lunes, 21 de diciembre de 2015

Louis 1856 (bis)

Tras una primera crónica sobre el restaurante Louis 1856 que suscitó un interesante debate -o, según los ojos con que se mire, levantó algunas ampollas-, no en torno a la calidad gastronómica del restaurante Louis 1856 -poco controvertida cuando hablamos de la cocina de Jordi Vilà-, sino acerca de su factura, el pretexto para regalarme un segundo ágape en el restaurante de Fiesta Mayor de la Fábrica Moritz y, así, resolver algunas dudas -o ahondar en ellas-, estaba servido.

Marchando, pues, el “bis” del restaurante Louis 1856.

Solo a los efectos de poner algo de contexto, apuntar que, la primera cena en el restaurante Louis 1856 me costó 150€ (con unos 45€ de bodega) y que el día siguiente no desayuné y almorcé por vicio, y que, en esta segunda pagué 70€ (con 20€ de bodega), pero al mediodía siguiente me estaba dando todo un festín en el restaurante Chéri (en la próxima crónica descubriréis que, tal vez, hubiese sido más propio definirlo como bacanal u orgía gastronómica).

Pero no nos -plural mayestático, pues aquí el único que lo hace es un servidor- desviemos del quid de la cuestión y vayamos a las ratificaciones, matizaciones y rectificaciones de lo dicho sobre el restaurante Louis 1856.

Ratifico…

Louis 1856 es una Brasserie de autor o un restaurante de Fiesta Mayor -rima y come feliz-.

Muy pocos peros puedo ponerle al trabajo que, en cocina, desempañan, bajo la batuta de Jordi, Germán y sus chicos.

Sigo apreciando cierta disfuncionalidad entre una propuesta gastronómica, un servicio de sala, un ambiente, una vajilla (Mathilde Carron y Pinto) y una cubertería (colección Jean Nouvel de Georg Jensen) propios de una brasserie de postín, y unas sillas y unas mesas en la que puedes acomodarte (de sentarse…) en cualquier bistró (…pues comodidad y bistró son un oxímoron).

El trío de sumilleres (Alberto, Marta y Ramiro) del restaurante Louis 1856 es una auténtica delicia (mención especial para Ramiro -la escuela Monvínic se nota, se disfruta, y mucho-).

Matizo…

Advertí menos sobreactuación en la sala comandada por Arnau, y no por menos actuación, sino por porque ésta tenía más de ópera que de chirigota -¡Vendito rodaje!-.

Sí, se puede comer en el restaurante Louis 1856 por 60€ o 70€ (ya lo apunté en mi primera crónica al fijar su precio medio entre los 60€ y los 120€), pero sigo creyendo que para disfrutar al máximo de esta casa de comidas de visita obligada hay que hacerlo sin el freno de mano puesto, lo que se traduce en una factura que no bajará de los 80€-90€. Permitidme, al respecto, un -entiendo- ilustrativo símil.

¿Verdad que en Nochebuena o Nochevieja a nadie le gusta tirar de un vino peleón, de los canelones Lidl por más que nos vendan que son de Sergi Arola (tal vez los firme, pero lo de recibo sería que los cocinase) y pocos somos los que renunciamos -salvo por imperativo económico- a darnos algún capricho en forma de marisco o de pescados de los que no se dejan ultra-congelar por la Sirena? Pues, como fiesta que es ir a comer al restaurante Louis 1856, uno no debería tener que renunciar ni a pedir un rodaballo a la brasa o un solomillo con foie, ni a acompañarlos con un buen vino.

Disfruté, y casi me empaché en mi primera vistita al restaurante Louis 1856, compartiendo con mi mujer casi una decena de platos y unas “buenas” copas, y disfruté y no salí nada hambriento -y lo dice alguien difícil de saciar pues, no en vano, mi abuelo me dedica, tan cariñosa como recurrentemente, eso de “Eduard, es más barato comprarte un traje que invitarte a comer”- cenando, con mi sombra como compañía, un entrante (de los más baratos de la carta), un plato principal (en el rango medio de precios) y un postre, regados con un pequeño (por precio) gran (dado su valor) vino.

Y rectifico…

Será de sabios, pero como no lo soy, nada de lo que sentencié sobre el restaurante Louis 1856 hace pocos días creo que merezca una enmienda a la totalidad.

Y por si os interesa -debería- lo que comí en mi “bis” -habrá, seguro, “ter”, “quater”, “quinquies”…- en el restaurante Louis 1856, aquí va:

Una buena lionesa de queso Gruyere.

Una fina coca de chicharrones con polvo de tomate y nueces de macadamia que, sigo creyendo que, ganaría muchos enteros si fuesen más generosos con la emulsión de escabeche -lo mejor del bocado-.

Una anchoa “vegetal” que definía en la anterior crónica como “un pimiento escalivado 000”, pero que, dado que no ha perdido ni un ápice de humo ni de sabor, y que sí que ha ganado en tamaño y sal, debo rebautizar como “pimiento escalibado 0000”.

El excelente pan rústico D.O. Triticum -es bueno en todas partes, pero dado que aquí se hornea justo sobre nuestras cabezas, es todavía mejor- acompañado por la ilerdense arbequina de Les Trilles -el pan de Triticum y Louis 1856 merecen un aceite mejor-.

Una de las mejores sopas que he comido y una creación genuinamente Vilà, pues solo Jordi sabría reunir en un plato hondo lo mejor de una escudella, de una sopa provenzal, de una crema de verduras, de una menestra, de unas judías hervidas con patatas, de una sopa de cebolla y de la salsa pesto.

Plato hondo -en toda la extensión de la palabra- que responde al nombre de Sopa de Pesto y en la que se dan armoniosa y sabrosa reunión: un delicado y untuoso caldo de verduras y de legumbres, un pesto ligero (sin Parmesano), judías del Ganxet, “galets”, miga de pan, verduras (cebolla a la plancha, calabacín, zanahoria o judías verdes hervidas), tomate confitado, brotes de perejil, apio y albahaca; y cuya única nota disonante es un crujiente de miga de pan y pesto que aporta unos matices de fritura -si un pan con aceite se seca a alta temperatura al horno, no hace falta freidora para que haya fritanga- nada deseables.

Un irregular cabrito (costillas, paletilla, pierna y molleja) asado, acompañado con espinacas hervidas, raviolis de queso de oveja, cebolletas a la sartén, puré de ajo escalivado y ciruelas al Oporto. Magnifica la calidad del cabrito, así como las texturas (la carne se despega del hueso con solo mirarla) de la paletilla (cocinada a baja temperatura), de las costillas (a la plancha) y de la molleja (a la sartén), pero no la de la pierna (asada). Y buenos los matices aportados por las espinacas, las cebolletas y los raviolis, pero no así ni el del ajo escalivado -excesivo hasta para un servidor que tiene una orden de alejamiento que no le permite acercarse a menos de 1 kilómetro del Conde Drácula-, ni los de las ciruelas -también excesivas, en este caso, en su dulzor-.

Un babá al ron -de los mejores que he comido- que sería más con menos. Menos “toppings” -dice el refranero que tres son multitud, pues imaginaros el guirigay gustativo que lían la piña asada, la nata montada, el helado de vainilla con crumble y la crema inglesa-, menos acidez de la piña (aromatizada con naranja, canela, anís y ron), y menos azúcar en la nata (no haría falta compensarlo con tanta acidez, o viceversa, y, por A o por B, las especias cobrarían el debido protagonismo).

Y un financiero (con toques de lima y de limón) vestido de madeleine que te transporta a la mejor pastelería parisina -además de al cardiólogo si uno tiene colesterol, pues Jordi sabe, y en Louis no se andan con chiquitas, que el secreto está en la mantequilla-.

En definitiva, y a pesar de toda la punta sacada -a más talento mayor y más severo escrutinio-, segundas partes fueron tan buenas que habrá terceras, cuantas, quintas… y nadie debería quedarse sin su primera vez en el restaurante Louis 1856.

Bodega: Tentenublo Xérico 2014 (Tempranillo y Viura), Roberto Oliván Viticultor, D.O. Rioja.

Precio: 70€. Precio medio: 60€-100€.

En pocas palabras: ¡Felices Fiestas! ¡Feliz festival en Louis 1856!

Indicado: Para confirmar que los franceses crean y nosotros lo evolucionamos, lo mejoramos. De la mano de Adrià, Arzak, Berasategui, Roca, Santamaría o Subijana la cocina de autor dejó atrás a la nouvelle cuisine; y de la de Vilà y los que le seguirán las brasseries dejarán de ser lugares en los que se bebe más que se come para devenir templos del sabor.

Contraindicado: Para los que se han pasado de frenada y sin esferificaciones no conciben la alta gastronomía, y para los que todavía no han arrancado y sin metres fragantes de alcanfor tampoco la entienden.

Ronda Sant Antoni 39, Barcelona.
934 253 770

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