domingo, 3 de mayo de 2015

Bonanova

Con la de hoy, serán 399 las crónicas publicadas en esta bitácora y, a pesar de ser uno de los restaurantes de Barcelona en los que más ocasiones he comido, jamás os había hablado del restaurante Bonanova.

Este justificado, aunque no por ello justo, ostracismo se debe a que…
Muchas de esas visitas al restaurante Bonanova datan de una época, casi pre-diluviana, en la que no era yo el que pagaba -¡Qué tiempos tan felices!-, sino que lo hacía mi padre y, pues era uno de sus restaurantes favoritos –es sabido que quien paga manda-, cuando vivía en Barcelona incontables eran los domingos en los que el almuerzo dominical lo dejábamos en las manos de la familia Herrero.

Es cierto también que, cuando más activo estaba este blog en su primera etapa –no creo que podáis quejaros del empuje con el que ha arrancado esta segunda, aunque menos puedo hacerlo yo del caso que estáis prestando a mis palabras-, justo recaló en las cocinas del restaurante Bonanova un chef con el que había tenido algún desencuentro –la expresión más políticamente correcta que se me ha ocurrido para definir unas conversaciones que hacen de los debates de Al Rojo Vivo de la Sexta o de Las Mañanas de Cuatro el Té de las 5 de los Osos Amorosos- y, por ello, y al efecto de evitarme una más que probable sobremesa pesada –y no lo digo por sus aptitudes, que son muchas, tras los fogones- dejé a esta casa de comidas en barbecho.

Y no son pocas las ocasiones en las que me he dejado caer por el restaurante Bonanova sin cámara ni bloc de notas bajo el brazo pues, aunque lo de crítico gastronómico lo llevo casi como un estado civil –mi mujer puede dar fe de ello-, es bueno, y sano, de vez en cuando abandonarse al placer de una buena mesa y, para ello, las del restaurante Bonanova, como las de los restaurantes Alkimia, Vivanda o Coure son de las más propicias.

Justificado yo, hagamos justicia con una casa de comidas que está celebrando su 50 aniversario –lo que no es moco de pavo-.

Cincuenta años son los que han transcurrido desde que Adolfo Herrero Villanueva reconvirtió unos billares –la máquina del Millón que preside una de sus dos salas lo atestigua- en una casa de comidas.

Una casa de comidas en la que se respira ayer, hoy y mañana -¡¿Cuántos interiorismos, hoy de lo más “cool”, en dos Telediarios se verán de lo más “viejunos”!?- y que cuenta en su haber con un patio interior que hace las delicias de los devotos de la Santísima Trinidad “Café, Copa y Puro” –crónica tras crónica me cierro más las puertas del cielo-.

Una casa de comidas que, en estos cincuenta años, ha dicho mucho, pero que, de la mano de los hijos de Adolfo (Adolfo, Cristina y, sobre todo, Carlos), tiene mucho todavía por decir –hay demasiados restaurantes con solera de Barcelona que, con el paso de los años, miran más por el retrovisor que hacia adelante-.

Una casa de comidas que, en pro de no solo caminar mientras los demás corren, hace unos años fichó al chef Cesar Pastor para que pusiese un poco de orden en sus fogones. Y lo hizo, pero también impregnó de cierta creatividad malentendida a una carta que siempre había brillado por el sabroso homenaje que rendía a la tradición y al mercado. Desde noviembre de 2014 César ya no está, y de él ha quedado un mayor rigor en la cocina, buenas croquetas y mejores arroces o fideuás y su hermano a cargo de la panadería y de la repostería del restaurante, pero con él también se han ido dejes inmiscibles con la esencia del restaurante Bonanova -¡¿A quién se le ocurre acompañar, en este marco, unos sesitos de cordero con un gel de Wasabi!?-.

Una casa de comidas que, además de la sabrosa función que ofrece en sus platos, bien merece la visita por la opereta que su sala ofrece en cada servicio. En este sentido, y en palabras de la jefa de sala del restaurante DiverXO, Beatriz Gómez, la sala del restaurante Bonanova hace buena la cita “Un camarero no es solo un transportista de platos”.

Una casa de comidas que tiene una carta, a mi entender, demasiado extensa, pues al restaurante Bonanova uno va a que le den, en toda la extensión de la palabra, de comer. Eso sí, ¡Ojo al dato!, pues sus interesantísimas recomendaciones fuera de carta pueden costarle a uno un riñón –aunque, no es menos cierto que, como París, muchas de ellas bien valen una misa-.

Una carta, escrita y cantada por Adolfo o Carlos, en la que encontraréis los mejores productos de temporada (guisantes, trufa, setas, espárragos blancos…), otros de muchos quilates (angulas, espardeñas, bogavantes, pescados salvajes…), platos de cocina tradicional, clásica –lo mismo que la anterior pero con una mejor, desconozco el porqué, pátina- (canelones, steak tártar, rabo de buey a la cordobesa…) y unos cuantos de lo más irregulares.

Y tras todo este rollo, entre el de su carta y el que me contó –dicho con todo el cariño- Carlos, mi cena del pasado viernes en el restaurante Bonanova discurrió por los siguientes derroteros:

Un buen vermut de Alella bien secundado por unas aceitunas verdes de Sicilia.

Un notable pan de elaboración propia, todavía mejor acompañado por un aceite toledano (arbequina y cornicabra).

Un irregular trío de fritos. Notable la croqueta de marisco, correcta la de jamón –de corte clásico, aunque seguro que son muchas las yayas de Barcelona que las resuelven mejor- y de mérito parejo a su tamaño la bombita de morcilla coronada con compota de tomate.

Unos deliciosos boquerones a la plancha regados con un aceite a la Donostiarra.

Unos impecables sesitos de cordero rebozados. Que conste que las odio, pero un plato como este solo precisa de una blonda, y no de un gel de mostaza y miel –sin duda, mejor que el de wasabi que lo precedía, pero igualmente del todo prescindible-.

Unos sublimes –perfectos en su punto de cocción- espárragos blancos del Prat. No sé vosotros, pero yo, cuando doy con uno de estos especímenes bien cocinado, lo disfruto igual o más que una gamba de Palamós.

Una buena ensalada de tomates raf –sorprendentemente, a tenor de la temporada en la que estamos, dulces-, una suerte de mozzarella casera aliñada con un mejor pesto casero –muy fresco a la par que sabroso, pues en él dominan la albahaca y el Parmesano y se prescinde del ajo-, anchoas 00 del Cantábrico y ventresca de atún.

La excelente, por ligera, versión de Carlos del “cap i pota”, interpretado por un morrillo de ternera servido tibio y acompañado por sanfaina (pimiento, berenjena y calabacín pochados), cebolla confitada, guisantes de Lágrima al dente, espárragos verdes y zanahoria. Ahora que llega el calor, es todo un lujo poder seguir disfrutando de un plato tan nuestro pero que, preparado de la forma más convencional, apetecería menos que una fabada asturiana en pleno Sáhara.

Unos “Deliciosos canelones” (sic) que, con creces, hacen bueno su nombre. Por cierto, canelones de los que, como de la fideuá, del arroz de conejo y pollo, de los macarrones o de las croquetas puede disfrutarse en formato “take away”.

El que podría ser un gran steak tártar sin los brochazos de creatividad malentendida, en este caso, de la omnipresente –mal de muchos, consuelo de tontos- reducción de vinagre de Módena, que lo mancillaban.

Uno de los helados más sabrosos de Barcelona. Sin duda, el helado de miel ecológica con nueces de Olba justifica por sí solo la visita al restaurante Bonanova.

Y un trío de solventes “petis”: trufa de chocolate blanco, coco y orejones –el resultón-, “coco” –el Coco-, y carquinyoli de nueces y chocolate –la estrella-.

En definitiva, uno de los restaurantes de Barcelona con más historia, cuyo presente permite intuir que todavía son más las páginas que le quedan por escribir.

Bodega: A pesar de la más que correcta carta de vinos del restaurante Bonanova, no tuve atino en mi elección pues, sin duda, un Pricum 2010 (Prieto Picudo de las leonesas Bodegas Margón) no estaba a la altura de lo que regaba.

Precio: 60€. Precio medio: no lo hay, pues uno puede salir más feliz que un niño con zapatos nuevos pagando 35€ o más a disgusto que de una visita al dentista tras pagar 90€ -o viceversa-.

En pocas palabras: Buenas nuevas.

Indicado: Para disfrutar de un gran clásico remasterizado.

Contraindicado: Para los que, como comensales, se visten de Hugh Hefner, esto es, para aquellos para los que la novedad y la juventud son los únicos “atributos” que les interesan.

Carrer de Sant Gervasi de Cassoles 103, Barcelona.
934 171 033

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