Una muestra más de que la cantidad y la calidad no solo no suelen ir de la mano, sino que, normalmente, se llevan como el perro y el gato, la encontramos en el panorama gastronómico barcelonés y, en particular, en la restauración de los barrios de la Barceloneta y de Gracia.
Barrios en los que la densidad de restaurantes es pareja a la de políticos corruptos en las listas electorales Populares madrileñas o valencianas, y en los que ir a comer tiene muchos más visos de terminar como el Rosario de la Aurora que en epifanía.
Afortunadamente, no todo es maleza por esos lares y así, como podemos encontrar grandes casas de comidas en la Barceloneta, como en el caso del restaurante La Mar Salada, haberlas también las hay en Gracia.
Pero a diferencia de en la Barceloneta, donde el tópico que nada es blanco o negro no se cumple, pues en este barrio los restaurantes o viven a tutiplén a costa del turista o se sobrevive cuidándonos -¡Gracias por vuestra integridad!-, en Gracia el tono grisáceo abunda y, en consecuencia, deviene capital ser capaces de separar el grano de la paja.
No obstante, entre una niebla tan espesa, resulta arduo complicado distinguir, sentar cátedra sobre si hemos dado con un auténtico rayo de sol o nos hallamos ante el tuerto en el país de los ciegos.
Como siempre, yo me mojaré -eso sí, hoy al final, tanto para mantener el suspense y reteneros unas líneas más como para no acatarrarme antes de hora-, pero sobre los siguientes hechos, descritos tan farragosa como, en la medida de lo posible, objetivamente, habréis de ser vosotros quiénes emitáis el veredicto en forma de visita, o no, al restaurante Capet.
Restaurante Capet: la apuesta, abalada por su tío, del chef Armando Álvarez (discípulo aventajado de Albert Ventura (Coure)).
Restaurante Capet: una casa de comidas, con nueve meses de vida, sobre la que casi todo el mundo escribió, y bien, y que, por ello, o por su buen hacer, hoy goza del favor del público. Favor que ha llevado a maximizar –que no optimizar- tanto su sala –en esta segunda visita, he observado como su aforo se había multiplicado cual panes y peces en las Bodas de Canaán- como su minúscula cocina –con una consiguiente merma en sus tiempos-, pero que no ha traído debajo del brazo una mejora ni de su humilde vajilla, ni de su voluntarioso pero poco profesional servicio de sala, ni tampoco de su sistema de extracción –abono para salir con malos humos del restaurante-.
Restaurante Capet, en el primer turno (de 20:30 a 22:00) del pasado viernes 22 de marzo:
Unas muy buenas aceitunas verdes (cuando más brillan) de Caspe.
Un correcto aceite de arbequina de la Terra Alta con el que regar el excelente pan del obrador de Joan Grimal (ex-pastelero del restaurante Coure).
Una perfecta croqueta de pollo D.O. Albert Ventura (de relleno más parecido a una “rillette” que a una bechamel) con la que, tal vez, Armando da el “sorpasso” a su maestro.
Una notable caballa marinada, acompañada con fresones, yogur griego, crema de vinagre de Módena, escarola y rúcula.
Un buen –ni más ni menos- “sashimi” de bonito aderezado con salsa de soja y wasabi.
Un excelente “carpaccio” de lengua de vaca hervida –el “roast beef” de la casquería- al que los “calçots” que le hacían de base le sumaban enteros, aunque menos que los que le restaba el romesco “agazpachado” que aderezaba el conjunto.
Unas más que apetitosas, sobre el papel y a la vista, mollejas de ternera con tupinambo, alcaparras y escabeche de azafrán que en el paladar quedaban en mucho menos por un exceso de cocción.
Una liebre a la royale, también de corte, pero en esta ocasión, no de confección D.O. Albert Ventura, pues buena parte de su sabrosa intensidad gustativa quedaba empañada por texturas más que mejorables (falta de untuosidad en el puré y sequedad tanto en la trufa seca como en la terrina de liebre).
Y en el capítulo de los postres: el bueno, el feo y el malo.
El bueno: el “sticky toffee” (una suerte de pudin de dátiles y caramelo) con helado de vainilla. Bueno a pesar de la textura más que mejorable del helado y de un punto demasiado tostado del caramelo.
El feo (por culpa de mi pésima foto, pues al paladar era resultonamente sabroso): el cremoso de chocolate blanco con crema de maracuyá, helado de yogurt y ralladura de nuez de macadamia.
Y el malo: un pastel de zanahoria (de textura poco amable) con sorbete de naranja y jengibre (subidísimo de naranja) y granizado de zanahoria (de licuado fácil, temprano), cuyo mayor pecado era prescindir de la máxima de este clásico postre: la untuosidad.
En definitiva, uno de los mejores restaurantes de Gracia, pero un tuerto más.
Bodega: Corta, pero más que correcta carta de vinos, de la que me quedé con la excelente relación calidad-satisfacción-precio del Gaba do Xil Mencía 2013 (Compañía de Vinos Telmo Rodríguez, D.O. Valdeorras).
Precio: 40€ (se puede comer significativamente más barato, y también algo más caro si uno se decanta por alguna de las sugerencias fuera de carta o por su menú degustación (42€)).
En pocas palabras: Coure “low cost”.
Indicado: Para asegurar que una velada en Gracia no acabe en desgracia.
Contraindicado: Para los que no comen donde van, sino que van a comer.
Benet Mercadé 21, Barcelona.
931 155 366
Tal com ja vaig dir a Facebook, quan hi vam anar ens va agradar... Lo pitjor va ser el soroll i ja ho vaig comentar... La reflexió a fer i enllaçada amb el que dius, es que en el meu cas sempre faig les cròniques segons el context i penso que ja queda implícit...
ResponderEliminarAmb això vull dir q quan dic "Capet ens va agradar molt", ja va implicít que és dins del context Gràcia... I el dia que em carrego "un estrella", també va implícit q ho faig en la categoria que en general ells mateixos s han volgut posicionar...
Complicat això de mo haver-hi categories "oficials" com passa en el futbol...en que pots explicar meravelles d'un 2A sense que ningú et busqui comparatives amb el Bayern..
Una abraçada!
Com bé apuntes, Ricard, el context és el fonamental a l'hora d'escriure i de llegir una crònica, i em sembla encertadíssim el símil futbolístic que fas.
EliminarUna abraçada,
Eduard