martes, 30 de abril de 2013

Norte

Apuntaba, al abrir en mi última crónica el melón del porqué de los nombres de los restaurantes, que Norte decía mucho tanto de la cocina del restaurante que hoy nos ocupa como de las manos que mueven sus hilos.

Abusando del auto-plagio –a pesar de no estar prohibido, por el agotamiento de ideas que permite translucir, merece ser igualmente proscrito- también recuperaré que lo que hace bueno el nombre del restaurante Norte es el hecho que sus progenitores son norteños y, asimismo, que entre las máximas de su cocina está no perder nunca de vista este punto cardinal.

En adelante, ni más plagio ni más candidez.

Y se acabó lo de ser cándido pues, a pesar de la veracidad de todo lo hasta este punto escrito, no es menos cierto que para Lara Zaballa, María González y Fernando Martínez-Conde el norte no está lo arriba que podría estar.

En breve hará dos años que los tres del Norte vieron materializarse a esa ensoñación despierta que compartieron entre los fogones del restaurante Moo.

Un sueño en el que se veían sirviendo solo desayunos de tenedor y almuerzos de “traca i mocador”, pero del que la crisis económica abruptamente los despertó y hoy sus huesos se ven sirviendo comidas de sol a sol.

Comidas buenas, bonitas, baratas y, por las noches, timoratas.

Timoratas cenas por cuanto, no sé si por no ver desvanecidas por completo las iniciales intenciones o por vagancia –o puede que por un poco de ambas-, uno solo puede disfrutar en plenitud de la cocina del restaurante Norte y del talento de sus tres cabezas pensantes en los servicios de mediodía, y así, el brillo de platos como arroz marinero de Pals con berberechos y mayonesa de perejil o el guiso de carrillera de vaca, solo ofrecidos en los almuerzos, oscurecen la nocturna cocina del restaurante Norte y, por ende, toda su propuesta gastronómica.

No leáis en mis líneas lo que no dicen, pues a las antípodas de mis intenciones se encuentra que todo el mundo apueste por la cocina de autor o practique una cocina con base en los productos de lujo. Mi único –aunque gran, grandioso- anhelo es que, en el terreno elegido para jugar su gastronómico partido -ya sea un menú degustación o un bocata de beicon con queso-, la meta de los restauradores sea la excelencia -en muchas ocasiones, hacerlo mal, medianamente bien, notable o excelente cuesta exactamente lo mismo y solo es una cuestión, por supuesto, algo, o mucho talento mediante, de actitud-.

Pero dejémonos de romances y vayamos a lo sustancioso –en una acepción todo menos cuantitativa, pues, a pesar de mi pantagruélico intento, no hubo forma de convertir la notable relación calidad-precio del restaurante Norte en un trío, cantidad mediante- de la cena que hace un par de semanas me regalé en el restaurante Norte.

Cena a la que dieron forma:

Un buen servicio de pan (blanco y coca con tomate) del vecino Forn de Sant Josep.

Una buena sardina 000 ahumada, pero lejos de la degustada hacía unos días en el restaurante Mont Bar. Sin duda, le restaba unos cuantos enteros la estrambótica combinación de pan con tomate y mantequilla sobre la que reposaba.

Unas notables croquetas de jarrete que, de atender al grito de “¡Más madera!”, o lo que es lo mismo, más intensidad gustativa, podrían alcanzar cotas de excelencia.

Una caballa escabechada que, a pesar de haberme puesto en la disyuntiva de determinar si era sencilla o simple, daré carpetazo a tal debate –para algunos estéril, aunque no para mí- con un “sabrosa, y punto”.

Una hamburguesa de faisán escabechado a la que la paupérrima cantidad de éste –que no el tamaño del bocata- no permitía brillar como el plumífero escabeche meritaba.


Una excelente tortilla –en su punto, esto es, babosa- de guisantes, habas, tirabeques, menta y panceta.

Unos buenos, aunque faltos de untuosidad, garbanzos con butifarra negra, piñones, pasas y cebolla caramelizada.

Unas solventes, pero simples –aquí sí que no me cabe duda alguna- fresas (naturales y su mermelada) con crema de mascarpone y un flojo sablée.

Una buena –de potenciar sus notas saladas, el “muy” sería obligado- versión del clásico Conguito (chocolate y cacahuetes).

En definitiva, ¿Tres grandes profesionales y tan solo un buen restaurante? Algo falla, y sino que se lo pregunten a los hermanos Roca -Enhorabuena “germans” Roca, sois los número 1 y justos herederos de elBulli, aunque mis máximos momentos de placer gastronómico siga brindándomelos el restaurante Mugaritz-.

Bodega: Corta bodega de la que me quedé con una de sus mejores referencias -el tuerto en el país de los ciegos-. Losada 2009 (Mencía). Losada Vinos de Finca. DO Bierzo.

Precio: 30 €

En pocas palabras: Calidad latente.

Indicado: Para los que sencillez y simplicidad son sinónimos y, por ello, en las dos hallan el mismo placer gastronómico.

Contraindicado: Para los que la calidad de un ágape la miden en función de los “Almax” que la digestión de éste exige.

Diputació 321, Barcelona.
93 528 76 76

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