En una conversación, todo menos reciente, con uno de los grandes de la cocina de Barcelona –en el antediluviano “Aquí hay tomate” le identificarían como A.V.-, éste se refirió al Eixample como el “Manhattan” de la restauración española –entendida como la zona con mayor y mejor concentración de restaurantes-, y si ya en ese momento tenía mucha razón, las casas de comidas que en estos últimos años han seguido poblando la lúcida visión urbanística de Ildefons Cerdà, obligan a tomar a A.V., además de como el buen cocinero que es, como un sabio de la tribu de los gastrónomos –algunos en la primera, otros en la segunda, y los más afortunados en sus dos acepciones- de la jungla de asfalto que es Barcelona.
Mallorca, Valencia, Aribau o Enric Granados –justamente, sobre uno de sus más recientes vecinos recaerá el protagonismo de mi próxima crónica (restaurante Bardot)- son, sin duda, los gallitos de este corral gastronómico, y aunque el cacareo de la calle Roselló está a muchos decibelios del que retumba en las calles que dan cobijo a los Lasarte, Taktika Berri, Osmosis o Sense Pressa, restaurantes como los dos últimos que nos han ocupado (RocaMoo y RocaBar) o como sobre el que en adelante voy a ofreceros un bis hacen que el piar de la calle Rosselló se escuche cada vez con más fuerza entre el guirigay de restaurantes del Eixample.
Temiendo que me “paguéis” por tan plumífera introducción con la misma moneda, esto es, con un baño de brea y plumas, paso ya a desnudar, por segunda vez, al restaurante Cercle d’Amics.
Striptease que, os confesaré, aceleró más mi ritmo cardíaco hace un año que en el pase, casi privado –un servidor, y una mesa que entró rozando la campana, fuimos todo el público de la función nocturna–, del pasado martes. Y, creedme, no sabría deciros si la culpa fue mía, o suya, aunque, como suele pasar, seguramente fue compartida y algún que otro balón fuera podríamos tirar.
La que podéis echarme en cara es la notable diferencia de expectativas con las que he visitado el restaurante Cercle d’Amics. Así, si en la primera eran inexistentes, en la que trae causa esta crónica, y dado el buen sabor de boca que me dejó la cena de hace un año en esta casa de comidas, de moderno pero cálido interiorismo, del Eixample, eran considerables.
La que recriminar a Jani Paasikoski (el chef del restaurante Cercle d’Amics, formado, entre otras, en las cocinas de los restaurantes Dos Cielos, Vía Véneto, Racó d’en Freixa y Bravo), es que ni da rienda suelta a todo su potencial ni ha pulido algunos de los detalles (construcciones barrocas o inconsistentes, y mejorables puntos de cocción), ni ha acabado con los tics (abuso de eneldo) que ya advertí en mi primera visita a este restaurante.
Y la de nadie –bueno, la de nadie que vaya a responder por ella-, pero que casi todos sufrimos, es la dichosa crisis.
Crisis que, en la mayoría de casas –también en las de comidas-, ha comportado una reducción de ingresos frente a la que los algunos restaurantes han reaccionado bajando la calidad de sus productos -mal-, otros reduciendo sus equipos –menos mal (este es el caso del restaurante Cercle d’Amics, en cuya cocina solo encontraréis a Jani, a un chico de prácticas y a un “picas”)-, otros optando por las dos anteriores -¡Fatal!-, y los que menos por agudizar el ingenio, apretar los dientes y seguir dando lo mejor de sí a sus, seguro, agradecidos clientes -¡Bravo!-.
Malos tiempos que, de ponerles buena cara, nos han facultado para disfrutar de restaurantes a precios ni soñados antes de la crisis.
Y este es, sin duda, el caso del restaurante que nos ocupa, pues, a pesar del ya referido margen de mejora que tiene la cocina de Jani, la propuesta gastronómica del restaurante Cercle d’Amics, conformada por sus menús Mediodía (16€) –Top BCN- , Cercle (35€, seis servicios) y Degustación (45€, nueve servicios) y una carta creativa y de fusión en la que las tapas y algún platillo “de siempre” se están haciendo un hueco (precio medio 30€-45€), puede fardar de una gran relación calidad-precio.
Propuesta de la que, tras un muy buen “Aperol Spritz” preparado por el JASP -¿Os acordáis del anuncio del Renault Clio? ¿No? Tendré que ir pensando en un plan de pensiones- Salva (ex Arrop y nuevo responsable de la sala del restaurante Cercle d’Amics), disfruté de la mano de su menú Degustación. Menú al que dan forma:
El valor seguro del pan del horno de la Trinitat, acompañado por un excelente Hojiblanca cordobesa y sal.
Una tapa de humus con eneldo –ya sé que la cabra tira al monte, Jani, pero no hace falta que en tantos platos nos recuerdes tu ascendencia nórdica- y grissini de parmesano y orégano.
Un barroco y poco lucido trío de aperitivos: gazpacho de manzana (de mejorable textura y en el que la manzana estaba desaparecida ante la potencia sápida de sus correligionarios), biquini de paté y cebolla (de mejorable textura), y mejillón al azafrán (el tuerto en el país de los ciegos).
Aperitivo al que, según me comentó Jani, le va como anillo al dedo la expresión “crónica de una muerte anunciada”, pues en las próximas semanas será sustituido por...
Un interesante dúo de aperitivos: croqueta de jamón (muy buena pero no en el Top barcelonés -¿Ya no hay croquetas malas? ¡Qué felicidad!-), y sardina en crudo, helado de limón y piñones tostados (excelente).
Una muy buena composición de alcachofas confitadas, crema de tupinambo, nueces, parmesano –yo me hubiese decantado por las notas marcadamente minerales del Pecorino- y rúcola.
Un, sobre el papel, sugestivo estofado de guisantes, pulpo, cítricos y menta, pero al que un exceso de menta, unos desaparecidos cítricos, una textura algo dura del pulpo, y unos guisantes sin pelar –a partir de cierto tamaño, creo que es conveniente hacerlo- restaban enteros. No obstante, era un buen plato.
Un foie de Can Manent en escabeche oriental que, sin duda, fue lo peor, por poco lúcido, de la cena, pues un escabeche excesivamente avinagrado y unas verduras crocantes como acompañamiento ponían todos los palos posibles a las ruedas del desarrollo gustativo de un buen foie.
Un plato mediterráneamente (conexión itálico-hispánica) buenísimo: salmonete relleno de risotto de azafrán y sopa de perejil.
Una notable composición de pilota trufada, ravioli de col y garbanzos y demi-glass.
Unos buenos frutos rojos, macerados y en sorbete, regados por una sopa de queso fresco (en exceso líquida y muy tenue de sabor –yo optaría por un cremoso de requesón-).
Un excelente postre de chocolate: tres texturas de chocolate al 70% cacao (cremoso, hoja y sablée), acompañadas por un sorbete de naranja y un cremoso de maracuyá.
Y unas golosinas de frutos rojos haciendo las veces de “petis”.
En definitiva, un restaurante al que la crisis, y ciertos desajustes en cocina, no permiten brillar con todo su esplendor.
Bodega: Copas de Vizcarra Senda del Oro Roble 2011 (Tinta Fina), Bodegas Vizcarra, DO Ribera del Duero, Més que Paraules Blanco (Sauvignon Blanc y Chardonnay) y Tinto (Syrah, Cabernet Sauvignon y Merlot), Bodegas Jaumandreu, DO Pla de Bages.
Precio: 55 €
En pocas palabras: Cocina de –que no en-crisis.
Indicado: Para que los que dudan de las palabras del chef del restaurante Coure (A.V.) tengan un motivo menos para ello -y los que creemos en ellas un motivo más-.
Contraindicado: Para los que, en época de vacas flacas, solo apuestan por las sagradas.
Rosselló 209, Barcelona
932 378 902
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