lunes, 30 de agosto de 2010

Colibrí

A pesar de haber sido un planteamiento recurrente en el último par de años, debo confesar que desde que este restaurante abandonó su emplazamiento en el barrio del Raval y se trasladó al ensanche “rico” no lo había vuelto a visitar.

Evidentemente, el nombre que reza en la entrada del restaurante es el mismo, no obstante, es también en el nombre donde prácticamente se agotan todas las similitudes con el restaurante que conocía o, como mínimo, con el recuerdo que en el cajón de la memoria guardo de él.

Si hace unos años disfrutaba, normalmente en compañía de los “Roberts”, en un pequeño restaurante de clásica decoración, en el que eran más las propuestas gastronómicas fuera de carta que las que ésta contenía, donde productos como el tartufo bianco d’Alba llegaba antes que a ningún otro local de Barcelona y, salvo contadas excepciones, cada comensal tenía que afrontar una cuenta de tres cifras, la semana pasada disfruté –juraría que algo menos que en el Raval, aunque ya se sabe que la nostalgia es un magnífico embellecedor de recuerdos- de un menú a 35 € (aperitivo, entrante, plato principal, postre y petit fours a elegir entre más de 30 referencias), en una imponente y elegante sala, en la que, afortunadamente, y a diferencia de lo que sucede en la mayoría de restaurantes, la notable separación entre las mesas te permite terminar el ágape sin saber de qué operarán a la madre del de la mesa de la izquierda, o conocer qué opinión les merece el nuevo, el enésimo, novio de la hija a los sufridos padres de la mesa de la derecha.

Como ya he apuntado, actualmente la única “formule à manger” del restaurante Colibrí –son muchos los restaurantes que han decidido renegar de la cucharas de nácar y adaptar su oferta gastronómica a la época de crisis que vivimos- es un menú a 35€, en el que aperitivos y petit fours son los mismos para todos los comensales, pero que entrante, plato principal y postre pueden elegirse entre una treintena de posibilidades.

(Aunque a tenor de lo dicho creo que queda claro, sólo señalar que los platos que se expondrán tras los aperitivos corresponden a dos menús.)

Aperitivos que no merecen mejor calificativo que vulgares. O ya me explicaréis qué aportan, a estas alturas de la película, una salchichita sobre queso cremoso, un aceitoso crujiente de sobrasada y miel, una blanda croqueta y una gamba demasiado hecha con “gabardina” de frutos secos. En este sentido, y a propósito del clásico servicio de mantequilla como aperitivo, ya apuntaba hace unas cuantas crónicas que entiendo que los restauradores deberían valorar si lo que están sirviendo como aperitivo -al fin y al cabo, una carta de presentación o de intenciones-, es del nivel o de la calidad de los que los sobrevendrá, pues, de lo contario, sólo restan enteros a la experiencia gastronómica que se ofrece en el restaurante. En este caso así fue, y sin duda, unas buenas patatas fritas espolvoreadas con alguna especia –a mi me encantan con curry- y una aceitunas Kalamata hubiesen hecho mucho mejor las veces de aperitivo.

Afortunadamente, los aperitivos y los platos que se ofrecen en el menú deben de ser parientes muy, muy lejanos.

Muy buena la sopa de tomate –increíble su textura aterciopelada- acompañada de melón, mozarela, bogavante y huevas de salmón.

Excelente el arroz meloso (melosidad únicamente conferida por el caldo de pescado y no por grasas saturadas como la crema de leche o la mantequilla y que lo convertía en un arroz de fácil digestión) con calamar y vieiras.

El plato más flojo de la noche fue, sin género de dudas, el lenguado (lomos demasiados finos y en exceso hechos) con crema de alcachofas (fuera de temporada) y puré de hinojo (realmente se trataba de puré de patata ligeramente anisado por el efecto del hinojo).

Un buen steak tártar. Magnífica la calidad de la carne (solomillo cortado a cuchillo), auque, para mi gusto, en exceso trabajada.

Los postres que elegimos (si os apetece podéis intentar, no os costará mucho, agrupar los menús de esa noche) fueron:

Un granizado de lima y menta acompañado por una sopa de melocotón y unas bolas de sandía y melón. Un buen “bajativo”.

Un magnífico coulant de chocolate, de los mejores de Barcelona, cuyo único pero, auque de fácil enmienda, era la ausencia de ese toque salado que tanto potencia el sabor de un buen chocolate al 70% de cacao. Unos cuantos cristales de sal Maldon y listos…o, como mínimo, así lo hice (ya tenéis un poco más fácil lo de la confección de los menús).

Respecto los petit fours y tras definirlos como anodinos, sólo puedo remitiros a lo apuntado en relación a los aperitivos.

En definitiva, los que buscan disfrutar de un restaurante que ofrezca una notable cocina de mercado, que disponga de una elegante y cómoda sala y, tomada buena nota de ello, que dé de comer los domingos –día en el que Barcelona, y muchas otras ciudades, se convierten en un absoluto páramo para los amantes de la gastronomía-, deben quedarse con el nombre del pájaro más pequeño del mundo. No obstante, mi corazoncito y, en menor medida, mi paladar, melancólicamente añorarán esa propuesta gastronómica menos estandarizada que se servía en el Raval.

Vino: Ante todo quiero señalar el carácter, dicho con toda la rotundidad de la palabra, indecente de los precios de los vinos en el restaurante Colibrí (algunas referencias ven su precio incrementado en más de un 300% respecto pvp). Botani 2008 (Moscatel de Alejandría), Bodegas Jorge Ordóñez (en Miquel, el restaurante objeto de la crónica anterior, lo pagué a 18 €, en el Colibrí a 29,5 €).

Precio: 55 €
Calificación: 13/20

Indicado: Disfrutar -también los domingos- de una comida sin sobresaltos.

Contraindicado: Para los que se indignan -yo soy uno de esos- con los precios que en algunos restaurantes ponen a los vinos.

Calle Casanova 212, Barcelona
93 443 23 06

Respuesta: Menú 1: Sopa, lenguado, granizado. Menú 2: Arroz, steak, coulant.

jueves, 19 de agosto de 2010

Restaurant Miquel (bis)

Esta es la segunda ocasión en la que escribo sobre este bonito restaurante situado frente al paseo marítimo de Cambrils y, a diferencia de la primera, los elogios a su cocina no se circunscribirán casi exclusivamente a su arroz de galeras, el cual, afortunadamente, sigue rayando la perfección.

Restaurante Miquel al que, vista la relajación –para no escribir declive- que están padeciendo las propuestas gastronómicas de Acuamar y Joan Gatell, los dos restaurantes que delimitan su campo de juego, y de seguir completando su carta con platos capaces de soportar –que ya es mucho- la comparación con sus arroces, le auguró que se llevará a la boca, y lo hará merecidamente, un buen pedazo del pastel de la cocina de mercado del literal tarraconense.


La comida del pasado domingo en este restaurante familiar –madre, hijo y nuera son los que se lo guisan, lo de comérselo lo reservan para sus comensales- la compusieron:

Unas notables cigalitas al “aglio e olio” y un carpaccio de gamba roja.


El buque insignia del restaurante, esto es, su arroz de galeras: siempre en su punto, de sabor intenso y profundo y, por sorprendente que parezca, de fácil digestión.

Una lubina al horno que, sin lugar a dudas, fue lo más flojo del ágape. Seguro que influyó que la precediese un plato tan bueno, pero su punto de cocción excesivo y sus paupérrimas dimensiones tampoco dibujaban el mejor cartel de presentación.

En cuanto a los postres, dado que era un día de celebración, solicitamos a Miquel, el hijo y cocinero, que preparase un pastel de cumpleaños. Amablemente accedió y nos deleitó con un excelente pastel (buenísimo el “pa de pesic”) de nata (sin azúcar), trufa y yema quemada.

A pesar del pastel, el petit four de la casa, un bizcocho con un punto subido de anís, afortunadamente acudió fiel a su cita con los cafés.

En definitiva, el restaurante Miquel está en disposición de dar la alternativa a ciertas propuestas gastronómicas de Cambrils algo caducas, eso sí, se encuentra también el momento más difícil y delicado. Utilizando mis tan queridos símiles deportivos, tiene que cerrar el partido de tenis o, de decantarme por un símil, seguro, controvertido, tienen que asestar la estocada definitiva. Apostar por productos excelentes en vez de notables y mejorar detalles como la cristalería, impropia para servir según que vinos, o el pan el aceite y la sal seguro que le aportarán el impulso definitivo.

Vino: Botani 2008 (Moscatel de Alejandría), Bodegas Jorge Ordóñez y Can Blau 2007 (Garnacha, Syrah, Cariñena), Montsant.

Precio: 55 €
Calificación: 13,5/20

Indicado: Disfrutar de la mejor cocina de mercado de Cambrils y enamorarse de ese crustáceo durante tantos años denostado que es la galera.

Contraindicado: Personas con poca paciencia, pues los tiempos del restaurante son una de las facetas en las que, según parámetros ESO, necesitan mejorar.

Avinguda Diputació 3, Cambrils (Tarragona)
977 36 03 57

miércoles, 18 de agosto de 2010

Joan Gatell

¿Joan Gatell o Can Bosch?

Entre estos dos bandos se divide la legión de gastrónomos -en el sentido más amplio de la palabra- de Cambrils.

Son propuestas gastronómicas difíciles de conciliar que, inexorablemente, desembocan en una “guerra” en la que son muy pocos los comensales neutrales.

Es en este momento en el que debo confesar –aunque supongo que para la mayoría de los que me leéis será un secreto a voces- que mi pluma suspira por el Joan que no da nombre a esta crónica, esto es, por Joan Bosch y toda su gente.

Con lo recién apuntado puede que consideréis que debería inhibirme, por una manifiesta falta de objetividad, de expresar mi opinión sobre el restaurante Joan Gatell. No obstante, no va a ser así por dos motivos.

El primero de ellos es que considero que mi posicionamiento a favor de la cocina de Can Bosch no responde a prejuicios ni apriorismos, sino que se ha construido desde la concienzuda y honesta comparativa de las dos propuestas que me han permitido la casi veintena de ágapes que me he regalado entre los dos restaurantes.

El segundo de ellos es que nunca he pretendido en estas líneas expresar ninguna verdad absoluta –no conozco otra que la mortalidad del ser y Dios me salve de conocer más, no fuese el caso que me las creyese- sino que éstas sólo contienen las apreciaciones de algo tan subjetivo como el paladar de un individuo, eso sí, pasadas –cuando me acuerdo- por el tamiz de la razón y el sosiego.

Sentadas las bases de cuanto seguirá, y de cuanto escribo en este blog, es tiempo de entrar en materia.

La cena del pasado jueves dio comienzo con un correcto hojaldre relleno de un excelente jamón ibérico, servido a modo de aperitivo de la casa.

Le siguieron unos calamares a la romana, de nefasto rebozado, que pedimos como entrante a compartir.

Mi primer plato, dicho sea, seguramente fue el menos logrado de todos los servidos, consistió un carpaccio de atún que no pasará a la historia por la calidad de su materia prima, acompañado por un paté de aceitunas negras y cebollitas encurtidas que, a la postre, era el único sabor que se apreciaba en el plato.

Sobre el arroz de “espardenyas” que hacía las veces de plato principal debo confesar que hacía tiempo que no probaba unas “espardenyas” tan buenas ni un arroz tan soso.

Llegado el momento de los postres y dado que en mi estómago todavía existían muchos huecos que tapar –mi “padrí” siempre dice que es más barato comprarme un traje que invitarme a comer- me decanté por la degustación de casi todas las propuestas del carrito de postres. Como era previsible, hubo de todo, aunque más arena que cal.

Así, la tarta tatin y la tartaleta de higos eran excelentes, en cambio la tarta Sacher, el milhojas de crema y los buñuelos de viento no estaban a la altura de lo que se espera de una casa de comidas con tanta solera y reconocimiento.


En definitiva, expuesta está la propuesta del Gatell de los Joan. La del Bosch os espera a golpe de ratón . No obstante, permitidme, a modo de conclusión, una pequeña comparativa entre estas dos propuestas gastronómicas que rondan los 100 euros “por cabeza”.

Al tiempo que una ofrece sólo producto, la otra propone construcciones gustativas que realcen su sabor. En ambos casos, y salvo contadas excepciones, el producto es siempre de la mejor calidad.

En una, el comensal desfruta del ágape en una sala de corte clásico con vistas al mar, en la otra se vislumbra igualmente cierto clasicismo pero matizado por los toques justos de modernidad. Eso si, en esta segunda, las únicas vistas “bonitas” son las que puede ofrecer el rostro de una compañera de fatigas gastronómicas.

En una, detalles como el vestuario del equipo de sala así como la cubertería, la vajilla y la cristalería son considerados como elementos accidentales, en la otra, a todos éstos se les presta la misma atención que a la selección de la mejor materia prima.

Alea jacta est.

Juzgad y opinad.

Vino: Camins del Priorat 2007. Álvaro Palacios. (Samsó, Garnacha, Cabernet Sauvignon y Syrah).

Precio: 110 €
Calificación: 12/20

Indicado: Asiduos al Círculo Ecuestre

Contraindicado: Para los que exigen que en las cocinas se aporte cierto valor añadido a excelentes productos.

Passeig Miramar 26, Cambrils (Tarragona)
977 36 67 82

jueves, 12 de agosto de 2010

Era Mola (Gustavo y María José)

Si mi memoria no me traiciona, juraría que este fue el primer restaurante en el que tuve el placer de comer en el Valle de Arán hace algo más de tres lustros y cuando mi paladar contaba con tan solo 11 otoños.

Restaurante que, como reza el título de la crónica, a pesar de llamarse Era Mola es conocido por todo el mundo como Gustavo y Marí José. Bueno, no por todo el mundo, pues desde esa primera vista allá por los jóvenes noventa, en mi familia siempre hemos conocido esta magnífica casa de comidas aranesa como “Gavo”.

Casa de comidas que es capaz de resistir los envites de un paladar que, con los años, se ha vuelto cada vez más exigente, a diferencia de tantos restaurantes que mejor hubiesen permanecido en mi memoria como nostálgicos recuerdos pero que, con motivo de recientes visitas han padecido una severa desmitificación.

Compartiendo alguna de las recientes “desentronizaciones” de las plazas gastronómicas en las que más a menudo lidio apuntaría: de mi valle, Casa Irene (Arties); de mi costa, Acuamar (Cambrils); de mi ciudad, Jaume de Provença (Barcelona) y; de mi casa, Carballeira (Lleida).

Afortunadamente, todo parece apuntar que Mireia, llegado el, temido para algunos y fervientemente anhelado por otros, momento del relevo generacional, ha heredado la solvencia que su madre, María José, demostraba en los fogones. ¡Tenemos Gavo para rato!

Eso sí, ni todo el monte es orégano, ni en Era Mola deben dormirse en los laureles, pues ciertos errores de la cena del pasado viernes no pueden repetirse si esta casa quiere seguir siendo, junto Eth Taro (Arties), Eth Restillé (Garós), Ticolet (Baqueira), El Portalet (Bossots), una de las primeras espadas de la gastronomía del Valle de Arán.

El ágape dio comienzo con los dos aperitivos de la casa.

Un notable gazpacho con un agradable toque a almendras y melón.

Y unos buenos mejillones en escabeche acompañados por una correcta, excesivamente natosa, espuma de patata.

Es con los entrantes y los postres con los que se alcanza el cénit de la propuesta gastronómica de Gavo y, particularmente, con su sublime tarta de cebolla. Es un pecado visitar esta casa y prescindir de ella.

Llegados los platos principales, y a la vista de su irregular calidad, decidimos compartir luces y sombras, sonrisas y lágrimas. ¿Es lo que se hace con la familia, no?

El mejor: el crujiente de morcilla y col. Crujiente, ligero y la materia prima de primerísima calidad.

El peor: el codillo. Me cuesta creer que éste había sido preparado ese mismo día y, sin duda, los guisantes en conserva que lo acompañaban no ayudaban nada al conjunto gustativo del plato.

El más que correcto: las manitas de cerdo rellenas de setas. Las manitas eran buenísimas, en cambio me parece imperdonable que no estuviesen correctamente deshuesadas, que el puré de calabaza que las acompañaba estuviese frío y que, sin nada que aportar, se rallase encima de ellas una trufa que no reunía las cualidades del aguan sólo porque no era incolora.

Con los postres, y como ya apuntaba, dos nuevos regalos para el paladar.

Excelente la tarta fina de manzana.

Y purísimo el sabor del helado de marrón glaseé.

No lo pedimos, pero su milhojas de crepes con mousse de mandaría es otra maravilla de su repostería.

En definitiva, Era Mola, Gustavo y María José o Gavo, es pasado y presente de la gastronomía del Valle de Arán, y en las manos de Mireia está escribir su futuro. Tablas y genes para que éste sea igual de próspero que su pasado los tiene, ahora sólo resta esperar que esa savia joven barra de su nueva cocina los vicios que los años han ido acumulando.

¡Suerte!

Vino: Bru de Verdú 2007 (Syrah). Costers del Segre. De nuevo, excelente relación calidad-precio.

Precio: 45 €
Calificación: 13,5/20

Indicado: Disfrutar de algunos de los mejores platos del Valle de Arán.

Contraindicado: Para los que sólo comen en espacios sin humos, pues éste es un pequeño local en el que uno hace suyo el cigarro del vecino.

Calle Marrec 14
Vielha, Lleida
973 64 24 19

miércoles, 11 de agosto de 2010

La Borda de Lana (Casa Perú)

A medio camino de la senda que lleva de Bagergue a Varradós (Valle de Arán) encontramos el “comedor de verano” del restaurante Casa Perú, un restaurante de dilatada historia y, para algunos, de contrastada solvencia que, hace unos años, decidió comenzar a ofrecer sus servicios estivales en una borda (RAE: En el Pirineo, cabaña destinada a albergue de pastores y ganado) en medio de la nada.

Gracias a una pista forestal es posible llegar a la Borda de Lana cómodamente sentado en cualquier tipo de vehículo (no se precisa un todoterreno), no obstante, el paisaje que rodea la excursión bien merece dejar el coche en Bagergue o Unha y “hacer camino andando” durante algo más de una hora hasta llegar al restaurante. Además, ¿Qué mejor que sentarse a comer con hambre?

Vistas las vistas –perdonadme el pobre juego de palabras- queda claro que el marco es un gran argumento para visitar –éste es ya un flagrante abuso- la Borda de Lana. El problema: que es prácticamente el único.

Paisajes bucólicos en los que encontrarse a uno mismo, o lo que se busque y un servicio amable y voluntarioso se antojan insuficientes para compensar su vulgar y desfasada en cuanto a la relación calidad-precio oferta gastronómica.

La comida del pasado sábado no comenzó del todo mal gracias a un correcto surtido de quesos y patés, en el que destacaban, principalmente, los segundos.


Y a unas decentes tostadas occitanas o, lo que es lo mismo, unos montaditos de rulo de cabra y tomates semi-secos confitados.

Los problemas sobrevinieron con una tortilla de patatas (18 €) que, de haber visto, en cualquiera de las mesas aledañas, su color antes de la elección seguro que hubiese prescindido de ella.

Y todos los temores se confirmaron con un trío de longanizas (negra, butifarra y de huevo) de calidad menos que justa, en el que lo más destacado eran las patatas fritas que las acompañaban: excelentes; y su más que correcto punto de cocción: en su punto, pero no carbonizadas como en tantas ocasiones sucede. Nunca he comprendido ese empeño, ciertamente extendido, de muchas braserías, en conseguir que carne y brasas lleguen a confundirse –no se si por sus actos, pero sin duda, por su color, en muchas no las conoceríais (distinguiríais)-.

Con el postre, una de cal y otra de arena. Así, el requesón era más que correcto, en cambio, a la miel que lo regaba le hacía sombra hasta la miel de mil flores –con lo buenas que es las de naranjo o romero- de la Granja San Francisco.

En definitiva, si París bien valía una misa, el paraje en el que se encuentra la Borda de Lana bien vale pagar la “dolorosa” mirando para otra parte, o no.

Vino: Finca Resalso 2009. Bodegas Emilio Moro (Tinta Fina). Magnífica relación calidad-precio.

Precio: 42 €
Calificación: 11/20

Indicado: Iniciar o persistir en un idilio con la naturaleza.

Contraindicado: Para los que consideran que la naturaleza no tiene precio, pues aquí te la cobran, y mucho.

Bagergue (Valle de Arán)
Tel.: 639 724 983

jueves, 5 de agosto de 2010

La Burg

Son muchos los blogs que últimamente se han pronunciado sobre este local situado en la zona alta de Barcelona. Algunos –en este caso un eufemismo de pocos- han emitido magníficas valoraciones sobre esta hamburguesería, otros –mayoría en la que me incluyo- consideramos que la oferta gastronómica de este restaurante no merece mayor ni mejor calificativo que “correcta”.

Utilizando un símil futbolístico –que bien conocéis lo mucho que me gustan- diría que la Burg ganó el partido del pasado lunes gracias a un gol de penalti injusto en el último minuto del tiempo añadido.

Sin duda, el local, siempre teniendo en cuanta que estamos hablando de una hamburguesería, es encantador y, en particular, el comedor de la entrada.

El servicio, si bien es algo despistado, falta de voluntad no puede achacársele.

La carta, repito, para ser una casa de hamburguesas, es bastante amplia, pudiendo encontrar en ésta desde media docena de ensaladas, nachos, bravas y casi una docena de propuestas entorno a la protagonista de este restaurante.

Entonces, os preguntaréis ¿cuál es su talón de Aquiles?

Fácil, que la carta tiene una magnífica acogida en los ojos pero mucho peor en el paladar.

La cena del pasado la integraron:

Una correcta, eso sí, absolutamente falta de un aliño decente, ensalada de queso de cabra con naranja y dátiles.

Unos nachos que, a pesar de haber sido solicitados como aperitivo, llegaron con el último bocado de hamburguesa. ¿Qué decir de ellos? Pues de nuevo, que correctos. Supongo que pagaron el hecho que la noche anterior cenase en la Coronela.

De las dos hamburguesas que probé sólo salvaría la primera.

Así, la hamburguesa con cebolla caramelizada (azucarada), con queso fundido y huevo poché (casi duro), no estaba del todo mal.

En cambio, la “hamburguesa sola”, simplemente acompañada por un sofrito de tomate y cebolla, cebolla caramelizada y patatas fritas (lo mejor de la noche junto con la compañía) cayó por su propio peso. Si te atreves a enviar un pedazo de carne solo a las trincheras es porque tienes muy claro que es de la calidad suficiente para aguantar las acometidas del más exigente de los carnívoros paladares. Diez son los segundos que le auguro en cualquier trinchera mínimamente combativa.

Sintomático e ilustrativo de la sensación generalizada que nos dejó la vista a la Burg es el hecho que todos los comensales prescindimos de los postres.

En definitiva, para hamburguesas correctas la Burg es una magnífica opción, para hamburguesas notables, Saltimbocca es vuestro nombre, pero para hamburguesas excelentes quedaos con éstos: Coure y Rusty (el primero, el nombre del restaurante, el segundo, el de las manos que las preparan).

Precio: 18 € + bebidas
Calificación: 10,5/20

Indicado: Para injerir la ración semanal de proteínas con cierta alegría.

Contraindicado: Para los que no se conforman.

Sant Joan Bosco 55
Barcelona
Tel.: 93 205 63 48

miércoles, 4 de agosto de 2010

La Coronela

“Cocina mexicana”

Cadenas de restaurantes como Panchito o Ándele popularizaron la gastronomía mejicana en nuestra ciudad, pero como sucede, y es comprensible, con las empresas –sí, estos restaurantes están más próximos al concepto de empresa que al de casa de comidas- éstas prefieren ofrecer al comensal una oferta gastronómica más próxima a sus hábitos alimenticios y, en consecuencia, algo menos auténtica.

Así sucede también, por ejemplo, con la gastronomía japonesa y el grupo Tragaluz, que se decanta por ofrecer, en su Rojo y en el Japonés, una cocina nipona occidentalizada, que si bien es ideal para una primera incursión al imaginario del sushi y las tempuras, a las pocas visitas comienza a quedar algo coja.

Esta larga introducción –seguro que para algunos divagación- responde a que, a diferencia de en los locales apuntados, en La Coronela uno puede encontrar rabiosa, y no sólo por lo picante, autenticidad mejicana.

Mi visita a este bonito restaurante situado en el borne barcelonés fue el pasado domingo –apuntad, un buen restaurante abierto la noches de domingo, ¡Vaya rara avis!-, de la mano de un amigo muy ducho en todo lo concerniente al país más meridional de Norte America.

La elección corrió de su cuenta, y fue la que sigue:

Como aperitivos tomamos un agua de jamaica (infusión de flores de hibiscos) y un Clamato (el Bloody Mary mejicano). El primero, fresco y con la dulzor justa. El segundo, para mi gusto, demasiado subido de tabasco.

El primer plato fueron los típicos nachos, acompañados por queso fundido, un picadillo de tomate y cebolla y un puré de frijoles. Los mejores que he probado y, especialmente, si se aliñaban con la salsa Valentina que los acompañaba.

Les siguieron un plato de curioso nombre: Vuelve a la vida. Un ceviche de gambas y pulpo, especialidad de la casa. La textura del pulpo era excelente y el aliño de tomate, cebolla, lima y cilantro era muy gustoso, lástima que las gambas fuesen tan mediocres y estuviesen en exceso cocidas.

La elección de mi amigo para el plato principal fue una enchilada de pollo con mole. Debo reconocer que a pesar de lo sabroso y sorprendente del mole (salsa de chocolate con chile) en su primera impresión, terminó por convertirse en un sabor algo pesado. Sin duda, hubiese disfrutado muchísimo más del plato en formato tapa.

El postre elegido fueron una crepas de cajeta o, lo que es lo mismo, unos crepes de dulce de leche. El postre era más que correcto, eso si, siempre que obviemos el helado de “extracto sintético de sucedáneo de vainilla” –porque os puedo asegurar que no se merece referirse a él como de vainilla- que las acompañaba. Por suerte su color ya me puso en alerta y su degustación –de probar, no de gustar- fue mínima.

En definitiva, La Coronela se antoja como una de las mejores opciones de la ciudad condal para disfrutar de auténticos nachos (tortitas partidas en cuatro trozos y luego fritas), de salsas que sólo conocen los mejicanos (Valentina) o de construcciones gustativas diferentes (mole) y siempre con denominación de origen garantizada. Prueba de ello lo es el hecho que la melodía lingüística dominante en la sala del restaurante es la mejicana.

Precio: 30 €
Calificación: 13/20

Indicado: Descubrir la auténtica cocina mejicana

Contraindicado: Inmovilistas gastronómicos

Consulat de Mar 23
Barcelona
Tel.:93 268 16 76