martes, 8 de enero de 2013

Riera 29

El pasado jueves me desperté con un antojo terrible por poner una muesca más en la cuchara de palo en la que, cual cicatrices “gánsterianas”, reconozco –en toda la extensión de la palabra- a esas pequeñas casas de comidas que, por los inesperado de su virtud, me dejan con la boca abierta.

El problema de este tipo de antojos es que, en ocasiones –más de las previstas; más de las deseadas-, salen rana y eso, con lo fácil que tenemos los barceloneses cazar, incluso con una escopeta de feria, a un buen restaurante –¡Qué dichosos nos hacen los Alkimia, Àbac, Dos Cielos, Enoteca, Tickets, Sense Presa, Casa Paloma, Espai Kru, Gresca, Osmosis… pero también las Barra del Coure, Llamber, Vivanda, Bohèmic, Fábrica Moritz y, por citar dos nombres más de una tan sabrosa como interminable lista, los Cañetes y las Cañotas!- duele –por no usar la tan académica como malsonante segunda acepción de la palabra joder-.

Y aunque, a tenor de lo dicho hasta este punto, no hace falta ser el más avispado de la case para caer en la cuenta que mi cena del pasado jueves en el restaurante Riera 29 no infringió ninguna nueva herida al palo con forma de cuchara que da fe de mis “Grandes descubrimientos gastronómicos”, imaginemos que este corto relato culinario comienza tras el siguiente “Enter”.

Érase una vez un cocinero llamado Sergi Canals que, tras curtirse, entre otros campos de batalla, en los restaurantes Santa María, Santa, Toc o Moo, renegó de la alta gastronomía y se lanzó a la conquista de la cocina de la tapa y el platillo –una aventura con más cadáveres en la cuneta que la fiebre del oro y con más zombis desorientados que las calles de la Atlanta imaginada por los guionistas de The Walking Dead-.

Historia, la del recién nacido proyecto de Sergi Canals en los extrarradios del barrio de Gracia, en la que, como en toda aventura, comedia, tragicomedia o drama que se precie -ya lo juzgaréis vosotros mismos- encontraréis al fiel escudero del protagonista de la obra (Gabind es quien sufre, junto a Sergi, los rigores de la cocina del restaurante Riera 29) y a la bella dama (interpretada por María Chiara, la mujer de Sergi, en el papel de directora de una sala cuyo interiorismo navega entre la humilde –a su menaje, este adjetivo le viene hasta grande- desnudez y la desubicación de lo étnico).
Visto ya el reparto, toca centrarse en la miga –aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid os comentaré que el servicio de pan y aceite del restaurante Riera 29 merece, a lo sumo, ser tildado de discreto ¡Con lo poco que cuesta, hoy en día, que un restaurante se presente en sociedad con un buen pan bajo el brazo!- del restaurante Riera 29. Miga que encarnan un menú degustación (8 tapas o platillos +2 postres = 30 €) y la posibilidad de comer a la carta (precio medio 12€-24€). Posibilidad por la que, junto con dos de mis tres habituales compañeros de fatigas gastronómicas, me decanté. Y así, nuestra cena del pasado jueves en el restaurante Riera 29 la conformaron:

Un muy buen humus servido como aperitivo de la casa.
El ya citado discreto servicio de pan y aceite.
Unas croquetas de pollo y jamón de mejorable ejecución –una imagen vale más que mil palabras- y en las que, desafortunadamente, las apariencias no engañaban (eran algo secas y muy tenues de sabor).
Unos tan simples como barrocos corazones de alcachofa rellenos de huevo de codorniz y jamón.
Un buen pincho de navaja, cebolla caramelizada y aceite de trufa, cuyos dos únicos peros residían en el punto de cocción de la navaja (excesivo) y en la paupérrima calidad del aceite de trufa (al respecto, recomiendo la lectura de la “gastronota” de Capel titulada “El aceite de trufa blanca y los intereses de las multinacionales”).
Un pesado wok de verduras con queso Maó y mermelada de tomate. Hacía tiempo que no comía unas verduras tan aceitosas.
Unos correctos fideos chinos con verduras, pollo y salsa teriyaki –mucho les queda por aprender de los servidos en el restaurante Ken y, empezando por algo bien sencillo y de aplicación a casi todos los platos de la cena, Sergi podría comenzar por dejar de utilizar el sésamo como si de sal se tratase-.
Un buen, aunque sin aspavientos, Steak tártar que, como desafortunadamente sucede en casi en todas las casas de comidas, incluso en muchas de las que se vanaglorian de su filete tártaro, se presentaba en exceso texturizado.
Unas vulgares y, de nuevo, algo pesadas alitas de pollo al curri.
Un buen -seguramente, lo más lucido de la noche- magret de pato con patata al tenedor y una reducción de su jugo.
Una tan empalagosa como dulzona versión del tiramisú (crema de queso fresco, melindros, café y cacao).
Y unos tan simples como, de nuevo, dulzones bombones de cereales y chocolates blanco y negro.
En definitiva, un antojo que salió rana –si todas las aventuras llegasen a buen puerto, ¿Qué mérito, que emoción tendría hacerse a la mar surcando el panorama gastronómico nacional para arrojar algo de luz a tantas de sus pequeñas-grandes casas de comidas sumidas en un injusto ostracismo?- por culpa, principalmente, de la simpleza y pesadez de buena parte de su oferta gastronómica y de un cocinero que aspira al bien –en este sentido, siempre he creído que nuestro faro debe ser la excelencia y luego ya, tras pasar por el tamiz del talento, de las habilidades o de la capacidad de trabajo personales, será el del mundo quien nos de su nota, quien nos ponga en el lugar que nos corresponda (y si el punto de partida es solo un peldaño por encima del aprobado, difícil se lo ponemos al mundo para que nos sonría)-.

Bodega: Discreta, pero de interesantes precios. 2 Borratxos 2009 (Garnacha y Cabernet Sauvignon). Bodega Sabater i Mur Vinaters. DO Priorat.
Precio: 30 €

En pocas palabras: Otra –una más- casa de tapas y platillos.

Indicado: Para los que creen, creemos, que todo nuevo restaurante con personalidad, entendida ésta como contraposición a los restaurantes en serie –casi son éstos peores que sus tocayos asesinos-, merece, como mínimo, una visita –la segunda, tendrán que ganársela-.

Contraindicado: Para los que creen que la tapa y el platillo tienen todavía algo qué decir –el restaurante Riera 29, sin duda, no es la mejor tribuna-.
Riera de Sant Miquel 29, Barcelona.
933 681 875

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