Un grato recuerdo de su experiencia, tanto de mis padres como de un par de amigos, y alguna que otra buena crítica sobre este restaurante me llevaron a visitarlo el pasado sábado y, a pesar de algunas muy buenas sensaciones, la experiencia en su conjunto no estuvo a la altura de las expectativas generadas.
Debo confesar que puede que las expectativas con las que me dirigí a cenar fuesen demasiado altas, pues las referencias que tenía situaban a L’Estel de la Mercè en el podio gastronómico de la capital ilerdense y, a tenor de lo que seguidamente relataré, no tengo ninguna duda de que este restaurante se encuentra entre los diez mejores de Lleida, pero también creo que todavía no ha hecho méritos suficientes para desbancar de sus cajones ni a Blanc Restaurant ni a Cassia, ni tampoco a La Clasca y Grévol que, a mi parecer, son los que pugnan por el tercero.
¿Sería justo concederle la medalla de chocolate, tan odiada en atletismo pero más que meritoria entre fogones?
Tal vez sí.
Dejando ya de lado los rankings, podios y demás corsés clasificatorios, y antes de comenzar con la crónica de lo degustado, debo felicitar, por su pasión y entrega, al magnífico matrimonio que comanda esta nave (Toni a cargo de la sala y Mercè de la cocina).
El menú que, a partir de platos compartidos, confeccionamos con mi compañera de fatigas gastronómicas, consistió en:
Una crema de perdiz con su piruleta rebozada. Un aperitivo de sabores intensos y que fue de lo más meritorio de la noche.
Unas excelentes y diferentes, en la mejor acepción de la palabra, croquetas de solomillo y verduras con mostaza a la antigua, de las que destacaría el matiz de sabor que aportan las verduras ligeramente pochadas al solomillo.
Un Gin Fizz de almejas (una mezcla de clara de huevo, lima, ginebra y el agua de la cocción de las almejas, agitada pero no revuelta y acompañada por almejas), en el que el agua de las almejas empañaba el resto de sabores, y privaba de un merecido álgido final a la magnífica “mise en place” que en la misma mesa había ofrecido Toni.
Una terrina de foie, setas y trufa negra con reducción de garnacha, de potencia olfativa indescriptible, pero que en boca no encontraba su textura.
Un risotto de verduras, de perfecta cocción, pero en el que el aceite de clorofila que lo acompañaba adquiría demasiado protagonismo.
Un steak tártar que, a pesar de haber sido la recomendación casi unánime de todas las fuentes que me condujeron a L’Estel de la Mercè, no copó las expectativas del carnívoro empedernido que soy, principalmente, debido a una presencia excesiva, y que anulaba prácticamente el sabor de la carne, de alcaparras, pepinillos y cebolla.
Con los postres se recuperó, e incluso se superó, la senda exitosa por la que había discurrido la cena en sus dos primeras etapas.
Así, los canutillos de azúcar moreno rellenos de mascarpone y acompañados por un ligero helado de violetas devinieron un magnífica expresión de una perfecta complementariedad de sabores.
Y las fresas con pimienta flambeadas (delante del comensal), acompañadas por un helado de vainilla, eran, con toda la rotundidad de la palabra, inmejorables.
En definitiva, la estela de L’Estel (estrella) de la Mercè –vaya trabalenguas que acabo de escribir, suerte que no tengo que leerlo en voz alta- ya se divisa en el cielo de Lleida y, estoy convencido de que, si Toni y Mercè ponen todo su empeño en soplar en una misma dirección, esos nubarrones que hoy acechan a su cocina desaparecerán y, así, L’Estel devendrá ese sol en el que sus padres desean que se convierta.
Vino: Abel Mendoza Malvasía 2008. Uno de los mejores Rioja blancos que he probado, del que destacaría su finura y equilibrio en boca, y su larga e interesante evolución en nariz.
Precio: 75
Calificación: 13/20
Indicado: Para los amantes de los aperitivos y de los postres y para aquellos que disfrutan viendo evolucionar a un restaurante.
Contraindicado: Para los que sólo disfrutan con la fruta ya madura. A L’Estel de la Mercè todavía le falta un poco.
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