El pasado miércoles el genial Oscar Wilde –ese hombre de gustos sencillos, al que solo le gustaba lo mejor- se coló en mis sueños. Solo así puedo explicar el “mono” de trufa blanca que, al despertar, me daba los buenos días.
La crisis, las nuevas tendencias gastronómicas o un poco de ambas han hecho que, incluso en plena temporada, no sea tarea fácil encontrar en Barcelona una buena dosis de “tuber magnatum”.
No obstante, café en mano –tocaba poner a las neuronas a trabajar- tres fueron los nombres que rápidamente asaltaron mi mente: La Enoteca –de nuevo, ¡Enhorabuena!-, De Gustivus y Can Pineda.
Y pues lo que el cuerpo me pedía no era un menú degustación hecho a medida del más preciado y apreciado de los hongos, ni una correcta pasta vestida, por unos días, de reina gracias a un manto de dos gramos del genuino oro comestible, sino que lo que a gritos me demandaba eran unos huevos fritos con trufa blanca, no quedaba margen ni de maniobra ni para el error: la respuesta a mi sed de trufa blanca debía buscarla y encontrarla en el restaurante Can Pineda.
Can Pineda: la casa de comidas de Jaume (cocina) y su cuñado Paco (sala) en la que en las últimas cuatro décadas se ha cocinado siguiendo una misma receta: poner en la mesa lo mejor que el mercado, que la temporada a ofrecer tiene.
Me permitiréis en este punto una breve y sabrosa excursión a la vuelta de la esquina –literalmente-.
Lo mío no es puntualidad británica, es casi enfermiza obsesión por no llegar tarde, así que, como de costumbre, me planté delante del restaurante Can Pineda casi media hora antes de que Jaume y Paco levantasen el telón para la función vespertina. Afortunadamente, como os decía, a escasos metros de la casa de comidas de sus padres, los primos Marc y Xavi regentan un “bar à vins” bautizado como Els Tres Porquets (Rambla del Poble Nou 165, 933 008 750) en el que media hora se convirtió en un suspiro gracias a un Beso del 2009, a unas excelentes croquetas de chorizo, camembert y miel (6 € me costó el aperitivo) y a la contemplación de una sugerente carta-pizarra (fríos, calientes, de temporada, de salsa y del mar son sus poderosos argumentos) que, seguro, en breve me tendrá de nuevo paseando por esos lares –advertidos estáis Marc y Xavi-.
Y como ya tocan las nueve, al restaurante Can Pineda hemos de regresar.
Restaurante de corta pero interesantísima carta, aunque su esencia la encontréis en la hoja de sugerencias del día y en las recomendaciones que Paco canta al comensal nada más sentarse en una de las mesas de la sala, anteayer actual, ayer antigua y que hoy pasaría como obra y gracia de Lázaro Rosa Violán, del restaurante Can Pineda, y en el que, el pasado jueves, disfruté, y de lo lindo, gracias a:
Unos chicharrones servidos a modo de aperitivo de la casa.
Una buena coca de pan con tomate.
Una notable coca de sardinas marinadas acompañadas por cebolla y tomate confitados.
Un tan delicado como sabroso carpaccio de “ou de reig” acertadamente aderezado con un sencillo aliño de aceite y pimienta.
Unos terrenales huevos fritos –los he comido de mejores- que, no obstante, alcanzaban el cielo tocados por la mano de la trufa blanca.
Un brutal (melosidad y sabor a raudales) guiso de tripa de bacalao, judías del Ganxet, butifarra negra, jamón y alcachofas. Sin duda, lo mejor de la cena.
Una buena, aunque algo seca, terrina de cochinillo ibérico acompañada por un mejor cremoso de membrillo y salsa española.
Y un dúo de postres que, como por desgracia suele suceder en muchas casas de comidas de mercado, fueron lo menos lúcido de la velada.
Buenas, sin más, las “orelletes”. Sin duda, a años luz de las que mi “iaia” me preparaba, aunque, en su descargo, os confesaré tanto que, como ilerdense (éstas son un postre típico de mi tierra), las he degustado a miles como que mi abuela era una de las mejores cocineras del mundo. Ya sé que esto lo pregona casi cualquier hijo de vecino, pero en mi caso es tan cierto como que la Guía Michelin es injustamente rácana con nuestra gastronomía –lo siento, pero me lo había dejado a huevo-.
Y muy pobres los canutillos rellenos de una insípida crema de turrón y acompañados por una dulzona y barroca composición de dos chocolates (blanco y negro) y crema inglesa.
En definitiva, Barcelona está repleta de grandes casas de comidas de mercado (Can Vallés, Sense Pressa…) y, sin duda, el restaurante Can Pineda es una de las más destacadas.
Bodega: Destacada, por sus referencias y, en menor grado, por los precios de éstas, carta de vinos, de la que me quedé con La Llopetera 2009 (Pinot Noir). Bodega Escoda Sanahuja. DO Conca de Barberà.
Precio: 70 € (precio medio 50-100 €)
En pocas palabras: Sabrosísima y eterna tradición.
Indicado: Para los que la cocina de mercado es la vía directa para conquistar tanto su corazón como su paladar.
Contraindicado: Para los que la gastronomía de temporada no la rigen los productos que cada mes la tierra y el mar nos ofrecen sino que lo hace la posibilidad o no de disfrutar de una buena terraza. En este sentido, incontables son las magníficas terrazas de las que los barceloneses podemos disfrutar pero, por desgracia, muchos restaurantes constriñen sus argumentos para visitarlos a ellas.
Sant Joan de Malta 55, Barcelona.
93 308 30 81
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