Tenía muchas ganas de comer en el restaurante Lyle’s pues, todo lo leído -y no fue poco al efecto de planificar mi semana grande gastronómica en Londres- apuntaba que James Lowe (su chef) encarnaba, en la capital económica del viejo mundo, lo mismo que Ana Merino (Mont Bar), Alvar Ayuso (Alvart) o Toni Romero (Suculent, 4 amb 5…) en Barcelona, esto es, lo mejor de la nueva cocina de la ciudad -no me alteréis el orden de los factores (nueva y mejor) pues, por desgracia, aquí la propiedad conmutativa no es de aplicación ya que los nuevos todavía están lejos de dar el “sorpasso” a la “vieja” y mejor cocina (la de los Adrià, Torres y Torres, Vilà, Casañas, Castro, Xatruch, Peña, Ivern…)-.
No obstante, la cena que me regalé en esta casa de comidas con Estrella -pero sin brillo- del barrio de Shoreditch (una suerte de Born y Sant Antoni al norte del distrito financiero de Londres), no estuvo a la altura de lo esperado -¡Dichosas expectativas!-.
Y no lo estuvo pues…
A pesar de la cálida y atractiva desnudez de su sala, la frialdad de su servicio te cortaba el rollo.
Su menú degustación será uno de los más baratos de Londres, pero comido lo comido, se me antoja como caro allí y como carísimo aquí.
Con honrosas y sabrosas excepciones, su cocina se me antojó como simplona -la hermana fea de la sencillez-.
Y junto con la predecible del restaurante Jamie Oliver’s Fifteen, a la otra decepción gastronómica que me llevé, y a la que facturaría -dado que viajé con equipaje de mano, hasta el más torpe entendedor captará el significado de tan gráfico significante- de mi viaje a Londres, le dieron forma:
Un muy buen servicio de pan de masa madre y de mantequilla “home made”.
Un resultón medio riñón de pato con puré de raíces especiado (la voz cantante la llevaba el comino).
Un potencialmente buenísimo montadito de terrina de cerdo, velo de panceta, nueces y rúcula aliñada con una vinagreta anisada, si no hubiese reposado sobre un “naan” tan anodino como seco.
Unas gachas de trigo y ajo silvestre con caracoles, yema curada, pipas y avellanas que se erigieron, con el permiso del postre, como lo mejor de la cena.
Una composición de rodaballo (de perfecta cocción), mantequilla tostada, cítricos, huevas curadas y barba de fraile (una vegetal con matices de alga y de hongo) que hubiese sido una grandísima “ménière” de estar sus componentes algo más equilibrados (se imponía lo cítrico y lo yodado).
Una aburrida y pesada, pesada panceta de cerdo con achicoria y mantequilla de anchoa. Un servidor anda bien de colesterol, pero aderezar una panceta con una salsa de mantequilla no es bueno para mis arterias, y todavía es peor para mi paladar.
Un excelente dúo de quesos D.O. UK: Stichelton -el mejor, por ser de leche cruda, Stilton-, y Rollright -una gran fusión de un Reblochon y un Munster-, acompañados por unas tejas de pan de comino y un chutney de ciruelas.
Una magnífica deconstrucción gustativa -o así lo entendió, lo saboreó un servidor- de un “toffee”: helado de pera madura, avena salada y queso de cabra.
Y unos muy buenos “petit fours”: bombón de caramelo salado y financiero de limón y jengibre.
En definitiva, no os creáis todo lo que leáis pues, todos erramos y muchos mienten. Y tal vez yerre, pero no os miento al decir que el restaurante Lyle’s vale menos de lo que cuesta y de lo que pregonan.
Bodega: Conformada por medio centenar de correctas referencias, casi todas ellas disponibles por copa o por garrafa, y de las que me quedé con 37,5 cl. de un Humus 2012 (Touriga Nacional y Syrah), Encosta Da Quinta, V.T. Lisboa.
Precio: 105€ (menú (55€) + quesos (12€) + vino (28€) + servicio (10€)).
En pocas palabras: Demasiada paja para tan poco grano.
Indicado: Para los que les basta con destellos para ver la luz gastronómica.
Contraindicado: Para los que sabemos que la vida no todo es blanco o negro, pero el gris no lo queremos en el plato.
Tea Building, 56 Shoreditch High Street, Londres.
+44 20 3011 5911
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