Aprovechando el puente del Pilar y dado que ayer fue mi Santo y mañana cumplo los 28, decidí homenajearme con cuatro días de descanso por la ciudad más “trendy” que he tenido el placer de visitar o, lo que es lo mismo, por Londres.
Debido a que el viaje fue planificado con poca antelación, no pude conseguir reserva en The Fat Duck, no obstante, si que pude regalarme sendas cenas en los otros dos restaurantes británicos que tienen mención en The World’s 50 Best Restaurant Awards, en concreto, el 43 (St. John) y el 49 (Hibiscus), así como una inolvidable comida en el mejor mercado que han visto mis ojos: Borough Market. “De quin pa fas rosegons” o su casi-análogo en castellano “Quién pudiera llorar con tus ojos”, pensaréis. Nada más lejos de la realidad, pues dado lo satisfactorio de los tres ágapes, mi sed –valga la paradoja- gastronómica quedó más que saciada, y además, cualquier excusa es buena para visitar de nuevo Londres, y si es una cena en The Fat Duck, todavía mejor.
Dejémonos de divagaciones y entremos en materia, pues lo que aquí nos ocupa es criticar –en su primera acepción, la noble- el restaurante St. John, dejando para futuras entradas mis impresiones sobre Hibiscus y Borough Market y para conversaciones privadas mis planes de viaje.
¿Qué decir sobre este sui generis restaurante?
Pues esto, que se trata de un restaurante sui generis, que, y según The S.Pellegrino World’s 50 Best Restaurants 2010, ocupa el puesto 43 de los restaurantes del mundo, habiendo llegado a encaramarse hasta el puesto 14 en la pasada edición de la más famosa de las Listas, que practica la contra-cocina, la cocina que nadie practica, la que nadie, sobre el papel, demanda, o que su sala, provista de mesas separadas apenas unos centímetros y con mantelería de papel, más se asemeja a un comedor escolar que a la sala de uno de los mejores restaurantes del mundo, siempre, según “The Restaurant magazine”. Circunstancias todas ellas que podrían hacernos pensar si estamos delante de “Le Chateaubriand” londinense, sensación que el restaurante St. John, con su cocina auténtica y auténticamente de primer nivel, y su magnífico equipo de sala, rápidamente se afanan en disipar.
En particular, la cena de contra-cocina –para otros “trash food”- en la que la casquería y un recetario “tipical english” dominado por la caza fueron los protagonistas, de la que disfruté, estuvo compuesta por:
Un magnífico pan con una excelente mantequilla orgánica, que pasó a ser considerada “solo” como notable tras degustar al día siguiente la servida en el restaurante Hibiscus, a modo de aperitivo.
Una muy buena terrina de hígado, corazón y estómago de pato, conejo y cerdo, de la que destacaría el magnífico toque que le aportaba el corazón (intenso, profundo, casi hasta algo dulce –punto en el que mi compañera de fatigas gastronómicas discrepa, todo sea dicho-).
Unos increíbles –sin duda alguna, el mejor plato de la noche y, junto con la royal de foie especiada con crema de coliflor que degusté en Hibiscus, lo mejor que me llevé a la boca durante mi estancia en Londres- tuétanos de ternera, golosos, untuosos, y que se servían acompañados de pan tostado en el que untarlos y flor de sal ligeramente ahumada para sazonarlos.
Un buen roast beef, sabroso, tierno, por supuesto, y como puede observarse, completamente rosado, servido en forma de un único filete y acompañado por unas excelentes patatas nuevas hervidas y “pringadas” con mantequilla.
Un plato de caza, magníficamente interpretado por una pieza de liebre, acompañada, no obstante, por un discreto puré de calabaza y coliflor.
Y como postres, un correcto flan –cuanto se te echa de menos “iaia”- acompañado por una muy buena galleta anisada de mantequilla.
Y un correcto pan entre “abizcochado” y “acroisantado” con pasas, acompañado por un buen queso, de vaca, de larga maduración, “made in UK”, de cuyo nombre no puedo acordarme.
En definitiva, y tirando de latinajos, el carácter de rara avis y sui generis de este restaurante lo hacen más que merecedor de una visita, y si bien su clasificación en el puesto 43 de entre los restaurantes del mundo pudiese reputarse como muy generosa, su autenticidad, frescura y apuesta por la contra-cocina no podían quedarse sin premio. Un ejemplo de discriminación positiva gastronómica.
Vino: Les Sorcières 2007 (Cariñena, Garnacha, Syrah). Domaine du Clos des Fées. Côtes du Roussillon.
En España nos quejamos, y con razón, de los desorbitados precios de los vinos en muchos restaurantes, no obstante, en este aspecto somos el tuerto en el país de los ciegos, pues lo que sucede en Francia e Inglaterra con los precios de los vinos sí que es verdaderamente escandaloso. En este caso concreto, pagué 65 € por un vino que, en una tienda española podría comprar por apenas 15 €. Lo dicho, escandaloso, pero no iba a maridar los suculentos platos descritos con un Beaujolais Nouveaux.
Precio: 75 € (Para los no dispuestos a un esfuerzo de bolsillo tal, es posible degustar algunas de sus creaciones en forma de platillos en el gastro-pub que ocupa la entrada del restaurante)
Calificación: 15/20
Indicado: Para enamorarse de lo feo.
Contraindicado: Para finolis.
26, St. John Street. Londres
020 7251 0848 (imprescindible reserva)
Gracias por el post! Tengo este sitio en mis "to go"s y me das buenas pistas. Cada vez me apetecen más este tipo de sitios, con cocina "raw", sin grandes florituras, con un concepto tradicional pero, de algún modo, novedoso a la vez. Lo del vino es un crimen, desde luego.
ResponderEliminarFaltaría más, Dr. Feelgood, pues son palabras como las tuyas las que me dan fuerzas para seguir masticando y escribiendo y, por supuesto, me hacen sentir bien.
ResponderEliminarLa contra-cocina, o cocina raw -según tu definición, y que te compro-, es un mundo en el que cada día estoy más interesada y, seguro, seguré explorando.
El único problema, es que esto ahora empieza a vender, es una moda incipiente, así que seguro que aparecerán muchos falsos “raws” como sucedío con el auge de la cocina tradicional.
Un saludo,
eduard
Aprovechando el puente del Pilar y que el Ebro pasa por Zaragonza, madre mia, que pedazo de roast beef!
ResponderEliminarY eso solo con verlo, pues si llegas a probarlo… no encontrarías suficientes signos de exclamación.
ResponderEliminarUn saludo,
eduard
Sorprendente, absolutamente diferente y sensacional.
ResponderEliminarLos tuétanos de ternera, la terrina y la caza (también el local de por sí) lo convierten en visita obligada.
Eso sí, prescindibles los postres.
Sin duda, los dos que degusté, lo eran.
ResponderEliminarUna pena que en algunos restaurantes no se preste la atención que se merecen a los postres.
Un saludo,
eduard