Lo prometido es deuda, así que: al toro, expresión que le va que ni pintada a elBulli, vista la cabeza de astado que preside su cocina.
Tras el tour de rigor por la cocina –que no deja indiferente a nadie-, las cuatro palabras que uno puede compartir con este humilde genio e incansable trabajador que es Ferran y justo después de que la calidez de Lluís nos arropase, nos hiciese sentir como en casa a pesar de estar sentados en la mejor mesa del mundo –digan lo que digan-, se hizo la luz con:
La fresa: mini cóctel de Campari.
El caipi-mojito caliente: una magnífica infusión.
La flauta de mojito y manzana: primeras sonrisas de incredulidad entre mis acompañantes.
La almendra-fizz con amarena-LYO: el último cóctel, el cual, gracias a sus notas a almendras amargas, cumplía perfectamente su función de terminar de abrirnos el apetito –en ese momento tocaban las intempestivas ocho menos cuarto-.
El ravioli de alga nori relleno de sésamo negro y limón macerado con soja: perfecta comunión de notas saladas, dulces, tostadas, ácidas, frescas, ligeras, profundas…
El globo de gorgonzola y nuez moscada: de las mejores texturas que ha experimentado mi paladar.
El chip de aceite de oliva: el primer Messi, el primer 11 sobre 10 de la noche.
Otro chip, pero en esta ocasión de hibisco y cacahuete: todo potencia gustativa.
La esponja de coco: el bocado de placer más efímero del mundo.
Las avellanas-frambuesa: el snack más discreto -si es que esto es posible en elBulli- que nos sirvieron.
El caramelo japonés de avellana. Un snack en dos servicios: una hoja con toffee -palabra que es la única foto que falta- para degustar inmediatamente un caramelo japonés. Primeros problemas de logística entre los comensales menos avezados a los platos con “libro de instrucciones”.
La porra de parmesano: el snack que todos deseábamos y que puso la mejor de las rúbricas a esta primera etapa de un viaje sensorial inigualable y, desafortunadamente, también irrepetible.
Y hasta aquí puedo leer, o mejor dicho, escribir.
Mañana, o pasado, más.
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