viernes, 28 de octubre de 2011

La Pepita

O cuando el lujo pasó de moda…
…y la cotidianeidad cautivó a nuestros paladares.

A nadie puede resultar, a estas alturas, ajeno el proceso de “normalización” que está asolando la gastronomía mundial y, particularmente, la de Barcelona. Y así, si un restaurante ilustra a la perfección tal fenómeno nacido de los excesos de la gastronomía y gestado en el clima de recesión económica que vivimos, éste es La Pepita.

La Pepita: un modesto restaurante que, en menos de un año, ha conseguido situarse como el segundo restaurante barcelonés mejor valorado, de entre los más de 1.950 reseñados, para los usuarios de la web “tripadvisor”.

Y a pesar de no poder compartir la excesivamente generosa valoración que los usuarios de la web “tripadvisor” hacen de esta pequeña-gran casa de comidas del barrio de Gracia, sí que puedo comprender algunas de las razones que han encumbrado a La Pepita a tan privilegiada, y rentable –más de la mitad del aforo del restaurante el día de mi visita era extranjero-, posición.

Entre ellas, por supuesto, debe contarse la joven pareja que regenta La Pepita: Sofía (sala) y Sergio (cocina), los que, previo paso, aprendizaje, por París, hace algo más de 10 meses se aventuraron con este “femenino” homenaje a uno de nuestros bocatas más célebres.

También el más que agradable ambiente y decoración del local de Sofía y Sergio.


Sin duda, su precio, el que raramente saldrá de los márgenes dibujados por los 18 y los 30 euros.

Y mal iríamos, de nada serviría todo lo anterior, si su propuesta gastronómica no remase en la misma dirección.

Propuesta que navega entre las tapas y platillos, unos de corte tradicional y otros pasados por un tamiz de creatividad, y las “Pepitas”, o lo que es lo mismo, sus “Pepitos”, y de la que me quedé con:

Su buen vermut de la casa (vermut de “garrafón” –único supuesto que conozco en que tal apelativo debe entenderse como una virtud-, ginebra, Campari y sifón).
Unas bravas (emulsión de muselina de ajos y salsa de tomate picante) que en absoluto me convencieron, y no tanto por culpa de su sabor, sino como consecuencia de un cuestionable punto de cocción de las patatas y un más que mejorable equilibrio de texturas.
Un dúo de croquetas que ilustraban a la perfección lo de “una de cal y otra de arena”. Correctas, sin más, las de jamón ibérico –a años luz de las servidas en el Bar Cañete, el restaurante Vivanda o, incluso, de las del Bar Montesquiu- y, en cambio, excelentes las de pollo asado con un agradablemente subido punto de pimienta y acompañadas de romesco.
Una simpática anchoa con dulce de leche, y una notable ensaladilla con notas cítricas y encurtidas y aceite de aceitunas negras.
Un buen salmorejo de calabaza.
Un trío de “Pepitas”: Vegetariana (berenjena, tomate, aceitunas, mozzarella y albahaca); Mc Pepita; y de Morcilla (morcilla, manzana cruda y asada, cebolla caramelizada y lima), de las que, sin duda, sobresalía esta última y resultaba incomprensible los pésimos kétchup y mostaza que acompañaban a la segunda.
Y un, de nuevo, trio de postres: calabaza a la miel con requesón, pannacotta de café con espuma de ron, y su pan con chocolate, aceite y sal (mousse, cremoso y sopa de chocolate, aceite de café y bizcocho crujiente), en el que la voz cantante la llevaba el primero de ellos, desafinando, tal vez, el último, pues, a mi entender, se trataba de una interpretación de la merienda de toda una generación que no respetaba la filosofía, la idea de plato, pues adolecía de un exceso de dulzor.

En definitiva, con el restaurante La Pepita nos encontramos ante la sabrosa, honesta, meritoria… respuesta a los excesos en los que, en los últimos años, ha incurrido la gastronomía mundial y, particularmente, la española.

Bodega: Dèria 2008. DO Priorat; y orujos blanco y de hierbas.

Precio: 30 €

En pocas palabras: el nuevo paradigma de la restauración.

Indicado: Para disfrutar, sin complejos y sin muchas pretensiones, del nuevo tapeo de siempre.

Contraindicado: Para los que gustan de ir contracorriente.

Corsega 343, Barcelona
932 384 893

jueves, 20 de octubre de 2011

Ferreruela

Cuina de la terra

Eso sí, de la mía: Lleida.

De las cenizas –comentario que, dada la cocina que en este local siempre se ha practicado, se me antoja como más apropiado que nunca- del restaurante el Refugi de Viana, el joven, aunque sobradamente preparado –que frase tan “noventera”, como se nota que nos hacemos mayores-, Gonzalo Ferreruela ha levantado un restaurante que, en pocas semanas, se ha convertido en una de las propuestas gastronómicas más destacadas de Lleida.

Última sentencia que debería suscitaros la siguiente pregunta:

¿Es, entonces, el restaurante Ferreruela, y apropiándome de los parámetros “Michelin”, uno de esos restaurantes que “justifica el viaje” o, cuanto menos, “merece el desvío”?

Y aunque en esta vida nada es blanco o negro, y pues, lo asiduos a este blog, perfectamente sabéis que no soy de los que reúsa mojarse, he aquí mi respuesta: no.

Y entonces, dónde debe buscarse el porqué de que el restaurante Ferreruela se haya convertido en una de las primeras espadas de la gastronomía ilerdense, os preguntaréis.

Sin duda, en el valor relativo, pues a pesar de la calidad que atesora la cocina de Gonzalo Ferreruela, su posicionamiento como uno de los mejores restaurantes de Lleida no se hubiese gestado de una forma tan precoz de haber encontrado, como muchos desearíamos, anhelamos, una mayor competencia dentro del panorama gastronómico de “la terra ferma”: actualmente, en una de sus horas más bajas.

Ya disculparéis el derrotismo respecto a la cocina de mi tierra, pero es que no alcanzo a comprender –solo se me ocurre achacarlo a cierta falta de madurez, o a una cultura gastronómica poco evolucionada- como, gozando de magníficas materias primas y teniendo un excelente plantel de jóvenes y no tan jóvenes cocineros, lejos de florecer, los buenos restaurantes de “ponent” poco a poco van desapareciendo –pobres Malena y Ambrosia-.

Esperando que tiempos futuros sean mejores, volvamos al restaurante al que Gonzalo, uno de esos cocineros sobre los que recae la responsabilidad de devolver la alegría a la gastronomía de Lleida, ha puesto, no nombre, sino apellido.

Restaurante Ferreruela en el que el protagonismo se lo llevan las brasas y un producto de primera, y en el que, la noche del pasado viernes, a escasas horas de cumplir los 29, me regalé:

Unas muy buenas verduras (pimiento rojo, berenjena, cebolla, tomate y patata) escalibadas, o lo que es lo mismo –o debería serlo- cocinadas al calor de las llamas.

Unos canelones “de rostit” con bechamel trufada que evocaron a los de mi “iaia”: los que me conocen saben que no conozco mayor honor ni concibo mayor virtud.

Unos notables calamares de Tarragona a la brasa, perfectos en su cocción y, por ende, en su textura, acompañados con su tinta y patata al tenedor.

Un excelente, la estrella de la noche, esturión a la brasa con un escabeche suave de tomillo.

Y un póker de postres, sin duda, la asignatura pendiente, o, como mínimo, sobre la que debe recaer un mayor propósito de enmienda, del restaurante Ferreruela, encarnados por:

Unas resultonas frutas (melocotón, pera, manzana, higos…) cristalizadas, bueno, impregnadas al vacío.

Un buen “menjar blanc” con helado de vainilla y garrapiñadas.

Un correcto milhojas de manzana servido a una temperatura inadecuada (frío).

Y un, conceptualmente notable pero solo correctamente ejecutado, bizcocho borracho acompañado con chocolate de Agramunt a la piedra.

En definitiva, uno de los pocos, sino el mejor, de los argumentos para comer fuera de casa en Lleida.

Bodega: Bruberry 2009 (Garnacha, cariñena y syrah). Portal del Montsant. DO Montsant.

Precio: 45 €

En pocas palabras: Joven cocina de siempre.

Indicado: Para los que deseen disfrutar de lo mejorcito del panorama gastronómico de Lleida.

Contraindicado: Para los que no deseen ver –no hay peor ciego que el que no quiere ver- el techo de la gastronomía ilerdense.

Bobalà 8, Lleida
973 221 159

lunes, 17 de octubre de 2011

La Royale (II)

Tras unos cuantos comentarios, no especialmente benévolos, publicados en la primera entrada sobre La Royale, ayer por la noche decidí dejarme caer por esta hamburguesería, últimamente, en boca de muchos, al efecto de comprobar si el agradable sabor de boca que me había dejado en mis dos primeras visitas no era más que un miraje.

Y así, tras:

Una notable hamburguesa de cerdo ibérico con panceta, también ibérica, lechuga romana, cebolla, tomate, olivas negras y orégano, que acompañé con unas muy, pero que muy flojas patatas “Deluxe” (fritas con su piel).

Una muy buena hamburguesa de carne de “Angus” con aguacate, maíz tierno, mole, cilantro, queso Edam, tomate y chile, acompañada, en esta ocasión, por unas mejores –francamente, no costaba mucho- patatas fritas “de Rejilla”.

Y un correcto brownie, desastrosamente secundado por un dulzón helado de vainilla y una, también no apta para diabéticos, pesadísima crema de chocolate blanco…

No movería casi ni una coma de mi primera crónica sobre La Royale. Que, para ahorraros desplegar la pestaña de las entradas del mes de agosto se puede resumir en que:

Haciendo bueno lo de “zapatero a tus zapatos”, en La Royale, y con la excepción de sus magníficas alitas de pollo, la satisfacción solo la aseguran sus hamburguesas. Eso sí, degustadas ya cuatro de la decena que figuran en su carta, con la boca bien grande –tal vez las palabras más de moda en el panorama gastronómico barcelonés- os digo que son de las mejores que se ofrecen en Barcelona, aunque, como la del Atelier del Coure no encontraréis otra.

Me resulta incomprensible y cuasi imperdonable que, en una hamburguesería que quiere postularse como una de las de referencia de Barcelona, sus patatas fritas sean tan malas, salvándose únicamente de la quema –serían el tuerto en el país de los ciegos- las de rejilla.

La mejor opción para los postres es un gin-tonic.

Su sala, su terraza (que permanecerá abierta también durante el invierno) y su servicio están al nivel de sus hamburguesas.

En definitiva, aunque no me hubiese importado rectificar –la sabiduría popular dice que es de sabios-, donde dije digo, sigo diciendo digo.

Bodega: Malbec 2010 (Malbec). Séptima. Mendoza (Argentina)

Precio: 30 €

En pocas palabras: Alitas, hamburguesas y gin-tonics.

Indicado: Para demostrar que, afortunadamente, el binomio hamburguesa-fast food no es la única realidad posible.

Contraindicado: Para los que no saben no complicarse la vida.

Plaça del Camp 5, Barcelona.
932 547 393

jueves, 13 de octubre de 2011

Bohèmic (II)

Para alegría de muchos –entre los que, sin duda, debéis contarme- uno de los mejores, y también de los pocos genuinos, bistrós de nuestra ciudad, esto es, el restaurante Bohèmic, ha decidido completar su notable oferta gastronómica con una excelente cocina de tapas y platillos que, se me antoja, resistiría toda comparación con los restaurantes, gastrobares, barras o ateliers más duchos en tales menesteres de nuestra ciudad –pongamos que hablo de Vivanda, 3, Cañete o Coure-.

Y así, el bueno de Francesc Gimeno, curtido, entre otros, al calor de los extintos fogones del restaurante Drolma –no sé si será gala, alarde o exceso de sinceridad, pero no puedo callarme eso de que “era la crónica de una muerte anunciada”- a su ya clásico repertorio de platos que navegan entre el siglo XX y el XXI, ha sumado casi una veintena de magníficas tapas y platillos, entre las que podréis encontrar:

Las, a mi entender –ya me perdonarán los devotos del Bar Tomás, los parroquianos del Bar Cañete, los feligreses del Bar Montesquiu, los fieles Arolianos y demás gente de bien- mejores bravas de Barcelona.

Unas excelentes croquetas de pollo cuyo mérito y virtud recae, en cierta medida, en que una pequeña parte del rebozado se hace con la piel deshidratada del mismo pollo.

Una buena pizzeta de atún, soja, wasabi y aceite picante que, y a pesar de su calidad, me cautivó más por su nombre que por su potencial gustativo. “No me llames Fabián llámame Paco” lleva por nombre y, sin lugar a dudas, es toda una demostración de que Francesc afila su pluma tanto como sus cuchillos. ¡Olé por ti!

Un excelente canelón de pintada y queso Comté.

Un magnífico, eso sí, solo apto para paladares curtidos y sistemas cardiovasculares a prueba de bombas, arroz del Delta con costilla de cerdo y setas.

Una sabrosísima y que, dada su ternura, hacía innecesario blandir el cuchillo, butifarra con judías de Santa Pau.

Y un cuarteto de postres del que sobresalían:

“Los recuerdos de infacia” (pantera rosa, suizo, nube y peta zetas) y la tarta fina de manzana con orchata.


Situándose uno o dos pasos por detrás tanto la crema catalana con frutos rojos y aceite de vainilla como el babá con espray -una ostentosa exhibición de play food- de ron.



En definitiva, con su nueva y complementaria propuesta gastronómica, ya no tengo ninguna duda de que el restaurante Bohèmic merece figurar, y en una posición destacada, en la lista de los pequeños grandes restaurantes de Barcelona.

Bodega: Vermut de la casa (Reus) y 30 Copelos (Sousón, Caiño, Ferrón, Garnacha y Brancellao). Lagar do Merens. DO Ribeiro. ¡De lo mejorcito y más sorprendente que he probado últimamente!

Precio: 35 €

En pocas palabras: Deliciosos bocados de tradición y nostalgia.

Indicado: Para disfrutar, con pequeñas piezas: igual de sabrosas y más económicas, de la cocina de Francesc Gimeno.

Contraindicado: Para los que no gustan de un trato familiar ni en su casa, pues en el restaurante Bohémic uno hasta llega a olvidar que está comiendo en un restaurante.

Manso 42, Barcelona
934 240 628

sábado, 8 de octubre de 2011

La Panxa del Bisbe

Debo reconocer que, hasta el momento, mis incursiones gastronómicas por el barrio de Gracia no habían dado el fruto esperado.

No obstante, no sé –sí que lo sé, pero hoy deberéis aguardar un poco- si por el hecho, tras unas cuantas decepciones, de afrontar esta última excursión con muchas menos expectativas o porque realmente la Panxa del Bisbe es uno de los mejores restaurantes de la Vila de Gracia, el pasado martes, por fin, dejé este barrio con personalidad propia, con alma de pueblo con la “panxa” (barriga) bien contenta.

Satisfacción fruto de:

Unos notables, tanto por su tamaño como por su punto de cocción –casi imperceptible-, berberechos a la plancha, y unos muy buenos buñuelos de bacalao, eso sí, no aptos para vampiros, acompañados de un excelente romesco.

Una más que meritoria ensalada de “cap i pota”.

Una resultona, sin más, coca de sobrasada, higos, brócoli y queso Mahón.

Un buen steak tártar, por supuesto, y a pesar de la humildad del local, cortado a cuchillo

Un notable, tanto por su calidad, como por su casi translucidez –señal de la justa cocción- morro de bacalao al pesto con judías de Santa Pau.

Unas muy buenas mollejas de ternera que, desafortunadamente, no escogieron el mejor compañero de viaje: un anodino (soso y de textura más que mejorable) cremoso de patata.

Una simpática –que cada cual interprete tal calificativo como le plazca, aunque, como suele decirse, a buen entendedor…- versión del polo que, en algún momento u otro, a casi todos nos volvió locos, esto es, del “Drácula”: crema de vainilla, frutos rojos, peta zetas y espuma de cola.

Y un buen babá, eso sí, no a la altura de los servidos los restaurantes Coure o Dopo –a mi entender, los mejores de Barcelona-, acompañado de una correcta mousse de chocolate y un notable cremoso de vainilla.

En definitiva, una cocina con los pies en el suelo pero capaz de transportar a nuestro paladar a cotas mucho más altas.

Bodega: Més Que Paraules (Merlot, Cabernet Sauvignon y Syrah). Bodega Jaumandreu. DO Pla de Bages.

Precio: 30 €

En pocas palabras: BUENO, bonito y BARATO.

Indicado: Para que los que, como un servidor, dudaban de que la gastronomía fuese también uno de los muchos encantos del barrio de Gracia, adviertan su error.

Contraindicado: Para los que gustan de restaurantes cual prados, esto es, amplios y silenciosos, pues la Panxa del Bisbe más bien parece el camarote de los Hermanos Marx.

Rabassa 37, Barcelona
932 137 049