En ese momento, estaba cursando primero de bachillerato en un centro muy próximo a la calle Mandri, y junto con Marc y David, el bar Montesquiu –porque en aquel entonces no pasaba de bar- era casi siempre el escogido para gastarnos las 800 pesetas que nuestros respectivos padres nos asignaban para comer.
800 pesetas –ni cinco euros para los que esto de las pesetas les suene a chino- de las que obteníamos un rédito, hoy, impensable. Pincho de tortilla y “tosta” de beicon con queso, bravas y huevos fritos o lomo con patatas eran las tres alternativas entre las que siempre discurrían nuestros menús.
Pero eso eran otros tiempos, cuyo recuerdo, sin duda, melancólicamente nos irán asaltando, y hoy, Montesquiu se nos presenta, hecho y derecho –me gustaría creer que los imberbes adolescentes que compartíamos tres horas a la semana ante sus rústicas mesas algo hemos ganado en madurez y rectitud-, como un interesantísimo restaurante de tapas y platillos que trabaja con productos, casi siempre, de primera: magníficas sus ostras Napoleón y demás “frutos del mar”, su jamón, su morcilla de Burgos o su carne de Kobe.
Pero vayamos al grano. La comida dominical de la que trae causa esta crónica la compusieron:
Sus clásicas e interesantísimas –inalterables desde que las probé con 16 años- patatas bravas.
Una buena coca de pan con tomate.
Unas sabrosas, pero de mejorable textura, croquetas de “Joselito”.
Unas magníficas, tal vez las mejores al norte del Puerto de Santa María, tortillas de camarones.
Unos correctos calamares a la romana.
Una notable fritura de alcachofas.
Un nuevo clásico de la casa que nunca pasará de moda y que en tantas ocasiones fue mi sustento en mi adolescencia: sus huevos fritos con morcilla de Burgos.
En cuanto a sus postres, y a pesar de que se encuentran un paso por delante de los de muchos restaurantes de tapas y platillos –sin duda, el talón de Aquiles de muchos de los locales dedicados a esta propuesta gastronómica-, resultan lo menos lucido y lúcido del ágape.
Así, aunque voluntariosa, su “versión” de la crema catalana no pasará a la historia, pues a una interesante y ligera espuma de crema catalana la acompañan unas pesadas migas de galleta y unas frambuesas que, a la postre –perdonad este fácil juego de palabras- terminan por ser las auténticas protagonistas.
De correcto catalogaría el sabor de su tiramisú, por supuesto, de cuchara, a pesar de que tal juicio se reputaría en exceso benevolente si no me tapase los ojos –dicen que: ojos que no ven, corazón que no siente; lástima que no pueda añadirse “y paladar que no percibe”- ante la aberrante utilización de nata en un tiramisú.
En definitiva, un restaurante de tapas y platillos situado en la “zona alta” más que recomendable y, particularmente, dado que no cierra nunca: madera “Grupo Fernández”.
Bodega: Enrique Mendoza Syrah 2007 (Syrah). Enrique Mendoza. Alicante.
Precio: 30 €
Calificación: 12,5/20
En pocas palabras: El nuevo y mejorado “viejo” Montesquiu.
Indicado: Para disfrutar de un buen tapeo y un magnífico servicio a su justo precio.
Contraindicado: Para los que no soportan los locales ruidosos.
Mandri 56, Barcelona
93 417 30 61