martes, 6 de abril de 2010

Menús, platos, tapas y vinos de Pascua

El jueves por la tarde daban comienzo mis vacaciones de Semana Santa y me decidí por “navarrear y riojear” durante 4 días.

El mismo jueves, para acortar la etapa inicial hacia Pamplona con la que había de comenzar la ruta la mañana siguiente, decidí hacer noche en Lleida en casa de mis padres y, para no faltar a la tradición, decidí cenar en el restaurante Cassia.

Respecto a esa cena sólo voy a ofreceros dos pinceladas, pero al igual que dos coloridos trazos de la mano de Miró convertirían en arte un inmenso lienzo blanco, estos dos platos justifican una y mil visitas a este restaurante. Así, el mejor prólogo a una fantástica ruta lo pusieron una increíble tagliata de ciervo y una todavía mejor espalda de cordero cocinada a baja temperatura durante más de 18 horas, sin ningún género de duda, de las mejores que he probado.

Dicen que a quien madruga Dios le ayuda, así que, el viernes sentado a la hora de comer en una de las mesas del restaurante Rodero de Pamplona, yo ya había visitado el precioso Monasterio de Veruela y la ciudad fortificada de Olite.

Rodero (de notable alto), Túbal en Tafalla (más justo) y El Portal de Echaurren en Ezcaray (de nuevo rozando el excelente) fueron las tres paradas gastronómicas estrella de la ruta y, como tales, a lo largo de esta semana tendrán su crónica individualizada en este blog, al igual que la magnífica mañana que pasé en San Vicente de la Sonsierra en casa de la familia Mendoza (Abel, Maite y también Mus).

Las principales líneas gastronómicas y enológicas del resto de la ruta son las que ahora os ofrezco.

Por Logroño, como marcan los cánones, opté por tapear por la calle Laurel.

De entre todo, que fue mucho, lo probado os sugeriría que no os perdieseis el tradicional pincho de champiñones y gamba que sirven en el Champiñón del Ángel (es la única tapa que preparan),

las tapas creativas que ofrecen en Laurus, de las que destacaría el carpaccio de pulpo y el bacalao frito,



las croquetas de foie y hongos y el calabacín relleno de beicon ahumado del Bar Donosti, y los vinos a copas servidos en el Bar Sebas.

En Calahorra, y haciendo lo propio en una ciudad que alberga un museo de las verduras, cené una fantástica menestra de verduras,

precedida por unas croquetas de pollo como aperitivo (si es que doce croquetas pueden considerarse como un aperitivo, supongo que para Obélix sí) y un cogote de merluza al Orio en la Taberna de la Cuarta Esquina. Debo haceros una confesión, no osé aventurarme con los postres de lo lleno que estaba, cosa que no recuerdo la última vez que me sucedió. Podría alegar en mi defensa que era el último día de la ruta, que, como ya he dicho, la comida en la calle Laurel fue copiosa, o que nunca había visto tantas verduras juntas y una merluza tan grande en mi vida, pero lo cierto es que no hay excusa que valga y que esa noche no me hice merecedor de la cariñosa sentencia que hace ya unos años mi abuelo me regaló: “Eduard, es más barato comprarte un traje que invitarte a comer”.

En cuanto a las bodegas visitadas, debo trasmitiros un cierto grado de desazón que, no obstante, queda compensado por la increíble visita a la Bodega Abel Mendoza, de la que a lo largo de los próximos días os ofreceré una crónica.

Así, de la visita a las Bodegas del Marqués de Riscal en Elciego lo más destacable es el diseño de la bodega por parte de Frank Gehry, pues el romanticismo y pasión que uno espera encontrar en unas bodegas aquí es substituido por un ánimo mercantilista que aproxima más el paseo por los feudos del Marqués de Riscal a una visita a un centro comercial que a una bodega.

De la visita a las Bodegas Dinastía Vivanco en Briones, sin duda, merece un aplauso su Museo del Vino, quedando sus vinos en un merecidamente discreto segundo o tercer lugar.

Por último, de mi estancia en Haro, destacaría las Bodegas Muga, Rioja Alta y Roda.

En definitiva, cuatro días que han cundido, en los que he comido y bebido mucho y, sobre todo, bien, y de los que, como recuerdos no estomacales, me llevo los Monasterios de Veruela y del Suso y del Yuso, el precioso pueblo de San Vicente de la Sonsierra y las bellas carreteras interiores riojanas.

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