viernes, 1 de enero de 2016

De Gustibus Italiae

Si hay una cocina foránea instalada, tal vez, demasiado cómodamente -comodidad que suele conducir a la mediocridad-, en nuestro país, ésta es la italiana.

Es cierto que la gastronomía francesa, china, japonesa y, más recientemente, la peruana, mejicana o tailandesa, hacen acto de presencia -por desgracia, muchas veces, más allá de su comparecencia no hay nada reseñable de estos restaurantes que nos permiten jugar a ser Willy Fog- en nuestro panorama gastronómico, pero sigue siendo la cocina del país que vio nacer a la ópera la que lleva la voz cantante.

Una voz que se impone más por decibelios que por quilates, pues, de los tropecientos restaurantes italianos que plagan nuestras calles -¿Hay alguien que no tenga uno a menos de 5 minutos de sabrosón paseo desde su casa?- sobran dedos de las manos para contar los que no catalogaríamos como drama, bufo, farsa u opereta.

Sin duda, de mi quema se salvarían los restaurantes Xemei, Massimo, Due Spaghi, Non Solo Pizza, Bacaro… -puntos suspensivos con los que pretendo disculparme con las casas de comidas italianas que tan bien me han dado o me darán de comer y cuyos nombres no aparecen listados por culpa de mi mala memoria o por desconocimiento-.

¿Y qué hay del restaurante que hoy nos ocupa, del De Gustibus Italiae?

Por ser uno de mis italianos de referencia hace casi una década (entre otras cosas, por su cocina de temporada, por ser de los primeros en hacerse cada año con el preciadísimo Tartufo Bianco d’Alba, por su buena mano, olla y sartén con las pastas y por su agradable terraza), pero que llevaba casi un lustro sin visitar, tocaba dilucidar si tal ostracismo había sido injusto, o no.

Y, a tenor de mi cena del pasado lunes en el restaurante De Gustibus Italiae, apenado me veo obligado a constatar que atinadamente le había dado la espalda, pues, el restaurante De Gustibus Italiae se quedó muy lejos de superar el siempre alto listón que ponen tiempo y expectativas.

Desencanto y triste divorcio con el restaurante De Gustibus Italiae propiciado por una cena que discurrió por:

Un Aperol Spritz (sabéis que soy de vermut, pero también del “allá donde fueres, haz lo que vieres” -sin duda, hay malos restaurantes, pero todavía más malos comensales que, por ejemplo, van a un restaurante indio y lo critican por su cocina en exceso especiada, o valoran una sidrería por la calidad de su cuscús-) disfrutado en su terraza (una delicia cuando llega el buen tiempo -si es que algún día se va-).

Un vulgar servicio de panes (grisines de romero, chapata y pan de ajo y hierbas).

Un correcto aperitivo de la casa en forma de unos tacos de queso Salva Cremasco (lombardo de vaca) con mermelada de tomate.

Unas muy buenas -sin duda, lo mejor de la velada- croquetas de patata, queso provolone, jamón y boletus.

Unos buenos fiambres (mortadella al tartufo y jamón de Parma con DOP) acompañados por una mediocre y seca focaccia.

Unos fettuccine, pasados de cocción, con salsa de queso Taleggio y trufa negra. Una pasta que, por su pasado punto de cocción y por la pesadez de su salsa, y a pesar de los 2 gramos de trufa con los que se pretendía darle lustre, fue un trago -por paradójico que suene- duro.

Unos espaguetis frescos al huevo con botarga, queso Pecorino, ajo y guindilla a los que, el exceso de guindilla y de ajo -la botarga y el Pecorino se quedaron en una sugerente lectura- convirtieron en un mal trago.

Un tiramisú, demasiado ligero para mi gusto y falto de café, pero resultón -más de lo que puede decirse de la mayoría de los que se sirven doquier-.

Y un semifreddo de Amaretto con almendras caramelizadas y crema de chocolate, demasiado dulce y de textura más que mejorable. A mi entender, de sustituirse las almendras caramelizadas por otras crudas -más alineadas gustativamente con el Amaretto y que ayudarían a compensar el dulzor del postre- otro gallo cantaría.

En definitiva, un restaurante que demuestra tanto que, en gastronomía, es mejor dejar cerrado el baúl de los recuerdos, como que el melón de la restauración italiana de nuestro país es casi tan peligroso de abrir como la Caja de Pandora.

Bodega: Correcta carta de vinos de la que me quedé con un Boig per tu 2013 (Garnacha), Vinyes Domènech, D.O. Montsant.

Precio: 45€. Precio medio a la carta: 30€-45€. Menú mediodía: 13,75€

En pocas palabras: Un italiano más -y menos-.

Indicado: Para esos padres empeñados en castigar a sus hijos constriñendo su elección al menú infantil, pues en el restaurante De Gustibus Italiae disponen de un pueril menú “Per i bambini”.

Contraindicado: Para los enamorados de gastronomía italiana y que, por ello, le deseamos mejor suerte que el verse relegada a saciar estómagos universitarios o a ser la elección cuando nadie quiere o se atreve a elegir.

Ricardo Calvo 13, Barcelona.
934 189 849

Muchas gracias por la confianza depositada en esta bitácora durante el recién despedido 2015, y

¡Feliz 2016!

2 comentarios:

  1. La veritat es que ja en vam parlar a través de la xarxa quan el vaig publicar de que la cosa anava a menys... Llavors tu mostraves més esperances, però veig que també llences la tovallola...

    Tinc coneguts que el defensen per la temporada de la tòfona ... però avui al 2016 (aprofito per enviar-te els millors desitjos per aquest any), ja ha deixat de ser un factor que pugui fer diferencial un restaurant...

    I molt d'acord amb els altres que enumeres com italians de referència...

    Salutacions!

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    1. I si per més inri, Ricard, la trufa no és extra, ja plou sobre mullat.

      Molt bon any!

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