Por desgracia, no veo mejor introducción para esta crónica que parafrasear el título de la gran novela de Ramón J. Sénder y, en consecuencia, sentenciar:
Réquiem por un restaurante barcelonés.
Afortunadamente –sí, este es el adverbio que toca, pues no todo son pulgas en este flaco perro- las exequias que celebraremos en unos días –sirviéndome, de nuevo, de literatura de muchos quilates, os diré que la muerte del restaurante Comiols es la “crónica de una muerte anunciada”, concretamente, para el próximo domingo 17- son solo en honor del restaurante Comiols y, en absoluto, del espíritu emprendedor y del amor por la gastronomía de sus progenitores: Quim y su esposa Aglae.
Y así es, pues Quim Hernández (formado, entre otros, en los restaurantes Reno, Casa Leopoldo, el Motel o elBulli) ahoga los últimos estertores de su Comiols en el mar de ilusión que le espera a unos cuantos océanos de distancia, o, y dicho algo menos prosaico pero mucho más entendible: Quim llorará al restaurante Comiols desde la atalaya de chef ejecutivo de un importante grupo de Hong Kong –si alguien creía que por esto de ser, o creernos, el ombligo del mundo de la nueva restauración, la fuga de cerebros era ajena a la gastronomía española, estaba, a todas luces, equivocado-.
Y este restaurante que nos deja en los albores de su madurez –no sé si la edad de los restaurantes funciona como la de los gatos, como la de los perros o como la de los Pitufos, pero lo que sí sé seguro es que la suya, no es la nuestra, y que una casa de comidas con siete primaveras está ya en edad casadera- y que por nombre lleva el de uno de los más bellos puertos de montaña del Pirineo ilerdense (el Puerto de Comiols) -tanto aman, Quim y Aglae, este pedacito de la geografía catalana, que su primer restaurante llevaba por nombre el de un pueblo de casi idénticas coordenadas (Folquer)- lo hace por culpa de la dichosa crisis –por supuesto- pero también por culpa de lo poco que valoramos uno de nuestros mayores activos y atractivos turísticos: la gastronomía.
¿Cuándo adquiriremos la madurez gastronómica suficiente como para no movernos -como mínimo tanto- cual medusas, esto es, arrastrados por las corrientes de las modas, por la escena gastronómica barcelonesa; para entender que es más “caro” pagar 30€ por comer en la Tagliatella que 45 € por hacerlo, por ejemplo, en el restaurante Vivanda; o para contagiarnos del chovinismo de nuestros vecinos del norte? Espero que mis ojos lo vean mucho antes de ver terminada la Sagrada Familia, aunque, mucho me temo, que por más años que viva no veré ni lo uno, ni lo otro.
Pero ya está bien de pésames y pesares y centrémonos en la última alegría que me di –y que hasta el próximo domingo también vosotros os podéis dar- en el restaurante Comiols.
Alegría que las circunstancias no permitieron que estuviese a la altura del único ágape que me había regalado en este restaurante del barrio de Sant Gervasi hace casi un lustro.
Alegre último adiós al restaurante Comiols en forma de:
Unas buenas croquetas de pollo y cebolla.
Un delicado y sabroso salmón salvaje de Alaska marinado con sal y azúcar, acompañado por unos anodinos brotes verdes.
Unos correctos raviolis de sobrasada y queso fresco –a pesar de su potencia gustativa, la primera era casi imperceptible-, aderezado con parmesano y acompañado por un, de nuevo, demasiado liviano caldo de ave.
Una buena lubina de playa –excelente punto gracias a una doble cocción (al vacío y braseada)- acompañada por patata agria al tenedor y una reducción de pimientos del piquillo.
Un muy buen redondo de conejo, “seudo-ecológico” del Montsec, relleno de butifarra del Perol.
Una correcta tarta fina de manzana acompañada por helado de turrón -¿Y pegaba el helado de turrón? Claro que no. Pero lo dicho, las “circunstancias”, o para qué voy comprar una cubeta de helado de manzana o de vainilla si la tendré que “facturar” –y no me refiero a que Quim le haga un hueco en su maleta- en unos días.
Y unas tristes –triste final para un más triste desenlace- texturas de chocolate (cremoso, helado, bizcocho y crujiente).
En definitiva, un buen restaurante al que ellos –la crisis- y nosotros –la poca cultura gastronómica que atesoramos- hemos malogrado.
Bodega: Vinya des Moré 2006 (Pinot Noir). Vins Miquel Gelabert. DO Pla i Llevant (Mallorca)
Precio: 50 € (menú (39€) + bebida). Gracias a la Barcelona Restaurant Week (del 8 al 17 de marzo), en su última semana, podréis disfrutar del restaurante Comiols por 25€ más bebidas.
En pocas palabras: “Adiós, Comiols. Buen viaje y hasta luego, Quim”.
Indicado: Para los que deseen despedirse del restaurante Comiols.
Contraindicado: Para los que no deseen emborrar ni un ápice su dulce recuerdo del restaurante Comiols.
Madrazo 68, Barcelona
932 090 791
Fa temps que el portava a l'IPhone com un d'aquells pendents, que no saps per quin motiu, sempre queden enrera..
ResponderEliminarVaja... que ja el podré esborrar... :(
Tens quatre dies per gaudir-ne encara, Ricard.
ResponderEliminarSalutacions,
eduard