Tras dos fallidos experimentos –al menos fueron con gaseosa- puse el resto por el restaurante Espai Kru y, como era de prever, la apuesta fue todo un éxito.
Pero antes de entrar en el detalle de la mejor, de la más completa de la cenas que me he regalado en el “spin off” del restaurante Rías de Galicia, divaguemos algo sobre esta estrella –injusta y cicateramente en la sombra- del panorama gastronómico barcelonés.
Hay matrimonios de conveniencia (los de tantos cocineros estrellados con todavía más estrelladas cadenas hoteleras), otros que fagocitan (la trayectoria de Pellicer o de Franco dan fe de ello) y otros claramente simbióticos y, sin lugar a dudas, éste último es el caso del enlace entre los Iglesias y los Adrià.
Simbiosis, o efecto positivo –apunte hecho para algunos de los lectores que están sufriendo los planes educativos del Ministro Wert (el “Voldemort” para la academia y la cultura españolas y también para casi todo hijo de vecino)-, que, a mi entender, dónde más se advierte, por paradójico que pueda parecer, es en los negocios, en las casas de comidas –denominación mucho más prosaica y que, a la vez, hace justicia a lo que la familia Iglesias siente y ha hecho, hace y, de bien seguro, hará por la gastronomía de nuestra ciudad- regentadas en solitario por los hermanos Iglesias (Borja, Pedro y Juan Carlos) y cuyos fogones capitanea el cada día más brillante Ever Cubilla.
Y tras esta breve -¿Lo habéis agradecido, verdad?- excursión, y el siguiente aviso para navegantes…
Vaya por delante que, sintiéndolo mucho –solo en términos estilísticos, pues este pesar se transforma en gozo en el paladar-, en la crónica de hoy no disfrutaréis de una paleta de calificativos o adjetivos demasiado plural –por no decir que será muy parca-.
He aquí una de los mejores ágapes que uno puede regalarse a día de hoy en Barcelona.
Ágape que no solo hace honor al bello y acogedor marco que lo cobija, sino que, con creces, lo sobrepasa, y al que dieron forma:
Un muy buen pan de algas acompañado por un buen –de los pocos campos en los que el margen de mejora es amplio- aceite.
Una excelente croqueta de gamba y centolla. Croqueta que, por su untuosidad, su crocante y, sobre todo, por su intensidad, sitúo en mi Top 3 barcelonés (con las de los restaurantes Coure y Vivanda).
Una colosal navaja XXL de las Cíes –viva, por supuesto-, aderezada con mostaza y jengibre. Sin duda, si la dificultad en la captura de este molusco fuese pareja a la de los percebes, seguro que su precio sería astronómico. Algo parecido sucedería con las sardinas o los huevos si no tuviésemos la suerte que estos majares sean tan abundantes -¡Qué manía con valorar las cosas más por lo que cuestan que por lo que valen!-.
Unas yemas de erizos con aguacate, fondo de mar, gelatina de leche de almendras y shisho, que identifico como uno de los mejores bocados de la ciudad por el precioso y sabrosísimo collage que forman las notas iodadas del erizo y del fondo de algas, las de frutos secos y lácteas que aportan el aguacate y la leche de almendras y las frescas que aportan el aguacate y el shisho –para ser la hoja perfecta, solo le faltaría que se pudiese fumar-.
Un notable langostino con leche de tigre de maracuyá, aguachile y aguacate. Sin duda, mejora la versión con gamba probada en anteriores visitas, pues la textura del langostino, a mi entender, marina más con estos “ceviches”, no obstante, esta versión, y dado que la cabeza del langostino tiene mucho más que ver con la de algunos políticos que con la rebosante de sabor de las gambas, yo la reformularía como canelón de aguacate y langostino.
Una pornográfica –el término que el genial David de Jorge reserva a la excelencia en el terreno de la comida “guarra”- arepa de anguila, erizo y citronela –¿Demasiada? Para muchos seguro que sí, aunque el punto refrescante que aporta se antoja necesario en esta versión de lujo de Fast food-.
Un muy buen sashimi soasado de dento, envuelto en alga combu –delicado el matiz dulce que le aporta- y acompañado de un majado de wasabi, erizo y soja. Así el Dento sí –hasta corvina comería con esta preparación-.
Un sashimi de ventresca de atún D.O. Balfegó –sin duda, el mejor del mercado-. Un plato, por sí solo, de 10, pero venía con sorpresa de…
¡Trufa de la Ribagorza ilerdense! Como la de Graus, pero mejor –barriendo para casa-.
¡Vaya matrimonio! Para que luego digan que no pueden tenerse dos gallos en un mismo gallinero. El cacareo resultante: un plato de 11.
Una buena, aunque no al nivel de la de Ángel León, parpatana de atún con puré de celerí a la vainilla y pimientos escalivados.
Una excelente costilla de cerdo ibérico –se deshacía solo mirarla- con tuétano y “katsuobushi”. Envuelta con la alga que la acompañaba, tres bocados nuevamente pornográficos.
Y la gran primicia: ¡Habemus postres!
Por fin en el restaurante Espai Kru, y para que las comidas no acaben en coitus interruptus –cómo estoy hoy- no hará falta recurrir a su magnífica selección de quesos D.O. Vila Viniteca (gran labora la de Eva). Dan fe de ello:
Un tan divertido, como sabroso y refrescante “hongo” impregnado con fruta de la pasión y lima. Una vuelta de tuerca a las ya algo ajadas, y mal denominadas, frutas osmotizadas.
Una excelente crema de calabaza, con gelée de limón y helado de tiramisú.
Un irregular, por plano a la vez que desequilibrado, borracho de mojito con menta y saque. Sin duda, el único postre que requiere de una revisión.
Y un soberbio –en la mejor, la tercera, acepción de la palabra- taco de quicos, cilantro, guayaba y melaza mejicana. Uno de los mejores postres que he comido en mucho tiempo y que, con nostalgia, me evocó la “tatin” de pera con crema de queso, crujiente de quicos y helado de palomitas de la que tantas veces había disfrutado en el malogrado Libentia.
La guinda a la noche: un merengue de café, cacao y regaliz (algo subido de éste último) y un “limoncello” de maracuyá de los que disfruté en su agradable terraza.
En definitiva, por relación calidad (el producto con el que trabajan es insuperable y además lo trabajan bien) – satisfacción (a lo recién dicho os remito) – precio (de los más bajos de entre los grandes de la ciudad), tal vez, el mejor restaurante de Barcelona.
Bodega: Una de las más extensas cartas de Barcelona, aunque algo apolillada, algo falta de referencias más modernas, a excepción de la cuidadísima selección de vinos naturales de la que puede hacer gala. De entre éstos últimos, y gracias a la acertada recomendación de Paco, disfruté, y mucho, del vino tinerfeño Táganan Tinto 2013 (Negramol, Listan Negro, Moscatel Negra, Listan Gacho, Vijariego Negro) de la Bodega Envínate.
Precio: 80€ (precio medio 60€-90€)
En pocas palabras: Me he quedado sin ellas.
Indicado: Para todo Dios y, en particular, para descubrir que la buena cocina de fusión no es la que hace mecanos con países o tipos de restaurantes sino que es la que suma ideas o conceptos.
Contraindicado: Para… para… los que aceptan pulpo como animal de compañía y la Sirena como pescadería.
Carrer Lleida 7, Barcelona.
934 234 570
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