No obstante, tras mi visita del pasado martes al restaurante Hisop, y teniendo en cuenta que la frontera de la estrella en Barcelona, entiende la roja y opaca guía, la marcan restaurantes como Manairó, Cinc Senetits o Gaig, sin duda, Hisop –y Dos Palillos, y Coure, y Dopo, y Sense Presa, y Can Vallés, y tantos más- debe situarse en su lado brillante.
Permitidme, a propósito de lo recién dicho, una breve reflexión: puede que puntuar un restaurante de 0 a 20 contenga un notable grado de injusticia y, cuando son muchas ya las notas puestas, ciertos problemas de coherencia interna –y pido disculpas por ello-, no obstante, nunca debe olvidarse que lo determinante es el contexto. Contexto que en el caso de este blog dibujan la crónica, el “en pocas palabras” y los “indicado y contraindicado” que, respectivamente, preceden y suceden a la puntuación. Y he aquí el “drama” de la Guía Michelin, que, además de “puntuar” con solo tres notas –con los pocos matices y consiguientes injusticias que de ello dimanan (¿Cómo va a ser lo mismo Les Cols que Mugaritz?)-, se permite el lujo de hacerlo pasando del contexto, o limitándolo a “acogedora sala de rústica decoración”, “precedido de una agradable cafetería” o “dispone de menús degustación”, por citar algunos.
Tras la anterior excursión literaria–también os aceptaría divagación, y hasta tostón- es el momento de exponer el porqué de considerar que el restaurante Hisop, a pesar de vivir el mejor momento que yo le he conocido, de entre los restaurante barceloneses estrellados, coquetea, se codea con los Manairó, Cinc Sentits o Hofmann, esto es, la situados en la frontera entre la cero y la una -¡Qué no es moco de pavo!-, y no con los Alkima, Àbac o Dos Cielos, o lo que es lo mismo, con los restaurantes los que están más cerca de la segunda estrella que de no ostentar ninguna.
A mi parecer, y aunque a primera vista pueda parecer sorprendente, uno de los mayores hándicaps del restaurante Hisop debe buscarse en su sala: caracterizada por una decoración que aporta una falsa sensación de calidez y llevada por un servicio en exceso frío. Binomio que, desafortunadamente genera un clima poco amigo a las largas sobremesas -pasadas las once solo quedábamos dos mesas en un servicio que se inició casi lleno-.
Y en cuanto a su propuesta gastronómica, como en casa de todos, luces y sombras.
Luz para su servicio de panes y aceites: blanco, aceitunas y nueces de los que me quedé con los dos primeros, y picual de Jaén y arbequina de Amposta.
Correctos, sin más, sus dos aperitivos: un taco de atún con cebolla roja encurtida y sorbete de lechuga, y una cococha de bacalao con salsa de yogur y pimiento asado.
Poco brillo para el bogavante –ni por asomo el mejor que he probado-, acompañado por manzana ácida, espárragos verdes –no entendí el papel que jugaban- y unas buenas múrgulas “engordadas” con caldo de pescado.
Radiante el San Pedro con alcachofa en texturas (bombón de panceta y alcachofa, crema de éstas braseadas, y crujientes), y caviar del Valle de Arán: lo mejor de la noche.
Un notable para la ternera –perfecto su punto de cocción- con su fondo aderezado con café, parmentier de patata y queso Ermesenda y ensalada de berros. Destacar que, a pesar de que la potencia de los complementos llegaba a empañar el sabor de la carne, ésta era muy, pero que muy buena –y venía de comer, aunque no en su mejor día, en Casa Paloma-.
Bravo, muy por encima de las que se ofrecen como antesala de los postres en la mayoría de los restaurantes de autor, por su tabla de quesos: Idiazábal, Taleggio, Epoise, Azul Laviton, Casa Mateu y Torta de la Serena.
Excelente su versión del mojito: infusión de poleo menta, sorbete de lima, azúcar moreno y ron.
Y muy bueno, pero todavía por pulir –lleva menos de un mes en la carta- el postre principal: bizcocho de chocolate, en exceso dulce, crema de berenjena ahumada, poco ahumada, yogur aromatizado con vainilla, sésamo negro, y helado de leche, de textura demasiado próxima al sorbete. Puede que sea muy crítico, pero si lo soy es porque considero que el postre tiene muchísimo potencial.
Buenos petit fours a pesar de que el gin tonic sin alcohol y las aceitunas negras dulces no aportasen demasiado. Sí, en cambio, el bombón de cacao y aguardiente de pera y la manzana aromatizada con menta.
En definitiva, un restaurante que está viviendo sus momentos más dulces, aunque, de ajustar algunas tuercas, su edad de oro está todavía por llegar.
Bodega: Allende 2007 (Viura y Malvasía). Finca Allende. DO Rioja
Precio: 75 € (45 € menú degustación + 22 € vino)
Calificación: 14/20
En pocas palabras: Es de sabios rectificar
Indicado: Para confirmar que Barcelona es tierra propicia para los pequeños grandes restaurantes.
Contraindicado: Para los que precisan de un ambiente acogedor para comer.
Pasaje Marimon 9, Barcelona
932 413 233