un notable dúo de aceites del Baix Ebre y el Urgell (Bancals de Camarles y OLi de Gel respectivamente) y un correcto pan (blanco y con tomate).
Unas sabrosísimas, aunque de mejorable rebozado, croquetas de pollo.
Una resultona coca de aceite con brotes verdes, queso ecológico, cebolla caramelizada y jamón ibérico, que, a pesar de, según me comenta Jordi, ser uno de los platos más celebrados del restaurante –supongo que el haber sido exhibida en el programa Cuines de TV3 tiene más culpa de ello que su sabor-, no me convenció.
Un perfecto “cap i tripa”. Por su sabor, su ligero punto picante, su textura y porque me dejó los labios pegados –la prueba del algodón en este tipo de platos-, un plato que justifica por sí solo la visita al restaurante Allium.
Un plato sabroso, aunque algo pesado, de notable aroma y, a mi entender, incomprensiblemente presentado como “angulas de pobre”: espaguetis cortados, chipirones, aceite, ajo y guindilla.
Un untuoso y más que recomendable arroz seco de alcachofa y costilla (intercostal) ibérica Maldonado.
El mejor flan de huevo de Barcelona. ¿Será por los 8 huevos y 16 yemas de Calaf con los que se prepara?
Una muy floja pannacotta. Era el día de su estreno en la carta y, sin duda, su falta de grasa (desajustada mezcla de leche y nata) y su exceso de gelatina (de haber tenido un mayor porcentaje graso no hubiese requerido tantas hojas de gelatina para que cuajase) hicieron que su debut fuese para olvidar.
Y unos buenos buñuelos de chocolate rellenos de ganache de chocolate, cuyo único pero sería una masa del buñuelo excesivamente gruesa, pues, la corta fritura a la que se somete el buñuelo al efecto que el chocolate no amargue comporta que la harina no se cocine lo suficiente.
En definitiva, una casa de comidas en la que se ama a la gastronomía. Y eso, se nota.
Bodega: L’Avi Arrufi 2005 (garnacha, cabernet sauvignon, merlot, syrah y tempranillo). Celler Piñol. DO Terra Alta
Precio: 40 €
En pocas palabras: Un oasis de honestidad y autenticidad gastronómica en el gótico barcelonés.
Indicado: Para los que saben que la pasión es un poderosísimo potenciador del sabor.
Contraindicado: Para los que todavía no han perdido esos kilos ganados en las Navidades, pues muchos de sus platos –no la pannacotta, ¡Qué lástima!- adolecen de un exceso graso.
Call 17, Barcelona
93 302 30 03