Hace más de veinte años que soy vecino de Sarrià y casi una década es la que llevo pateando sus calles con vocación de hallar sus mejores casas de comidas y, justamente por ello, que el restaurante Clandestino haya permanecido tanto tiempo en la oscuridad del cajón del “debe” se me antoja como una triste realidad.
Y lo más grave, es que no hay excusa que valga.
En este sentido, no puedo esconderme detrás de su reciente aparición en el panorama gastronómico de Sarrià –por cierto, cada día más rico- pues 25 son los años que, en esta travesía del Bar Tomàs a los FFCC –o viceversa-, la familia Ortiz lleva llenando el buche de los vecinos de este barrio de la zona alta de Barcelona.
Tampoco, y aunque su nombre pueda conducir a equívocos, en su clandestinidad puedo escudarme, pues tal bautismo responde a los conciertos “off the record” que hace unos años en este restaurante se celebraban, y por centenares pueden contarse las ocasiones en las que había pasado por delante de sus puertas y por decenas las ocasiones en las que me había detenido o a contemplar sus comensales o a ojear su carta.
Pero como no hay mal que cien años dure, el pasado miércoles rectifiqué y, espero –así lo reza el dicho-, me convertí en algo más sabio –que buena falta me hace y, además, no engorda, no ocupa lugar-. ¡Buf! En menos de cincuenta palabras he consumido todo mi crédito de sabiduría popular para esta crónica.
Enmienda de un descuido que me permitió disfrutar –dicho sea con la boca pequeña, pues no estamos ante un “grande” de Barcelona, sino delante de una buena casa de comidas de barrio- de la familiar cocina de mercado del restaurante Clandestino.
De mercado, pues su menú mediodía (14 €), su menú degustación (30 €) y su carta se construyen sobre los pilares de la estacionalidad y de lo mejor que el Mercat del Clot tiene, cada día, que ofrecer.
Y familiar, pues Albert Ortiz (cocina, sala y chico para todo del restaurante Clandestino) es el heredero, eso sí, “inter vivos”, de la cocina de su padre (quién, junto a su hija y la hermana de Albert –no son dos, es la misma- regenta ahora el restaurante Picus en el barrio de Sant Gervasi) y su madre sigue ayudándolo con la partida de postres y la contabilidad del restaurante –¡Esto es multitarea!-.
Y hasta aquí, la introducción. Y en adelante, lo sustancioso de crónica, esto es, mi cena a la carta en el restaurante Clandestino.
Cena a la que dieron forma:
Una muy buena (tan sabrosa como carnosa) anchoa 000 del Cantábrico acompañada por un excelente pan de cristal con tomate y aceite.
Unas croquetas caseras –las apariencias, aquí, no engañan- de jamón, de meritoria, tanto por su untuosidad como por su sabor, bechamel y de mejorable rebozado –no peligra, por el momento, el reinado en el barrio de Sarrià de las croquetas del restaurante Vivanda-.
Una, sobre el papel, interesante composición de mollejas de ternera, rossinyols, trompetas de la muerte y huevo frito que, al materializarse, perdía muchos enteros dada tanto su temperatura de servicio –siendo muy generoso, tibia- como la mejorable ejecución del huevo frito (demasiado hecho y ello sin perjuicio de que considero que un huevo a baja temperatura aportaría mucho más al conjunto, particularmente, en el capítulo textura).
Un correcto y algo dulzón risotto (eso sí, perfecto en su punto de cocción) de tres quesos (roquefort, queso de cabra y parmesano) y PX (demasiado protagonista).
Un excelente lomo de bacalao “d’en Vidal” (tendero del Mercat del Clot) confitado en su justo punto –la prueba del algodón: sus lascas permanecían parcialmente translúcidas- y servido con berenjena escalibada, por supuesto, a la llama -“comme il faut” y, por consiguiente, con agradables notas ahumadas- y pilpil de “all cremat”. Uno de los mejores platos de bacalao que he comido en Barcelona.
Un muy buen yogur griego con nueces y miel de trufa blanca. Un postre de sabrosa sencillez y en el que el valor añadido lo aportaba la excelencia de los productos con los que se elabora.
Y unas notables trufas, preparadas por la madre de Albert, y servidas con gajos de naranja, aceite y sal.
En definitiva, una honesta y sencillamente sabrosa familiar casa de comidas de Sarrià que, con poco más, podría brillar mucho más.
Bodega: Discreta carta de vinos de la que me quedé con: Tres Picos 2009 (Garnacha). Bodegas Borsao. DO campo de Borja.
Precio: 40 €
En pocas palabras: Lo mejor del Clot en Sarrià.
Indicado: Para disfrutar de la sabrosa sencillez y de la humildad de un buen restaurante de barrio con un notable potencial de crecimiento.
Contraindicado: Para los que el “viaje” a Sarrià solo lo justifica la excelencia, pues aunque el restaurante Clandestino es una buena casa de comidas, un buen trecho la separa de la excelencia.
Calle Jaume Piquet 1, Barcelona.
93 204 10 36
PD: A escasos 100 metros del restaurante Clandestino se encuentra la, tal vez, mejor ostrería de Barcelona: Gouthier (Plaça Sant Vicenç de Sarrià). Así que, con el “pack” aperitivo en Gouthier (copa de champagne Lallier + dos ostras Fines de Claire = 10 €) y cena en el restaurante Clandestino, que nadie me diga que renuncia a este notable descubrimiento gastronómico por eso de que “Sarrià está muy arriba”.
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