lunes, 8 de febrero de 2010

Freixa Tradició

O cuando los nombres no cocinan.

Debo ser el espécimen más raro de Barcelona, de España, pues no sólo no comparto, sino que no alcazo a comprender el beneplácito generalizado del que gozan restaurantes como Freixa Tradició, Petit Comité o Zorzal, por citar algunos.

No comparto la veneración ciega de la que tantos años gozó la cocina de autor y que actualmente parece patrimonio exclusivo de la cocina de tradición.

No comprendo a los críticos que enmudecen bajo el peso de las palabras (palabras como Freixa, Puig, Gaig...) cuando éstas deberían ser su bastión.

No comparto ni comprendo la obsesión en poner etiquetas a cuanto nos rodea, en guardar en compartimentos estancos las experiencias y emociones que la vida nos regala.

La tradición son los cimientos de todo buen cocinero, son el abecé sin el que ninguna palabra fluiría, entonces, ¿por qué nos obcecamos en vivir en unos enormes cimientos o, por el contrario, en un imponente rascacielos sin éstos?

Un día conversando con Jordi Vilà le pregunté por qué creía que Ferran Adrià era el mejor cocinero del mundo, y me regaló una gran verdad.

Porque Ferran sería capaz de preparar el mejor fricandó del mundo, sería capaz, sin duda, de mejorar uno de mis (Jordi Vilà) platos estrella, el arroz con cigalas, ñoras y azafrán, pero sólo él es capaz de preparar lo que en Cala Montjoi se cocina.

Al igual que Vasili Kandinky no hubiese podido regalar al patrimonio de la humanidad sus magníficas composiciones abstractas sin experimentar con el más puro de los realismos antes, un buen, un gran cocinero nunca renegará de aquello que aprendió sentado en la falda de su abuela.

El pasado viernes cenando en Freixa Tradició tras corroborar que la palabra “tradición” era ya sólo una marca, un eslogan vacío de contenido, la pesadumbre me pudo, pues sentí que lo que tenía que ser un sentido y merecido homenje a la cocina de “padrines i iaies” se había convertido en la última moda, y por ello con fecha de caducidad, en el panorama gastronómico nacional.

Lo que fue una magnífica velada pero no una buena cena tuvo su causa en:

Unas croquetas de asado, de rebozado untuoso (según primera acepción de la RAE)

Un pollo escabechado que hubiese hecho buena la expresión “las comparaciones son odiosas” si hubiese entrado en escena el magníficamente preparado en Hispania por la hermanas Rexach.

Un bacalao frito con espinacas y muselina de ajo, del que sólo podría destacar unas excelentes y en su justo punto de cocción espinacas, pues la muselina no era tal, asemejándose más a una crema densa, y el bacalao no regresó a la cocina porqué debo ser, junto con algunas carreteras de helada frecuente, uno de los máximos consumidores de NaCl del planeta.

Como no todo podía ser negativo, tuve la suerte que lo mejor aconteció al final, permitiéndome abandonar el restaurante con una ligera mueca de satisfacción en el rostro.

Tal leve expresión de felicidad me la regaló un excelente borracho de ron “cremat” con helado de café.

Por último, una de cal y otra de arena.

Mención especial para la vajilla y la cristalería y toque de atención para una sala ruidosa y un servicio frío.

En definitiva, el halo de excelencia del que gozaba antes la cocina de autor se ha mudado hoy a la cocina tradicional, pero esta vez años de experiencia nos han enseñado, nos previenen que, ni la fama ni los nombres saben cocinar.

Hace medio año seguro que no les sonaba el nombre de Libentia, pues gracias a 4 pares de manos apasionadas por la cocina, las que realmente levantan un restaurante, es hoy el restaurante revelación del año.

Quien tuvo retuvo, pero hoy quien más trabaja en este sector son los jóvenes y no tan jóvenes emprendedores, y es a ellos a los que la inspiración les encontrará trabajando.

Vino: La Montesa 2005. Rioja equilibrado pero de notable potencia olfativa, cupaje de garnacha, tempranillo, mazuelo y graciano, aunque en la carta del restaurante rezase que era un 100% Syrah.

Precio: 70 €
Calificación: 11/20

2 comentarios:

  1. Me alegra que hayas escogido este restaurante como ejemplo del papantismo general ante el calificativo de tradicional que algunos se autoaplican. Como antiguo habitual de Can Freixa antes de la estrella, dejando de serlo cuasndo tras ella dobló los precios en dos meses, acudí al reclamo de la promesa de tradición que interpreté como una vuelta a lo que era cuando lo frecuentaba. Una de mis mayores decepciones gastronómicas.
    Ignacio Ruizdelgado

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  2. Es el mayor problema de las modas. Así, lo que empieza como una promesa que ilusiona termina degenerando en un mero eslogan profundamente decepcionante.

    Antes debíamos ir con cuidad con los autoproclamados cocineros creativos, con los que ofrecían cocina de autor, hoy, en cambio, son palabras como tradición, fonda, orígenes, etc. las que hay que poner en cuarentena.

    Un abrazo,

    eduard.

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