viernes, 28 de septiembre de 2012

L’Òstia

“Sebas era un chaval cuando cruzó la calle para ir a la escuela de cocina. En la Hoffman aprendió el oficio y en fogones de toda calaña se hizo cocinero. Hace un año recorrimos las Españas en busca del sabor de antaño, el gusto original de las mejores tapas de la península. El resultado de esta aventura es lo que esperamos que disfrutéis cada vez que regreséis a nuestra taberna.”

Así nos cuenta la web del restaurante L’Òstia el quién, el cómo y el qué de esta autodenominada “Taberna gastronómica”.

Y aunque algo de verdad encierra la cita textual que hace las veces de encabezamiento de esta crónica, a tenor de mi visita al restaurante L’Òstia el pasado miércoles, siento –en toda la extensión de la palabra– que Sebas y compañía no necesitan abuela.

He de confesaros que afrontaba la visita al restaurante L’Òstia, vecino de la Barceloneta desde hace un par de meses, cargado de expectativas y con la esperanza que esta casa de comidas, a la que da cobijo, y también unos cuantos de sus metros en forma de una agradable terraza, la bella Plaça de la Barceloneta, supliese el vacío que en mi estómago y en mi corazón ha dejado el malogrado restaurante Els Fogons de la Barceloneta (ayer mi referente para la tapa y el platillo marineros y hoy, desafortunadamente, uno de tantos restaurantes en traspaso).
No obstante, y a pesar de algún destello de calidad entre su propuesta gastronómica y del cuidado interiorismo –una rara avis por esas latitudes- del que puede hacer gala el restaurante L’Òstia, un servicio voluntarioso pero superado por las circunstancias y, sobre todo, una cena, en líneas generales, anodina me obligar a seguir buscando.
Y para sustentar la severidad –creedme si os digo que nada me gustaría más que todas mis crónicas fuesen del color de las rosas (últimamente la puntería y la fortuna así lo han permitido), pero no pueden ponerse en valor los méritos de algunos siendo complacientes con los vicios de tantos– de mis últimas palabras, he aquí la cena en la que traen causa.

Cena, amenizada por los compases de la orquestra que me hizo advertir que mi vista al restaurante L’Òstia coincidía con las fiestas del barrio de la Barceloneta, a la que, tras el cada día menos de rigor vermut, dieron forma:
Un correcto pan con tomate.
Unas buenas, aunque faltas del punch (picante) que de ellas se espera y suele ser norma, bombas.
Unas mejorables, en textura, rebozado e intensidad de sabor, croquetas de jamón ibérico.
Una muy, pero que muy floja ensaladilla que, con el permiso de los postres, se erigió como lo peor de la noche.
Un correcto “pescaito” frito.
Unos calamares a la romana con más "romana" que calamar.
Unos buenos mejillones al vapor.
Unas también buenas sardinas a la plancha.
Un notable, sin duda, lo mejor de la velada, escabeche de caballa.
Y un pobre dúo de postres (brownie y milhojas de crema) que ilustra a la perfección la desidia con la que tantos restaurantes, particularmente los de la tapa y el platillo y los que practican la cocina marinera –en el restaurante L’Òstia se juntan el hambre con las ganas de comer- afrontan esta importantísima partida.
En definitiva, otro de los recién llegados a la ciudad que, por el momento, solo hace mayor el panorama gastronómico barcelonés en lo cuantitativo y no en lo cualitativo.

Bodega: Otro azaroso capítulo de mi cena en el restaurante L'Òstia, pues de la casi treintena de referencias ofrecidas en la carta, el día de mi visita solo disponían de, literalmente, cuatro. Afortunadamente, una de ellas era: L’Inconscient 2010 (Cariñena, Cabernet Sauvinon, Merlot, Garnacha y Syrah). Les Cousins Marc & Adrià. DO Priorat
Precio: 30 €

En pocas palabras: Correcto tapeo marinero.

Indicado: Para descubrir, o redescubrir, de la mano de alguna buena tapa, la Plaça de la Barceloneta.

Contraindicado: Para los que buscamos la excelencia en un menú degustación del restaurante Mugaritz pero también en una croqueta, en una bomba, en una fritura...

Plaça de la Barceloneta 1-3, Barcelona
932 214 758

martes, 25 de septiembre de 2012

Acai

U ojos en romaní.

Y si os estáis preguntado el porqué de tan peculiar bautismo para un restaurante, he aquí la respuesta:

Acechados por la inminencia de la apertura de su restaurante y sin haber decidido todavía a qué nombre respondería, Anna Valès (Mataró) y Manuel Pirelli (Madrid), el matrimonio responsable de esta pequeña joya de la restauración Barcelonesa, se encontraban paseado por las calles de Sevilla cuando se quedaron prendados de la sonoridad de una palabra en boca de una gitana con la que acababan de cruzarse, y así, la fonética –a la que unos cuantos no queríamos ver ni en pintura en nuestros años de bachillerato- se subrogó en su toma de decisión del nombre de su casa de comidas.

Y tras una introducción que rivaliza en peculiaridad con el nombre del restaurante que hoy nos ocupa, llega el momento de ponerse manos en la masa o, en otras palabras, de contaros que se cuece en esta casa de comidas del barrio del Paralelo.

Acai es una cocina y dos restaurantes.

Un gastrobar, inaugurado a inicios del 2011, que ocupa el espacio de la sala antes reservado a los fumadores y en el que, por una factura media de 25-30 €, uno puede disfrutar, entre otras cosas, de tablas de embutidos y de quesos, de ensaladas, de platillos de arroz, de albóndigas o de calamares, y de un par de suculentos postres. Sin duda, vistos los resultados de mi cena en el restaurante, no tardarán mucho en verme.
Y un restaurante “gastronómico” -¡Qué poco me gusta esta expresión! ¿O es que unas croquetas o un bocadillo de roast beef, bien preparados, no son también gastronómicos?-, que es el que hoy nos ocupa.
En el restaurante Acai poco escapa a la peculiaridad, y así, esta acogedora a la par que íntima casa de comidas solo abre por las noches, no dispone de carta y un menú degustación, (56 €) genuinamente de mercado (cambia cada día, dibujándolo los mejores productos que Anna y Manuel hayan encontrado en su excursión matutina por varios mercados: de los payeses en Mataró, de la Boqueria para la partida de pescados y de distintos proveedores para sus carnes ecológicas) se presenta como la única opción (es imprescindible solicitarlo al tiempo de hacer la reserva con, al menos, 24 horas de antelación, pues de lo contrario, al gastrobar –tampoco sería un drama, seguro-os veréis abocados) para disfrutar de la máxima expresión de la cocina de Manuel (ex jefe de cocina del barcelonés restaurante Ánima).

Lo siento. Sé que hoy, en las precedentes líneas, faltan más puntos que los de costumbre. Así que, en desagravio, sin más dilación, mi cena del pasado miércoles:

Cena a la que, una correcta copa de verdejo (Bianca), disfrutada en la barra del gastrobar, ayudó a hacer más liviana la espera de mi “partenaire” en la aventura Acai.
Ya en la sala del restaurante, una copa de cava Privat Brut Nature y una buena coca de pan con tomate y jamón de bellota hicieron las veces de aperitivo del menú degustación del restaurante Acai del día 19 de septiembre de 2012. ¿Quién sabe en qué se materializará hoy? El recién citado día en:
Una buena coca de pan del horno Baluard.
Unos notables boquerones ligeramente encurtidos con granizado de tomate, tomate y cebolla concasé, aguacate y aceitunas negras, en los que, dada la intensidad gustativa de los boquerones, las aceitunas negras y la cebolla, tanto el aguacate (en exceso verde) en brunoise como el tomate estaban algo, o mucho, desaparecidos en combate.
Una simplona ensalada de rebozuelos, queso curado de Mahón y arándanos.
Una de cal y otra de arena para la ventresca de caballa (brutal, untuosa…) con pulpo (le faltaba un hervor), con higos y puré de tomate asado.
Unos colosales –la visita al restaurante Acai quedó justificada con este plato- calamares de potera con su tinta, cremoso de arcilla y wasabi y crujientes de brioche.
Un buen, aunque algo pasado, arroz de Pals con verduras y breca, o pagel.
Un excelente cordero lechal (imposible que fuese más meloso) con calabaza escalibada y una salsa de especias y naranja –tal vez, esta última demasiado protagonista-.
Un muy flojo primer postre interpretado por unos melocotones de viña en almíbar acompañados por una sosa emulsión de canela.
Y un correcto (de mejorable textura) pastel (sin harina) de chocolate trufado y aromatizado con grappa.
En definitiva, otra pequeña gran casa de comidas. Casas, como Bohèmic, Embat, Topik y tantas más sin las que no cabría entender el riquísimo panorama gastronómico barcelonés.

Bodega: Sa Forana 2009 (Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Merlot y Syrah). Bodegas Sa Forana. Vino de la Tierra de Menorca. Me duele y siento hacerme pesado en esta denuncia, pero no es de recibo multiplicar por más de tres los precios de los vinos.
Precio: 70 €
En pocas palabras: Sencillo y delicado contrapunto a la sabrosa magia de Tickets o 41º.

Indicado: Para los que, en ocasiones, tememos que llegue el día en que ya no nos quede ningún restaurante tan humilde como recomendable por descubrir, pues Barcelona sigue demostrándonos que en cualquiera de sus diminutas calles puede florecer una buena cocina.

Contraindicado: Para los que sencillez es sinónimo de simplicidad.
Elkano 69, Barcelona.
936 007 839

viernes, 21 de septiembre de 2012

Bar à Vins (Fàbrica Moritz)

Un gran proyecto, y la Fábrica Moritz lo es, no sería posible sin grandes hombres, y, vistos los primeros pasos –sí, todavía estamos observado los albores de su caminar, pues hasta que la Brasserie vea la luz (antes de finales de año) y el restaurante Alkimia ocupe el otrora piso de la familia Moritz disponiendo, por fin, de la sala que su cocina hace ya muchos años que merita, no podremos decir que este macro-proyecto gastronómico de la Ronda de Sant Antoni habrá alcanzando la madurez- de la Fábrica Moritz, no cabe duda de que Albert Castellón y Jordi Vilà lo son.
No obstante, y permitidme una de esas paráfrasis que tanto me gustan, grandes nombres no mueven molinos, y así, sin el equipo, capitaneado por Ángel Vidaurre (mano, y parte del brazo, derecha de Jordi Vilà) y Xavier Ayala (ex-sumiller del restaurante Moo, nombrado hace unos años mejor sumiller de Cataluña y flamante fichaje de Albert Castellón) y formado, entre muchos otros, por Miquel, Germán, Pablo o Ramón, no cabría entender el éxito de la Fábrica Moritz.
Hace unos días la Fábrica Moritz era solo una cervecería –eso sí, una de las más bellas del mundo-. Desde el pasado 18 de septiembre es también un Bar à Vins. Y lo dicho, el día de mañana será una brasserie y la morada del restaurante Alkimia. Pero ya que mi dotes premonitorios son los mismos que los de los videntes que, cual vampiros, acechan en las madrugadas televisivas, esto es, nulos, esta es la crónica del Bar à Vins de la Fábrica Moritz.

Un Bar à Vins cuya filosofía ilustra a la perfección la siguiente conversación –espero que Albert y Jordi me disculpen por la licencia-:

Cliente: Camarero, un porrón de L’Ermita, por favor.
Xavi Ayala: ¡Marchando!


O, en otras palabras, un Bar à Vins que ha nacido para que disfrutemos del vino sin corsés, casi a lo canalla y que, en consecuencia, se presenta como la alternativa, no excluyente, al gran Monvínic.

Bar à Vins de la Fábrica Moritz cuyo fondo de armario puede presumir de 430 referencias, cuatro decenas de ellas disponibles por copas, y en el que a una no menos destacada propuesta gastronómica le dan forma hasta 80 platos.

Vinos por copas, o a peso, pues se sirven sobre una balanza utilizando la equivalencia centilitros-gramos, entre los que, en cantidades que van desde la cata a la borrachera (1cl, 2cl, 5cl, 10cl, 30cl o botella) uno puede disfrutar de L’Ermita 1998 (653 € la botella, y 19,16 € los 2 cl) o del Vosne Romanée 1999, de Romanée Conti (562 la botella, y 41,25 los 5 cl). Y cómo es posible, puede que os preguntéis, pues gracias a un sistema de conservación del vino, de uso exclusivo en el Bar à Vins de la Fábrica Moritz y patentado por Jorge Roehrich Moritz, que, gracias a saturar el espacio vacío de las botellas con el gas noble Argón, consigue una atmósfera inerte que impide la oxidación del vino y permite que una botella abierta no se corrompa hasta los dos meses.
Y propuesta gastronómica materializada en una carta en la que encontraréis: petit fours salados (panellets, cakes, sándwiches, tartaletas, quiches, gougères y éclairs), ostras, embutidos españoles (Maldonado, de Can Rovira, del Pirineo…) e italianos, quesos (catalanes, españoles y europeos), patés, rilletes, salazones, ahumados (Carpier), conservas (José Peña y Nardín), cocottes saladas y dulces, y petit fours dulces.

Pero basta ya de palabras y vayamos a los hechos.

Encontrados los dos amigos que me eran precisos en pro de poder probar más platos y así ofreceros una mejor crónica –a falta de hijos, buenos son los lectores- en la noche de ayer, en el Bar à Vins de la Fábrica Moritz pude disfrutar de:

Un correcto quinteto de petit fours salados. Sin duda, fueron lo menos lúcido, con dos excepciones, de la velada, siendo tal vez culpa de sus males la dificultad de intentar que unos “recipientes” tan pequeños puedan contener tantas esencias. Éclairs de anchoas, salsa tártara y eneldo (el eneldo, desafortunadamente, era el verdadero y casi único protagonista). Panellet de puerro, beicon y cebolla crujiente (excelente). Quiche de anguila, manzana, foie y quema quemada (tanto la manzana como el foie algo desaparecidos). Cake de cacahuete, foie, cacao y coco (sobre el papel, pues gustativamente solo era de cacahuete y cacao). Gougère (lionesa) de manteca colorá, PX y limón (excelente).
Un buen pan de cereales con tomate para acompañar a una lucha italiano-andorrana de embutidos. Por KO ganó a la Donja de Andorra el Ciausculo (brutal salami italiano de textura parecida a la sobrasada).
Una muy buena rillete de pato y estragón.
Un excelente hígado de rape (Carpier) con salsa ponzu.
Una magnífica cocotte de pollo con limón, aceitunas verdes y cava.
Un maravilloso Salers (queso de leche de vaca cruda de la zona de Auberge).
Una correcta cocotte de pan con vino y azúcar (muy meritorio) y cremoso de chocolate, en la que la textura gelatinosa del vino y una mejorable ganache de chocolate eran los culpables de que el postre no convenciese.
Y una buena, aunque mejorable, degustación de quesos azules ingleses y de un “afinable” Munster.
En definitiva, una pieza más de este gran proyecto que es la Fábrica Moritz y que, dada su virtud, puede que algunos terminen por creer que lo de los Moritz no eran las cervezas sino los vinos.

Bodega: Una auténtica joya para los que disfrutamos del mundo del vino, y en la que cada copa viene acompañada por un “twit” a modo de ficha técnica del vino que uno se dispone a degustar. En mi visita, me deleité con las siguientes copas y medias copas:
De Sousa Rosé (Domaine Sousa, Champagne); 4,24 € 10 cl.
Bourgogne Blanc 2010 (Domaine Roulot, Borgoña); 2,16 € 5 cl.
Viña Tondonia 1996 (Viña Tondonia, Rioja); 2,03 € 5 cl.
Vipansit 2010 (Cooperativa L’Olivera, Costers del Segre); 2 € 5 cl.
Il Frapatto 2010 (A. Ochio, Sicilia); 1,88 € 5 cl.
Nuits Saints Georges 2008 (Domaine Confuron, Borgoña); 3,85 € 5 cl.
Le Serine Noire 2004 (Yves Gangloff, Cote Rotie); 6,59 € 5 cl.
Tokaji 6 Puttonyos 2002 (C. Oremus, Hungria); 3,2 € 5 cl.
Precio: 45 € (20 € comida + 25 € bebida). Es imposible establecer una factura medio, pues uno puede “merendar” unos quesos y una copa de vino por 6 €, cenar ligeramente por menos de 20 € o ponerse la botas, y dados los vinos de los que disponen, por un precio insultante en los tiempos corren.

En pocas palabras: Bar à Vins = Jordi Vila + ambiente canalla + democratización de los grandes vinos.

Indicado: Para descubrir y enamorarse de vinos con los que hasta el momento solo habíamos soñado mientras disfrutamos de una cocina que en absoluto se presenta como una mera comparsa.

Contraindicado: Para los que creen que un bar no es país para grandes caldos –yo y mis paráfrasis-.

Ronda Sant Antoni 39-41, Barcelona
No se admiten reservas para sus “veintipico” plazas, excepto una pequeña barra para 4 valientes, todas las demás sentadas.