jueves, 21 de abril de 2011

50

Dos días y una noche –con el sosiego que aporta una buena almohada- y…

Sigo sin poder borrar de mi paladar el enorme sinsabor que en él han infundido mis “amigos” de The Restaurant Magazine: la gran esperanza blanca de la crítica gastronómica.

Y el porqué de tan amarga sensación, os preguntaréis muchos.

Pues porqué a pesar de que en esta edición se ha hecho justicia, se ha rendido un más que merecido tributo a Juan Mari, a su Arzak, que mesas como las del Celler de Can Roca o Mugaritz ocupan el lugar que siempre les había correspondido y que durante tanto tiempo, demasiado, les había sido negado, o por el recuerdo de justicia rendido a Santi -eterno olvidado de esta publicación por su francofilia- se ha hecho más patente que nunca el afán –la malintencionada obstinación, me atrevería a decir- de esta publicación por mezclar churros con merinas.

Obstinación que, a mi entender, desprestigia, desacredita más que nunca sus enjuiciamientos.

Aviso para navegantes: no busquéis en mis palabras una crónica extensiva y pormenorizada de lo publicado por The Restaurant Magazine, para tal propósito, sin duda, las palabras de Cristina Jolonch (La Vanguardia), Philippe Regol (Observación Gastronómica) y tantas más, os aportarán mucho más que las que yo pueda escribir, pues con este breve post, al que en los próximos días sucederán las crónicas de magníficos restaurantes tales como L’Estel de la Mercé (Lleida), Coure (Barcelona) o Les Magnòlies (Arbucies), solo pretendo denunciar que sin coherencia cualquier juicio carece de objetividad y, por consiguiente, de valor.

No conozco en primera persona la cocina de Noma –espero en breve poder dar solución a tal laguna-, no obstante, a tenor de lo leído sobre su cocina no puedo ni voy a cuestionar que sobre ella repose el cetro de la gastronomía mundial.

Sin duda, los hermanos Roca, los chicos de Andoni y las propuestas de Fat Duck, Alinea y Per Se merecen figuran entre el Top Ten de las mejores mesas del planeta.

Y cualquier centro de poder gastronómico que se erija como justo –he aquí la laguna- contrapunto de la chovinista Michelin siempre es bienvenido.

El drama –entendido como pérdida de objetividad- radica en que, por una patente francofobia de los responsables de The Restaurant Magazine, se nos tome por estúpidos y, dándonos gato por liebre, se nos venga a decir que el mejor restaurante del país vecino es Le Chateaubriand.

¿Dónde queda la credibilidad de una publicación cuando, en un desmesurado afán por desplazar a los padres –aunque ahora españoles, nórdicos o anglosajones sean hijos aventajados- de la gastronomía moderna, los Robuchon, Gagnaire o Bras son insultados al ser relegados, al tener que contemplar la estala del chef de una, por muy meritoria que sea –que lo es- tasca que, por más inri es regentada por un español?

Ya os lo digo yo, en el limbo.

Sin duda, pretender reducir la gastronomía mundial a 50 establecimientos o incontables descuidos, u omisiones –juzgad vosotros mismos la intencionalidad de los mismos- permitirían cuestionar la representatividad de esta Lista, no obstante es, a mi entender, su absoluta falta de coherencia la que ha llevado a esta “gran esperanza blanca” al KO técnico.

¡Una auténtica lástima!

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