viernes, 6 de marzo de 2015

El Pràctic

Voy tarde, muy tarde, y lo sé, pues hablar hoy del restaurante El Pràctic puede parecer más trasnochado que beber Anís del Mono.

No obstante, creo no está de más que, en esta sociedad que padece de un mal de Alzheimer voluntario, busquemos en el retrovisor aquellas formas por las que, no hace tanto, suspirábamos a la vez que las encumbrábamos en caducos pedestales de hielo –en ocasiones, más efímeros que los dos peces de hielo que surcan los whiskies “on the rocks” de Sabina-.

Y así, ayer, el otrora rutilante restaurante -¡Qué rimbombante!- al que tocaba tomarle el pulso no era otro que El Pràctic: la pequeña-gran casa de comidas de Andrés Huarcaya (formado en elBulli Catering y curtido en el Bar-Restaurante Velódromo) que, sin duda, fue “trending topic” en 2013.

¿Y qué arrojó el electro?

Que la mano ganadora en el restaurante El Pràctic es el Sota, Caballo y Rey, y que perseguir pókeres, repóqueres o escaleras de color es muy probable que desemboque en gatillazo. Y para los más púdicos o aquellos que prefieren metáforas menos lúdico-lascivas, decirles que al restaurante El Pràctic le van como anillo al dedo las dos siguientes perlas de sabiduría popular: “los experimentos con gaseosa” o “zapatero a tus zapatos”.

Sintetizando -un casi imposible en este blog a tenor de mi verborrea-: a mi entender, El Pràctic es mucho menos que un restaurante al uso, o mucho más, pues como en el caso de la Cova Fumada (con sus Bombas), Juana la Loca (con su pincho de tortilla) u otras tantas casas de comidas, su oferta gastronómica no es redonda, pero puede alardear de uno, dos, tres y hasta media docena de platos que, por sí solos, justifican la visita. Un servidor, en gastronomía, como en la vida, prefiere las arritmias a las asistolias. Y para muestra, un botón, o una cena.

Cena que tuvo lugar en un espacio sobrio –eufemismo de frío, aunque, por lo que cuentan, mucho menos que su antigua morada en L’Hospitalet-, de la mano de un servicio mucho más atento que ágil, y que discurrió por:

Unas correctas aceitunas (aperitivo de la casa).

Un pan al que lo hacía bueno el aceite de Jaén que lo regaba.

Un dispar dúo de ceviches de corvina.

Excelente –uno de los platos que justifican la visita al restaurante El Pràctic- el “D.O. Perú”, esto es, con un aliño tradicional de leche de tigre (lima, jengibre, rocoto, ajo, aceite y, por supuesto, cilantro). Equilibrado -lo que no es fácil en un ceviche-, de textura sedosa y en el que una zanahoria dulce a la par que especiada le ponía la guinda.

Mucho menos lucido, por poco lúcido, el “Nikei”, pues el pisco, el sake y, sobre todo, la salsa teriyaki que, teóricamente, se sumaban a la causa de la leche de tigre, en la práctica, restaban mucha frescura al plato.

Unas anodinas patatas bravas con salsa de rocoto y alioli suave. Y no pasarán a la historia –la arena barcelonesa es muy brava para saltar a ella con reservas- pues a pesar de una buena fritura de patata, el alioli era más suave que Mimosín y a la salsa brava le faltaba mucha pegada (el pimiento rocoto está a años luz de sus primos tailandés o habanero).

Unos correctos “wontons” rellenos de gambas y salsa agridulce. Y solo correctos, pues a una, de nuevo, buena fritura, le restaban enteros un relleno de textura correosa y una salsa que solo era agridulce sobre el papel (en boca era todo dulzura).

Una colosal oreja de cerdo crujiente. El secreto a voces (basta ver el desnudo integral que de su receta se hace en las paredes del restaurante) de esta tapa: una cocción a baja temperatura durante 12 horas y un aderezo de pimentón de la vera, mantequilla de cacahuetes, ajo, perejil, almendra y vino tinto. ¡Con la de Van Gogh, otra oreja para la historia!

Un plato, y cito literalmente, de “Presa ibérica de bellota de la Dehesa con chimichurri a su manera” que, desgraciadamente, hizo buena la expresión “el papel lo aguanta todo”, ya que los lustrosos orígenes del cerdo se quedaron en la cocina por culpa de una desafortunada cocción y el chimichurri sería el suyo, pero no el mío ni creo que tampoco el vuestro –más que un chimichurri era una “brunoise” agazpachada-.

Un magnífico rabo de vaca deshuesado con espuma de patata. Un plato que, por su textura y por la intensidad típica de estos guisos, aquí atinadamente matizada con un toque dulce –uno de los dejes de la casa-, contra todo pronóstico y por los puntos, batió a la tapa estrella y buque insignia del restaurante El Pràctic: la oreja de cerdo crujiente.

Un flan de huevo a la vainilla, con caramelo y nata. El flan, a pesar que los granos de vainilla podían contarse con los dedos de una mano, era notable, no obstante, una nata solo apta para adictos al azúcar lo afeaba bastante.

Unas resultonas cuatro texturas (bizcocho exprés, liofilizado, helado y espuma) de yogur con fruta de la pasión y fresas.

Y una de las mejores versiones que he probado del helado Drácula: corte helado de vainilla, espuma de frambuesa y una muy buena gelatina de Coca-Cola.

En definitiva, un restaurante en el que la buena puntería es sinónimo de éxito rotundo (por la relación calidad-satisfacción-precio) y la mala de moderado fracaso (aquí la factura final nunca se viste de “dolorosa”).

Bodega: Modesta (el continente ya anticipaba el contenido) carta de vinos. La Comedia 2013 (Garnacha y Cariñena). Celler Comunica. D.O. Montsant.

Precio: 35€

En pocas palabras: Ceviche, oreja, rabo, Drácula y ¡Olé!

Indicado: Para disfrutar de los “antojitos” peruano-españoles de Andrés Huarcaya

Contraindicado: Para los que exigen una digestión sin sobresaltos.

Carrer Tenor Masini 20, Barcelona
933 315 644

4 comentarios:

  1. M'han dit q havies publicat de nou i m'ha fet content...

    Benvingut (de nou) al món dels blocs.

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  2. Moltes gràcies, Ricard. Per cert, la mordassa de la moderació de comentaris, que ni recordava que tenia activada, ja és història.

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