Tres son las propuestas gastronómicas que este fin de semana he podido degustar en Lleida.
Isidro y sus brasas.
Los arroces y cocina de mercado de la Clasca.
Blanc Restaurant y su cocina creativa.
Tres propuestas que luchan por conquistar las voluntades y los estómagos de los ilerdenses.
Lucha en la que, visto el tamaño de su ejército, o lo que es lo mismo, el lleno absoluto del restaurante en la comida matutina del sábado, de momento, se impone el calor de la brasa, aunque mi espada, este fin de semana, sirviese a la causa de la Clasca.
Las armas que se blandieron, al tiempo que en Lleida se celebraba la Fiesta de los Moros y Cristianos –que este año ganaron los cristianos y que, tal vez, es el motivo por el cual he iniciado esta crónica con varios símiles bélicos- fueron las siguientes:
Brasería Isidro:
En el margen derecho del río Segre se erige, según los paladares ilerdenses, este templo de las brasas, en cuyas entrañas Isidro cocina caracoles y carnes de primer nivel.
La cocina de Isidro es sencilla y así lo demuestra la elección de la comida de este sábado:
Una ensaladilla rusa que dista mucho de la que mi “iaia” preparaba sólo con productos frescos.
Un plato de un buen jamón ibérico cortado a chuchillo, como no podría ser de otra manera.
Unos caracoles que, por desgracia, me olvidé de fotografiar. No obstante, si queréis ver caracoles, este fin de semana se les rinde tributo en Lleida en el “Aplec”. Fiesta que cada año reúne a más de 200.000 personas.
Un “blanc y negre”. Esto es, una butifarra blanca y una butifarra negra, ambas de magnífica calidad, preparadas a la brasa.
Un poco de requesón con miel y nueces.
En definitiva, tradición cocinada al calor de las brasas y calidad de producto a algo más de 30€, son lo que Isidro ofrece en su brasería.
La Clasca:
Tres hermanas y un restaurante en el margen izquierdo del río Segre.
Dos en la dirección de la sala, y la otra, tras los fogones, preparando los mejores arroces de Lleida.
Indiscutible la calidad del producto con el que se trabaja en la Clasca, tal vez el denominador común de la gastronomía ilerdense, como lo acreditan las magníficas anchoas, de preparación propia, que sirvieron –modo y manera- de aperitivo.
Excelentes también los calamares a la andaluza con un muy ligero alioli.
A pesar de su calidad, el arroz blanco con algas y su caldo, servido con gambas de Málaga no estuvo a la altura de otras de sus preparaciones como podrían ser su arroz Denia con calamares y patata, sus arroces caldosos o su paella de lentejas con bogavante: ¡increíble!
Sus postres, de corte tradicional, merecen ser igualmente destacados. En las fotos, el clásico coulant, algo dulce a mi juicio, y al que le sentaría magnífico un toque de sal y pimienta o de curry, una excelente caña de yema, y una croqueta de chocolate fluido, excelente para acompañar el café.
En definitiva, tres hermanas y un restaurante que ofrecen una cocina de mercado que mima al producto y rinde pleitesía al arroz, sin duda, en la Clasca, se degustan los mejores de Lleida. El precio, unos 60€, es, seguramente, su asignatura pendiente.
Blanc Restaurant:
Primero fue la pastelería, la siguió un elegante complejo para la celebración de banquetes de gran formato, luego vino el Hotel-SPA de lujo (5*) y, finalmente, la familia Prats se atrevió con un restaurante en el que se ofrece un menú de cocina creativa a 60€.
Ante todo, debo confesar que, a diferencia de lo que cabía esperar, esta segunda visita no fue lo satisfactoria que la primera .
Así, sería una verdadera lástima que, con la calidad profesional y humana que derrochan los padres de todos estos proyectos, terminasen por hacer buena la expresión: “quine mucho abarca, poco aprieta”.
No obstante, estoy convencido que no será así, pues partiendo del talento que exhiben algunos de sus platos, y efectuando algunos reajustes tanto en su personal de sala como en su carta de vinos, una sólida propuesta gastronómica puede edificarse.
Talento como referencia que puede extraerse de la espuma de patata con mejillones en escabeche y el Carpaccio de vieiras con toques herbales que se sirvió de aperitivo.
O del steak tártar, sin duda, el mejor de Lleida, acompañado por una notable “nieve” de mostaza que maridaba a la perfección con la carne de altísima calidad cortada a cuchillo.
No estaba a su mismo nivel, pero el bacalao con “crosta” de pil-pil y “trinxat” era más que correcto. Mejoraría notablemente si en vez de cocinado al horno, el bacalao se confitase.
Y también tenía sus virtudes la tagliatta de ternera ahumada (casi no era necesario ni masticarla de lo tierna que era) con puré de manzanas (algo dulce), parmentier de patata y crujiente de jamón.
En cambio, ni la merluza en cocotte, ni el carré de cordero con crosta de mostaza, ambos cocinados en exceso, se hacen merecedores de ningún aplauso.
Los postres, tampoco merecen más calificativo que correctos, pues el pre-postre debe reputarse como un play-food esteril, y del postre que consistía en una tatin de pera (algo cruda), con toffee (excesivamente dulce), sólo sobresalía, eso si, mucho, el helado de leche.
En definitiva, el marco, la capacidad de trabajo y el talento para proponer una oferta gastronómica de referencia, la familia Prats los tienen, ahora sólo falta que concurra el firme deseo de que tal proyecto se materialice para que todo lo que apuntaba Blanc Restaurant no se hunda a escasos metros de la orilla.
Este fin de semana, la democracia, el sistema menos imperfecto que conocemos, ha dado la victoria a la leña incandescente, no obstante, si media el propósito de enmienda que Blanc Restaurant y la Clasca conocen que precisan, auguro un signo político muy diferente en próximos combates por el favor del público, a la postre, y a pesar de nuestros pareceres –permitiendo la inmodestia de considerarme crítico- la última y más alta instancia.
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