La causa de tales dudas: que las críticas leídas sobre el restaurante que me disponía a visitar arrojaban sobre su oferta culinaria tanto luces como sombras y, debo confesarlo, que cierto ejercicio apriorístico con resultado de “ay ay ay…” había hecho.
Como avance de lo que seguirá, simplemente apuntar que ese día mi intuición estaba de vacaciones, pues esperaba descubrir un nuevo Topik (restaurante de excelente relación calidad precio, con ciertos detalles gastronómicos que pulir) y me di en los morros con una cocina de altísimo nivel –exceptuando los postres- pero algo desajustada en los precios de algunos platos –de nuevo, los postres, pero también los vinos, se llevaron la peor parte-.
El responsable último y también único de la cocina del Bohèmic –es merecedor de un sonoro aplauso que una sola persona en los fogones sea capaz de sacar adelante una cocina tan meritoria- es Francesc Gimeno, un “chico” no mucho mayor que yo, y cuyo bagaje gastronómico lo ha ido atesorando en restaurantes de postín como Drolma y Caelis, pero también en un antro de carretera de Castelldefels del que no reniega –otro aplauso para Francesc-.
El resto de aplausos de esa noche los devengaron:
Una excelentes patatas (tiernas por dentro y crujientes por fuera) bravas (mahonesa y un “romescu” picante, bastante picante) que pueden rivalizar y, tal vez, vencer a cualesquiera que otras de la Ciudad condal.
El magnífico pan de elaboración propia (aceitunas, pipas, etc.)
El más que notable yogur de setas (ceps) que hacía las veces de aperitivo de la casa y que se tomaba con una cucharita pintada con esencia de pino. Sin duda, degustar este aperitivo fue como ir al bosque en los meses de otoño.
Una buenísima royal de foie con gelatina de naranja sanguina y polvo de almendras.
La butifarra dulce de “Els Casals” con manzana y una reducción de su jugo fue, sin duda, el plató que mereció la mayor ovación.
Un notable calamar relleno de butifarra negra y cebolla caramelizada al que le sobraban los germinados que lo acompañaban.

Un tataki de atún de Almadraba -¡Qué atún!-, perfectamente acompañado por un puré de berenjenas y aceitunas negras y bastante mal acompañado por una base de queso manchego que de no haber sido apartado a tiempo hubiese sido el protagonista del plato, pues su potencia gustativa impedía disfrutar de la sutileza del atún casi crudo.

Menos entusiasmo despertaron los postres debido, principalmente, a que los elementos accidentales de ambos, por su presencia excesiva, acababan siendo los auténticos protagonistas.
Así, la crema catalana con aceite de vainilla era magnífica, de las mejores que he probado, el problema era que el exceso de frutos rojos liofilizados que la coronaban copaba el sabor y la textura del conjunto.

Más grave era lo que sucedía con el borracho (ron) de pan de especias, con helado de vainilla en el que la cantidad de chocolate que bañaba el pan de especias le hacía preguntarse a uno si lo que había solicitado era un chocolate a la taza.

(Perdonad la calidad de estas últimas fotos, pero fueron sacadas con el móvil por problemas con la memoria de la cámara)
En definitiva, las sensaciones encontradas que me asaltaron a escasos metros del restaurante se diluyeron por completo con los primeros platos que me sirvieron, lástima que los postres y la factura final hiciese, finalmente, aparecer un atisbo de ellas.
Vino: La Calma 2006 (Chenin Blanc). Can Ràfols dels Caus. Penedès
Precio: 55 €
Calificación: 13,5/20
Indicado: Para asombrarse con lo que son capaces de hacer dos manos.
Contraindicado: Para los que busquen una cocina a precios de crisis. El mejor producto hay que pagarlo.
Manso 42, Barcelona
93 424 06 28