jueves, 8 de abril de 2010

Rodero

En mis muchas escapadas gastronómicas al norte, o al norte, al menos uno de ellos, gastronómico, siempre emprendía el camino con la intención de visitar el restaurante Rodero de Pamplona, pero ya fuese por qué alguno de los dos, él o yo, estuviésemos completos, o debido a que al final mi ruta se alejaba más de lo previsto de Iruña, hasta este Viernes Santo no había disfrutado del placer que supone sentarse en una de sus mesas.

Rodero es un magnifico ejemplo de armonía gastronómica gracias al paisaje de pacífica convivencia y magnífica complementariedad que tradición y vanguardia ofrecen en cada plato.

Rodero es sensibilidad femenina en su sala y tenacidad masculina tras sus fogones, literalmente hablando, pues Koldo es el amo y señor de los fogones y un cálido matriarcado impera en su elegante comedor.

Rodero es, mejor dicho, el Menú para Degustar de Rodero consiste en:

Una correcta versión del Martini Rosato, demasiado próxima a la peor acepción del concepto Play Food, y unas cremosas, intensas, deliciosas… croquetas de chistorra.


Una magnífica ensalada de cardo rojo crujiente, con tierra (frutos secos), nieve (nata), toques de esturión ahumado, y trufa negra. Uno de esos platos paisajísticos que tanto abundan, pero que a diferencia de muchos su belleza trasciende de lo visual y alcanza al paladar.

Unos erizos y vieiras con láminas de castaña cruda, y todo ello sobre una crema de castañas que era lo único ciertamente reprochable del plato por su exceso de dulzor.

Un muy buen canelón de morcilla, acompañado de coliflor al dente, perfecta como contrapunto verde del plato, papada, no de la mejor calidad (¡Qué difícil es competir con los embutidos Madonado!) y una exquisita crema de alubias rojas.

Un rodaballo, fresquísimo y de gran calidad, cocinado a la brasa de limonero y acompañado por un pil pil cítrico y un toque de jalapeño que, sorprendentemente, le sentaba fantástico.

Su versión del pato a la naranja, que consistía en una tagliata de pato y una terrina de pato y foie, de sabor intenso pero ligera, de lo mejor de la comida, y todo ello acompañado por toques de pomelo y ruibarbo.

Una fresas con mascarpone, polvo de galleta, amapola y azahar. En esta ocasión un Play Food en la mejor acepción de este concepto gastronómico, pues era visualmente muy divertido (mascarpone con piel de gelee de fresa y con la forma de esta última) y su recuerdo gustativo evocaba al tradicional pastel de queso.

Un excelente segundo postre que cerró el menú del mismo modo que todo el ágape había discurrido, titulado “Chocolate con sus contrapuntos” y que consistía en una crema de cacao, una tierra de cacao con sal, un helado de toffee, aire limón y crema y crujiente de pistacho. No será una composición gustativa revolucionaria pero estaba ejecutada a la perfección, en particular el helado de toffee y la tierra de cacao con sal.

En definitiva, Rodero es uno de los pocos restaurantes en los que he comido últimamente que ha superado las expectativas con las que lo visitaba, y no eran pocas.

En Rodero disfrutaría Ferrán Adriá y también los bisabuelos de Koldo, el cocinero.
Rodero es, sin ningún género de duda, una de las mejores atracciones de Pamplona y, especialmente, por qué sentado en una de sus mesas los pitones que raudos enfilan la calle Estafeta pasan muy lejos (aunque el restaurante esté en frente de la plaza de toros de la ciudad).

Vino: Gran Feudo Chardonnay 2009 y Gran Feudo Edición 2006 (Tempranillo, Merlot y Cabernet Sauvignon)

Precio: 75 €
Calificación: 16/20

Indicado: Para todo el que desee disfrutar de una comida que conjuga perfectamente tradición y creatividad, respetando siempre la autenticidad de sabores.

Contraindicado: Me cuesta encontrar a quien no recomendaría este restaurante, tal vez a los que no aceptan el más mínimo toque creativo en sus comidas. En definitiva, contraindicado para los asiduos al menú infantil.

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